Que unas cosas llevan a otras a
nadie le cupo duda nunca: es la vida, y así se reaviva la memoria. Leyendo la
biografía de José Antonio Primo de Rivera, me llamó la atención un librillo del
año 33, La verdad de Primo de Rivera.
Intimidades y anécdotas del Dictador, escrito, a juzgar por lo que en él se
cuenta, por un periodista segundón, pero muy amigo del Prior, como era conocido sottovoce Primo de Rivera entre sus allegados,
un tal Jacinto Capella de quien nunca antes oí hablar.
Ya me advirtieron que el libro no
es una joya en casi ningún sentido: no está especialmente bien escrito, ni
cuidada ni pensada su estructura, dubitativamente hagiográfico, etc., pero este
tipo de obras marginales con aire de rareza siempre me han tentado como lo
hacen las veredas poco transitadas: ¿adónde
el camino irá?
El autor nos va contando de forma
desordenada por medio de anécdotas quién fue Primo y cómo era. La verdad del
autor es que de cada una de estos sucesos puntuales quiere sacar unas
consecuencias que no siempre parecerán evidentes al lector: una golondrina hace
primavera, parece defender. En ocasiones se repiten algunos de los sucesos
contados páginas arriba, y Capella echa
mano de ellos, como si de trapo para todo se tratara. El libro, lo digo de una
vez, merece la pena leerse porque es simpático y no porque vayamos a aprender
gran cosa sobre la vida del Dictador. El periodista tiene cierto gracejo a la
hora de contar en el modo en que lo hace, se nota pluma baqueteada en los medios
y de ello, sin duda, saca partido.
Jerezano y de familia noble y más
que acomodada, fue Primo hombre de carácter flexible, actitud que en varias
ocasiones alaba el autor porque considera –y lo comparto- que “La terquedad es
solo patrimonio de los orgullosos y de los cretinos” (p. 167) y ninguno de
estos defectos tenía el general. Se le consideraba un africanista, con todo lo
que esto supondría después, porque en África desarrollo gran parte de su
notable carrera militar, aunque estuvo en Cuba, Filipinas y tuvo muchos
destinos en la Península: todo ello lo trata Capella de forma muy superficial,
haciendo referencia a alguno de sus destinos, con motivo de algo que al pelo le
venga, pues la perfecta sensación de la obra es que, como he escrito arriba,
está más bien articulada por las ocurrencias del autor, que por una estructura
preestablecida: no me extrañaría que el autor la hubiera redactado siguiendo el
veleidoso sendero de las papeletas que hubiera escrito para no olvidar anécdotas,
sucesos, comentarios, etc.
Capella comenta que el gran
defecto del general, bien conocido por todos, era su vicio por el juego, en el
que llegó a perder ingentes cantidades de dinero. No deja de ser curioso, sin
embargo, que también el periodista califica al Prior de austero, siendo jugador empedernido y despilfarrador… Ya
se ve que todos los caminos llevan a Roma.
No fue mujeriego una vez casado,
pero sí fue acusado de borracho, cosa que tampoco fue, pues Capella le acompañó
en muchísimas y diversas circunstancias y en ningún momento lo vio nunca
bebido. Es cierto que en aquella, y hasta no ha mucho, en esta España de
machotes siempre como medio de degradación del enemigo se acusó a este de
bebedor y maricón (recuérdese, por ejemplo, a Pepe Botella, que no fue bebedor); hoy, bendito sea Dios, por el
contrario, ser maricón es un marchamo de buena ley (y es que los tiempos
cambian y con ellos las percepciones y parece que también muta la realidad).
Me ha hecho gracia que como
Unamuno, ese intelectual que le cayó
a Primo, y de lo que nada se habla, sino de modo muy oblicuo, este era tan verborrágico
como aquel. Parece que, cuando estaba de buen humor, era muy hablador y que lo
hacía con gracia y ocurrencia. Era también grafomaníaco y con lápiz que no con
pluma; bien conocida es esta otra faceta del general, pues con frecuencia por
boca de ganso –el mismo Capella era uno de ellos- escribe artículos que se
publican tal cual en la prensa, firmados por periodistas “amigos”, “conocidos”,
“partidarios”… del general.
Como se va leyendo por lo que
escribo, no se hallan en el libro realidades de gran calado, que nos describan
de cuerpo entero, en su circunstancia a Primo, sino lo que arriba anuncié:
anécdotas, sucedidos, ocurrencias… del autor que pretender, sin embargo,
revestirse de verdad en torno a Primo de Rivera: generoso, de gran corazón,
fiel amigo, sincero, buen gobernante, comprensivo… para su amigo Capella que
cuenta cómo lo lloró cuando noticia tuvo de su fallecimiento.
Se comprenderá que el libro, que
no es difícil de conseguir, tampoco es que sea obra común, puede facilitar un
agradable rato al lector que se interese por esta veredilla marginal en torno
al Dictador. Esta obra sin grandes pretensiones es amable.
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