27 de abril de 2014

González, María Jesús, ANTONIO MAURA. BIOGRAFÍA Y PROYECTO DE ESTADO (III)




         La falta de civilismo, de cultura política ciudadana hacía imposible el mantenimiento de la estructura que se deseaba levantar, o de cualquiera otra que se intentara, según el propio Maura. De ahí el empeño en cimentar, como él decía, una opinión firme, clara, educada, participativa… del pueblo para llegar a puntos de encuentro que pudieran permitir elevar sobre esos cimientos y pilares firmes toda la estructura política, todo el entramado de un verdadero Estado democrático.
         Maura hace un plan legislativo que conduzca a un pueblo desde la selva española, por una vía gradual, a un notable grado de civilidad. Habría muchos otros planes posibles, mejores o peores, pero él entiende que este es necesario para alcanzar metas ulteriores más altas y más valiosas. Su núcleo programático lo conformaban las leyes de Justicia Municipal y la Ley de la Reforma Electoral que junto con la Ley de Administración Local… eran su piedra angular… ¡que fracasa! Cualquier español al uso, de entonces o ahora, se preguntaría sin más “¿Quién se creerá el listo este de Maura que es para desde la legalidad, gradualmente venirnos a nosotros con reformas…?”, la pregunta es retórica, pero si se quiere responder, ella sola lo hace… Para muestra de quién es Maura ya nos valió la anécdota de la licencia de caza: va a cazar con el rey y se echa la licencia en la cartera, ¡porque es lo que exige la ley al margen de que él sea el primer ministro!; va a hacer unas leyes y se mueve en el marco legal que hay, contando con todos, con el consenso de todos… ¿¡¡en España, señor Maura!!?
         En ningún caso el político mallorquín quiso buscar atajos legales, en palacio o en los ministerios, suya es la frase de luz y taquígrafos… Y todo ello con un rey adolescente, con unas fuerzas que arreciaban desde todos los ángulos políticos, económicos, sociales… “Al parecer de Maura, a España no le hacía falta una «gran paliza» que la hiciera reaccionar y salir de su desidia política. Tampoco necesitaba una revolución, ni un cirujano de hierro. Le hacían falta gobiernos legítimos y dispuestos a gobernar, que funcionasen con «luz y taquígrafos» y que, desde la más estrecha legalidad, realizasen ciertas reformas. Gobiernos que convirtieran las avanzadas leyes existentes en realidades, y que encauzaran a una población -no a esos «eunucos» de Costa, sino al «tesoro de energías nacionales por descubrir» que veía Maura- a un aprendizaje lento pero profundo del liberalismo democrático. Sólo entonces, ese ingenio liberal autómata adquiriría vida, y avanzaría por donde decidiera la voluntad de esos ciudadanos durmientes convertidos en ciudadanos conscientes” (p. 409).
         Según la autora la intención de Maura, su revolución desde arriba, bien podría bautizarse con el nombre de socialización conservadora, que no era sino el propósito de interesar e implicar a la sociedad toda en la cosa pública. Sí, de talante conservador –mas dentro de la esfera del liberalismo- que suponía el rechazo lógico a un posible «desorden» social y anhelaba inculcar en la sociedad una serie de valores relacionados con la armonía y la preservación de instituciones y leyes o su cambio gradual. Legitimación, legalidad, gradualidad, paciencia… “El arte de esperar es la mitad del arte de vencer”, afirmaba.
         Me detengo por un momento en el hombre, en otro de sus rasgos definitorios. Excelente abogado, con excelente bufete… el dedicarse a la política le suponía una pérdida económica muy notable porque él se sentía llamado especialmente al servicio de su patria y por eso, así lo hacía. En todo momento era obsesiva la observancia de sus declaraciones de beneficios, sus ganancias, etc. para que, en ningún caso, se pudiera hallar sombra de ningún beneficio económico derivado de su acción política.
         Por si no tenía poco con quienes le atizaban por doquier, siendo él católico, no quería –entiendo que en buena ley- que el Estado y la Iglesia se confundieran, ni necesitaba un partido con el marchamo de católico –tampoco creo que se necesite ahora en ningún sitio-, ni que la clerecía esté por medio en las disputas estrictamente políticas, aunque sí absolutamente y con todo derecho los católicos, como quienes no lo sean, en igualdad absoluta de condiciones. Así entendido y explicado, Maura cosecha no pocos reproches y rechazos por quienes, como escribí arriba, van con el Cristo a la sopa, cuando es inadecuado e impertinente desde todos los puntos de vista. ¿Religión? Sí, es una realidad buena para quien así lo desee, y Maura lo desea para todos, pero no impuesta ni puesta donde no le corresponde en el Estado, pero tampoco un estado anticatólico, como se conocerá después, un estado laicista –que no laico- como lo conocemos hoy en gran medida en España.

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