La
falta de civilismo, de cultura política ciudadana hacía imposible el
mantenimiento de la estructura que se deseaba levantar, o de cualquiera otra
que se intentara, según el propio Maura. De ahí el empeño en cimentar, como él
decía, una opinión firme, clara, educada, participativa… del pueblo para llegar
a puntos de encuentro que pudieran permitir elevar sobre esos cimientos y
pilares firmes toda la estructura política, todo el entramado de un verdadero
Estado democrático.
Maura
hace un plan legislativo que conduzca a un pueblo desde la selva española, por
una vía gradual, a un notable grado de civilidad. Habría muchos otros planes
posibles, mejores o peores, pero él entiende que este es necesario para
alcanzar metas ulteriores más altas y más valiosas. Su núcleo programático lo
conformaban las leyes de Justicia Municipal y la Ley de la Reforma Electoral
que junto con la Ley de Administración Local… eran su piedra angular… ¡que
fracasa! Cualquier español al uso, de entonces o ahora, se preguntaría sin más “¿Quién
se creerá el listo este de Maura que es para desde la legalidad, gradualmente
venirnos a nosotros con reformas…?”, la pregunta es retórica, pero si se quiere
responder, ella sola lo hace… Para muestra de quién es Maura ya nos valió la anécdota
de la licencia de caza: va a cazar con el rey y se echa la licencia en la
cartera, ¡porque es lo que exige la ley al margen de que él sea el primer
ministro!; va a hacer unas leyes y se mueve en el marco legal que hay, contando
con todos, con el consenso de todos… ¿¡¡en España, señor Maura!!?
En
ningún caso el político mallorquín quiso buscar atajos legales, en palacio o en
los ministerios, suya es la frase de luz y taquígrafos… Y todo ello con
un rey adolescente, con unas fuerzas que arreciaban desde todos los ángulos
políticos, económicos, sociales… “Al parecer de Maura, a España no le hacía
falta una «gran paliza» que la hiciera reaccionar y salir de su desidia
política. Tampoco necesitaba una revolución, ni un cirujano de hierro. Le
hacían falta gobiernos legítimos y dispuestos a gobernar, que funcionasen con
«luz y taquígrafos» y que, desde la más estrecha legalidad, realizasen ciertas
reformas. Gobiernos que convirtieran las avanzadas leyes existentes en
realidades, y que encauzaran a una población -no a esos «eunucos» de Costa,
sino al «tesoro de energías nacionales por descubrir» que veía Maura- a un
aprendizaje lento pero profundo del liberalismo democrático. Sólo entonces, ese
ingenio liberal autómata adquiriría vida, y avanzaría por donde decidiera la
voluntad de esos ciudadanos durmientes convertidos en ciudadanos conscientes”
(p. 409).
Según
la autora la intención de Maura, su revolución desde arriba, bien podría
bautizarse con el nombre de socialización conservadora, que no
era sino el propósito de interesar e implicar a la sociedad toda en la cosa
pública. Sí, de talante conservador –mas dentro de la esfera del liberalismo- que
suponía el rechazo lógico a un posible «desorden» social y anhelaba inculcar en
la sociedad una serie de valores relacionados con la armonía y la preservación
de instituciones y leyes o su cambio gradual. Legitimación, legalidad,
gradualidad, paciencia… “El arte de esperar es la mitad del arte de vencer”,
afirmaba.
Me
detengo por un momento en el hombre, en otro de sus rasgos definitorios.
Excelente abogado, con excelente bufete… el dedicarse a la política le suponía
una pérdida económica muy notable porque él se sentía llamado especialmente al
servicio de su patria y por eso, así lo hacía. En todo momento era obsesiva la
observancia de sus declaraciones de beneficios, sus ganancias, etc. para que,
en ningún caso, se pudiera hallar sombra de ningún beneficio económico derivado
de su acción política.
Por
si no tenía poco con quienes le atizaban por doquier, siendo él católico, no
quería –entiendo que en buena ley- que el Estado y la Iglesia se confundieran,
ni necesitaba un partido con el marchamo de católico –tampoco creo que se
necesite ahora en ningún sitio-, ni que la clerecía esté por medio en las
disputas estrictamente políticas, aunque sí absolutamente y con todo derecho
los católicos, como quienes no lo sean, en igualdad absoluta de condiciones.
Así entendido y explicado, Maura cosecha no pocos reproches y rechazos por
quienes, como escribí arriba, van con el Cristo a la sopa, cuando es inadecuado
e impertinente desde todos los puntos de vista. ¿Religión? Sí, es una realidad
buena para quien así lo desee, y Maura lo desea para todos, pero no impuesta ni
puesta donde no le corresponde en el Estado, pero tampoco un estado
anticatólico, como se conocerá después, un estado laicista –que no laico- como
lo conocemos hoy en gran medida en España.
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