26 de octubre de 2024

PARTE II. El consumo de las masas. Introducción de Julián Marías a LA REBELIÓN DE LAS MASAS

 

La historia no está escrita. Nuestras vidas no están escritas ni predeterminadas. Nuestras vidas y las de nuestras naciones las hacemos nosotros con nuestras decisiones, con nuestras elecciones. Viktor E. Frankl rebatía la justificación falaz del sociologismo, el condicionamiento que anula la libertad. Mucho antes Ortega ya lo había pensado y escrito. La circunstancia no obliga por norma, pero sí por norma hay que elegir cómo juego las cartas que me tocaron en suerte y, por tanto, elijo yo y yo soy el responsable de mis actos ¡o no! Más discutible es, sin embargo, en mis cortas luces, lo que Ortega afirma aplicando esta teoría a las naciones: “Todo esto vale también para la vida colectiva. También en ella hay, primero, un horizonte de posibilidades, y luego, una resolución que elige y decide el modo efectivo de la existencia colectiva. Esta resolución emana del carácter que la sociedad tenga, o, lo que es lo mismo, del tipo de hombre dominante en ella”. El individuo en las democracias occidentales representativas se puede ver arrollado y arrastrado, por muy minoría selecta que sea, por la mayoría que corre depravada hacia el despeñadero, considero.


La vida insiste Ortega es primera y radicalmente biografía, que no biología. Es un craso error, advierte, pensar en la vida como “el proceso existencial de un alma” o “una sucesión de reacciones químicas”. Venidos de la vida pasada y forjados en el pasado necesariamente ha de interesarnos el futuro, indescifrable, hacia el que vamos y solo descifrable, intuible a la luz de aquello a lo que estamos llamados y estos momentos de titubeo metafísico, lo llama él, son dramáticos. “No es que no se deba hacer lo que le dé a uno la gana; es que no se puede hacer sino lo que cada cual tiene que hacer, tiene que ser […] Podemos perfectamente desertar de nuestro destino más auténtico; pero es para caer prisioneros en los pisos inferiores de nuestro destino”, afirma, y añade con resonancias kantianas: “Envilecimiento, encanallamiento, no es otra cosa que el modo de vida que le queda al que se ha negado a ser el que tiene que ser. Este su auténtico ser no muere por eso, sino que se convierte en sombra acusadora, en fantasma, que le hace sentir constantemente la inferioridad de la existencia que lleva respecto a la que tenía que llevar. El envilecido es el suicida superviviente”.


Y un siglo después casi, hoy, convendría plantearse en la Europa sin destino ni alma, en la Europa de los mercaderes y el egoísmo, lo siguiente: “El día que vuelva a imperar en Europa una auténtica filosofía —única cosa que puede salvarla— se volverá a caer en la cuenta de que el hombre es, tenga de ello ganas o no, un ser constitutivamente forzado a buscar una instancia superior”. “Salvarla” es ponerla en razón, hacerla comprensible, armónica, dotada de sentido. Lo que hoy vemos, insisto, ¡un siglo después!, es el vagabundeo inane de quienes nos dirigen porque ni siquiera ellos saben orientar sus propias existencias y vivimos en una Europa a la deriva, no circunstanciada pero movida por decisiones tomadas en medio de las circunstancias contingentes. Europa queda vaciada de sí misma, como estaban y están muchas vidas que, pusilánimes, se ven incapaces de la magnanimidad propia de vivir a la altura de la circunstancia y la dignidad humanas. Nada más lejos de mi intención hacer una paráfrasis. Aquí están las palabras pétreas de perfiles agudos, cortantes, indubitables de Ortega: “Parece que la situación debía ser ideal, pues cada vida queda en absoluta franquía para hacer lo que le venga en gana, para vacar a sí misma. Lo mismo cada pueblo. Europa ha aflojado su presión sobre el mundo. Pero el resultado ha sido contrario a lo que podía esperarse. Librada a sí misma, cada vida se queda en sí misma, vacía, sin tener qué hacer. Y como ha de llenarse con algo, se finge frívolamente a sí misma, se dedica a falsas ocupaciones, que nada íntimo, sincero, impone. Hoy es una cosa; mañana, otra, opuesta a la primera. Está perdida al encontrarse sola consigo. El egoísmo es laberíntico. Se comprende. Vivir es ir disparado hacia algo, es caminar hacia una meta. La meta no es mi caminar, no es mi vida; es algo a que pongo ésta y que por lo mismo está fuera de ella, más allá. Si me resuelvo a andar sólo por dentro de mi vida, egoístamente, no avanzo, no voy a ninguna parte; doy vueltas y revueltas en un mismo lugar. Esto es el laberinto, un camino que no lleva a nada, que se pierde en sí mismo, de puro no ser más que caminar por dentro de sí”.

Seguro que el ingenuo, como el cretino pusilánime, en este momento de confusión entre verdad y mentira, válido e inválido, en estos momentos en que todo vale (olvidando que cuando todo vale es porque ese todo, en su conjunto o sus partes, ¡no vale nada!: tanto da ir como quedarse), pensarán e incluso dirán: “Eso son chorradas”, “Filosofía”, “cretinismo cristiano, jesuítico…”, mas en este preciso instante, ¡porque otro no tenemos!, nos estamos jugando el ser o no ser auténticos, verdaderos, felices. Hay que decidir y hacerlo bien. Rectificar si nos confundimos porque esto es normal, es común, pues la vida es caótica y poner orden en ella y ordenarnos hacia nuestro fin no es fácil. Nos podemos ocultar tras “nuestras ideas", “nuestras impresiones, opiniones…”, pero no olvidemos que la vida es irrevocable: el náufrago, el perdido en medio del mar es consciente de que no puede, no debe, engañarse, necesita acertar o aproximarse lo más posible a la verdad de su situación para no perder la vida y con ella todo. “Estas son las únicas ideas verdaderas: las ideas de los náufragos. Lo demás es retórica, postura, íntima farsa”. Para el náufrago no vale que todo sea opinable, tu verdad y la mía, sino la única y genuina verdad, la necesaria para poder salvar, de momento, el pellejo.

Lo que no es tradición es plagio, es decir, Ortega no se ocupa de un mundo ni de una realidad recién estrenada. Es por ello, y me acuerdo de Aristóteles, Ortega escribe que el contenido de la vida, para él, es hacer.  No me paro a distinguir entre hacer y obrar, sino que para Ortega tiene especial importancia este hacer, pues es lo que nos ocupa de continuo, orientados al futuro. De Marías aprendí la expresión vida futuriza: la vida es una realidad futuriza (creo que lo leí por primera vez en su Antropología metafísica, libro capital para mí). Vivo hoy, ahora, pero mi vivir se proyecta como la flecha en un arco tensado hacia una meta posterior, una realidad futura más o menos inmediata: escribo en este momento, pero no por él y para él, sino porque después, cuando sea, cuando pueda, quiero hacer partícipes de esto a mis lectores del blog (?), porque el bien es difusivo, porque estas palabras de Ortega, de Marías, mías pueden orientar, ayudar, empujar hacia lo mejor a quienes las leemos y compartimos. Decía Woody Allen, de quien poco he aprendido porque apenas lo he tratado, que “Me interesa mucho el futuro porque es el sitio en el que voy a pasar el resto de mi vida”, lo que así dicho es verdad. La expresión de Marías, vida futuriza, es el redondeo de una idea ya presente en su querido y admirado maestro. 

Llegados a este punto, marca Marías un descanso para preguntarse “¿Cuántos se han enterado de ellos [se refiere a los textos que ha ido citando], han leído la doctrina sociológica y política como algo que emerge de la visión filosófica que en estas páginas se encierra y que es su justificación? No se tenga la menor duda: el que no tiene presente la doctrina que acabo de reunir y recordar no ha leído La rebelión de las masas. Esta introducción quisiera ser una invitación a su lectura íntegra y en serio”. Y da paso a una tercera jornada, que dejo para la entrada siguiente, que es la tercera.


1 comentario:

  1. Corregida la duplicación errónea en el texto, don Manuel. Gracias por avisar de la tacha. Un abrazo fuerte,

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