En
un primer paso, ¿hasta qué punto es deseable, necesario, el comentario, la
explicación de una obra? ¿Acaso alguien escribió una obra para que fuera
comentada? Todo comentario, se entiende, comporta de algún modo una alteración
del texto. ¿Qué puedo hacer ante un cuadro además de mirarlo, o al oír una
sinfonía además de escucharla, o al leer un poema… además de gozarlo?
Cuenta
el evangelio en Hechos 8, 26-39 que, movido por el Espíritu, Felipe se fue al
camino entre Jerusalén y Gaza donde halló al eunuco etiope que leía a Isaías y
quien, a la pregunta de Felipe de si entendía o no el texto, responde: “¿Y cómo podré, si alguno no me enseñare?”. El bien de suyo
es difusivo, afirma el Aquinate. Quien tiene algo bueno desea comunicarlo a
quienes le rodean… Así, Felipe quiere explicar al eunuco el texto, por ejemplo.
En el siglo V antes de Cristo, en
las escuelas de corte platónico el comentario es un medio de enseñanza y
aprendizaje, y mejora. ¿Qué son si no los llamados Coloquios de Epicteto? Ciertamente esos comentarios en las escuelas
filosóficas tienen una finalidad moral, didáctica. Todo comentario era
considerado un ejercicio espiritual, no sólo porque la indagación del sentido
de un texto exige en realidad cualidades morales de modestia y de amor a la
verdad, sino también porque la lectura de cada obra debe motivar una
transformación en el oyente o el lector del comentario, como lo atestiguan por
ejemplo las oraciones finales que Simplicio, exegeta neoplatónico de
Aristóteles y de Epicteto, colocó al final de algunos de sus comentarios y que
en cada ocasión enuncian el beneficio espiritual que se puede obtener de la
exégesis de tal o cual escrito, por ejemplo, la nobleza de sentimientos al leer
el tratado Del cielo de Aristóteles,
o la rectificación de la razón al leer el Manual
de Epicteto.
Todo texto, entiendo es… como es
y resulta imposible alterar cualquier texto literario sin destruirlo,
sin atentar contra él de alguna manera. «Podría incluso afirmarse –escribe
Coleridge- que es más fácil sacar con las manos una piedra de las pirámides que
alterar una palabra o la posición de una palabra en Milton o Shakespeare (al
menos en sus obras más importantes) sin hacer decir al autor algo distinto o
peor de lo que dice».
Mi
afán en tanto que humilde comentarista de obras, como lector, es un afán
comunicativo. Deseo hacer partícipes a los demás de lo que leo, de lo que
disfruto con la lectura. Intento siempre mejorar, crecer como persona, en
cuanto hago… No olvidaré nunca, y tampoco creo tener un motivo especial para recordarlo,
pero así es, desde que lo leí, la primera vez que me acerqué a Platón. Lo hice
en el manual de Hirschberger y se me quedó grabado que Platón comienza su
filosofar donde terminaba el de Sócrates, en el problema de la esencia del
bien. Continúa…
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