A
medida que escribo, casi desde el primer momento, casi de inmediato, poquito a
poco, se me van ocurriendo obras
donde leí sobre todo esto. Me acordé de Platón y su relación entre la Belleza y
el Bien. Me acordé de manuales de estética y de teoría y crítica literarias… Me
vinieron a la memoria textos sobre la creación en general y la artística en
particular, manuales y monografías sobre antropología, incluso de ascética:
obras de Plotino. Me acuerdo de Marta Nussbaum y la fragilidad que el bien
tiene. Me acuerdo de una obra que me gustaría releer y que tengo en casa, Filocalia o el amor a la belleza, que
leí un verano de hace muchos años y que recuerdo con cariño… No hace demasiado
repasaba en la Summa las ideas del
bien y del mal morales. Todo esto me suscita un comentario, todo esto me ayuda
a comentar. A todo ello me obliga el interés de un lector atento y magnánimo,
llamado Bishop, ¿¡cómo no voy a
agradecérselo!?
Ignoro
si será cierto o no, pero creo que fue Whitehead quien afirmó
que toda la filosofía occidental
no es más que notas a
pie de página de
la filosofía de
Platón, digo esto porque creo que fue este quien en
la Apología
ya afirmaba que todos podían hablar mejor y con más tino que el propio
autor de la obra. Goethe
advertía que el poeta no debe ser su propio explicador, ni traducir su poesía
en prosa ordinaria; en este caso, dejaría de ser poeta.
Recuerdo con pena en este sentido los comentarios de san Juan de la Cruz a sus
poemas escritos “desde la otra ladera” (Dámaso Alonso dixit).
Intento
centrarme ya en lo que suscita problema grave en Bishop. Lo recuerdo citando su comentario en este blog:
Muy agradecido.
Pero el análisis de la virtud y el comportamiento personal de un determinado
individuo no tienen nada que ver con su obra artística, y menos todavía con la
crítica literaria: si uno critica la música de Wagner, no puede hacrlo desde la
consideración de que era un sinvergüenza y un antisemita, si uno critica la
obra de Cela no puede hacerse teniendo en cuenta que era un zafio y un delator,
etc. etc. Eso, insisto, sería caer en el argumento "ad hominem", una
gran falacia mal que nos pese.
Quedó
sobradamente demostrado arriba que, por mi parte, puede que hubiera explicación
deficiente, pero en ningún caso ataque a Gabriel García Márquez por su
condición la que fuere. Quedó sobradamente demostrado el sentido de mis
comentarios, el alcance de estos y su sentido. Quedó sobradamente demostrado
que no es posible saber de la música de Wagner ignorando quién fue éste ni
hablar de El viaje a la Alcarria o La familia de Pascual Duarte o de los
apuntes carpetovetónicos… sin saber quién fue CJC. Quedó sobradamente demostrado que la crítica
literaria no se ocupa de la condición humana, ética, etc. de los autores. ¿¡De
qué es, por tanto de lo que estamos hablando!? ¿Cuál es el problema al que nos
enfrentamos?
Podría
acudir a otras fuentes y elaboraciones, pero me voy a valer de Antonio Ruiz
Retegui, quien en paz descansa, y a quien brindo, como pobre homenaje, estos
renglones. Resumo, adapto y retoco su escrito.
A
partir de la modernidad el concepto de producción no es que se sobrevalore y
privilegie, sino que comporta un cambio absoluto en la concepción de la acción
humana y su valor. (Con don Joaquín Valdivia comenté algo de todo esto no hace
tanto: la distinción clásica entre facere
y agere).
Toda
acción transeúnte del hombre es aquella que produce algo fuera de la potencia actuante: poiesis lo llamaban los griegos, facere los latinos. La medida del facere, digamos, es la propia "idea" de la cosa que se
trata de producir. La corrección del trabajo que realiza quien construye un
artefacto bien se puede medir por la adecuación entre lo realizado y los planos
proyectados. Quien actúa logra la realización plena y perfecta del facere si realiza con perfección lo previsto. Quiero
escribir un soneto y logro la estructura métrica prevista, el ritmo deseado… y
no un poema de rima en los pares y de ocho sílabas…, pues en ese caso podría
tratarse de un romance, que no de un soneto, y de un fiasco, por tanto.
Esa
acción transeúnte comporta, a su vez, una modificación en quien la realiza, es
decir, se produce en el actor, tras la acción realizada, durante ella, desde su
concepción, un efecto inmanente. Esta acción despreciada por la modernidad,
anulada, era denominada por los griegos praxis;
agere, por los latinos. En este
sentido, digamos, la medida o el grado en que se alcanza el agere es la humanidad del hombre. La
acción inmanente estará tanto más lograda en tanto que el hombre cumple con su
verdadera humanidad (y no nos perdamos en la intención por Margaret Ascombe,
Wittgenstein…).
Estas
dos dimensiones de una misma acción se presentan como irreductibles entre sí y
con medidas diversas. ¿Qué cualidad personal capacita a la persona alcanzar un facere logrado, perfecto? Sin duda
alguna, el arte. ¿Qué perfección, cualidad o virtud humana capacita al hombre
para actuar rectamente, es decir, para que el efecto que su acción repercuta en
él mismo de modo que no sólo no lo destruya, sino que lo vaya realizando según
su verdad? La prudencia, auriga virtutum.
La prudencia capacita a la persona para que con su acción se vaya haciendo
mejor persona.
¿Es
mejor persona aquella que al ser más cualificada por el arte produce artefactos
más perfectos? Obviamente no: solo será mejor productor de lo que fuere a lo
que su arte se ordena. No es menos cierto también que la acción productiva,
tiene un resultado permanente (no encuentro la explicación exacta a esto del
Estagirita en su Ética a Nicómaco),
es decir: todo acto crea una disposición en la propia persona, pero ese efecto
directo, al referirnos al facere, es
el arte, es decir, la cualificación de la persona en orden a esa producción. El
arte hace mejor a la persona no en sí misma sino sólo bajo cierto aspecto. Por
el arte la persona se perfecciona no como persona sino como médico, como novelista,
fontanero… o profesor.
Aquí, estimado Bishop, entiendo está la explicación a sus afirmaciones: La
irreductibilidad del agere y el facere se advierte cuando se ve que una
persona puede conseguir gran perfección en el ámbito de la acción productiva, y
sin embargo quedar a la vez frustrado como persona. Se pueden realizar obras
externas de gran perfección a costa de dañar la propia dignidad personal. Y
análogamente se pueden realizar otras defectuosas que, sin embargo, han
supuesto un notable ejercicio de virtud, y, por tanto, un perfeccionamiento de
la persona en cuanto tal. ¿Es esto lo que sucede a Wagner, según usted? Lo
ignoro. ¿Es esto lo que sucede a Cela, según usted? Lo ignoro. ¿Es esto lo que
sucede a García Márquez? Lo ignoro. Digamos que no me entra en el cupo,
intenciones, fines, etc. de los comentarios que realizo en mi blog.
AJA, porqué no te pones al valor simbólico de olivo y aceite en mundo clasico, judeocristiano, poesís actual; ahí hay tema.
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