En el mundo clásico, el
pedagogo era un esclavo encargado de llevar a la escuela a los niños de su amo:
eso era todo. Estudié historia de la pedagogía con doña Mercedes Lamarque y el
manual era de un tal Sarramona, quiero recordar. Olvidé, si es que llegué a
saberlo, cuándo el pedagogo se metió en la escuela con el maestro y no se
largaba tras dejar al churumbel con su tablilla en la puerta.
Creo que en ese paso
algo cambió y algo se quebró. Una función es la del pedagogo, otra la del
docente y otra distinta e importante la del conserje. La mezcla de todo en el
aula, me temo, que, como los malos guisos, no resultó armónica y distorsionó
los sabores y se nos mezclaron churras con merinas y las almorranas con las
témporas.
Otro tanto se me antoja
ocurrió con la política cuando surgió el profesional de ella. No era ya un
alguien cualificado, distinguido por su calidad humana, intelectual, moral…
elegido por sus conciudadanos de la polis. El político que hoy conocemos mira primero
por él, segundo por él, tercero por su partido y si queda un ratico, por el
común de los mortales. Si el pedagogo enturbió el ambiente, la primacía de los
partidos en las democracias occidentales actuales, por su propio nombre y
naturaleza, son par-ti-da-rios… y, por tanto, los ciudadanos asistimos a
sus dimes y diretes, a la pugna entre ellos por sus intereses, a sus idas y
venidas… y quedan al pairo los problemas de la ciudadanía. Unos problemas que
ellos mismos son quienes los incoan, alimentan, miman y ¡así nos va!
¿Cómo hay parados y
puestos de trabajo que no requieren especial cualificación? ¿Cómo entran en la
nación personas saltándose la tapia? ¿Por qué no se reparte el agua?...
No hay comentarios:
Publicar un comentario