Fue empeño particular
mío, siendo un jovenzuelo, recortar artículos de prensa que me llamaban la
atención, leerlos, pegarlos en un folio e irlos archivando. Ahora que ya he
concluido la biografía de Alcalá Venceslada y se abre un nuevo período, he
cogido las carpetas donde estos artículos que cito se hallan conservados,
porque ordenados no están. Los miro con añoranza de un pasado irrevocable
mientras los hojeo: algunos de ellos los recuerdo, la mayoría no. Paso y repaso
nombres: Luis Racionero, García de Enterría, Emilio Alarcos, Jaime Campmany,
Enrique Rojas, Francisco Nieva, Miguel Delibes, Vallejo-Nágera, Camilo José
Cela, Manuel Alvar, Gregorio Salvador, Augusto Roa Bastos, Luis Rosales, Lázaro
Carreter, Francisco Ayala, Rof Carballo… ¿Sigo?
Desde hace muchísimas
décadas he sentido una especial admiración y devoción por Julián Marías. Lo he
leído muchísimo en sus libros y en la prensa, y tengo recortados innumerables
artículos suyos de ABC. Hoy me detengo en uno que trata una realidad para
mí inmarcesible, obsesiva casi en mi vivir cotidiano ¡y que tantos problemas me
ha creado!: la verdad.
El artículo de Marías
se titula “El desprecio a la verdad”. Es una tercera de ABC de 2 de junio
de 1994: no es tan vieja.
Dice Marías que
percibe, él tan atento siempre a todo cuanto se cocía en su entorno y más allá,
un vilipendio general por la verdad: se da en distintos países, pero sobre todo
se da entre las personas que, hipersolicitadas, abrumadas por tantas realidades
conocidas, no pueden contrastar qué sea verdad o no. La persona “se siente
aturdid[a] por múltiples solicitaciones, no tiene tiempo ni calma para reaccionar
a ellas”. No ha mucho comentaba el libro de Freire, Agitación y usé muchos sinónimos que describen la situación y que conducen a ese aturdimiento
que cita Marías. No me pregunto ¿qué va a pasar? –cuestionamiento que
Marías criticaba precisamente–, sino ¿qué podemos
hacer? ¿Qué puedo hacer yo? Esta situación de indistinción de la verdad y la
mentira, además de aturdirnos, nos conduce a una “actitud de atonía e indiferencia”,
nos sentimos, me siento inerme. Cierto que esta sentimiento a veces me tienta
con la acedia: “Para lo que yo puedo hacer… ¡mejor estarme quieto!”, pero es cierto
que esta tentación la combato de muchos modos. Me sirve la definición de hombre
de Polo: el perfeccionador perfeccionable; la persona se autoconstituye en su
acción en ese hacer y obrar que pretende la mejora personal y de todo aquello
que le rodea. El Papa Francisco, hablando del Espíritu Santo, decía también no
hace mucho de la importancia de dejar obrar a la Tercera Persona de la
Santísima Trinidad… en toda realidad y también nuestra propia persona: ser dóciles
al misterio…, no entorpecer con nuestras limitaciones, con nuestros pecados… La
verdad se defiende diciéndola siempre. No me olvido de El poder de los sin
poder de Havel y me consta que las “puertas del infierno no prevalecerán”.
Escribe Marías: “Temo […]
que se pueda usar la mentira con impunidad. En ciertos medios hay incluso un
extraño placer en ella: se paladea el ‘ingenio’ del que la usa, se admira la habilidad
para pasar por encima de la verdad y pisotearla”. Tengo la sensación de que
esto ha ido a más. ¡Y escribía esto en el 94, cuando Internet estaba en pañales!
La política es campo
abonado para que la mentira crezca por doquier, sencillamente porque o no se sabe
o no se quiere, que es más grave, ir a la raíz de la solución de los problemas
por el camino de la verdad…, ¡mas cómo llegar a ella si se niega su propia
existencia! “La verdad no existe”, me dijo un alumno (lo invité a saltar por la
ventana desde el 3º asegurándole que no le pasaría nada, pero no saltó). ¿Qué
decir de las mentiras en el campo académico e intelectual? “Si el historiador
falta a la verdad, si cuenta lo que no ha sucedido, o calla lo que
efectivamente aconteció, o lo desfigura, no es que tenga ‘poco valor’, es que comete
un delito intelectual”. Leyendo esto me mueve a ternura y piedad lo que escribe
Marías. Me da la sensación de que es de una inocencia infantil cargada de una
candidez admirable, que no era tal, por supuesto.
Como no podía ser de
otro modo, Marías, no solo diagnostica y señala síntomas, sino que va a la etiología
de la enfermedad: “Me pregunto cuál es la verdadera raíz del desprecio a la
verdad. Creo que es el desprecio a uno mismo. La verdad va de tal modo unida a
la condición humana, que el faltar deliberadamente a ella es lo más próximo al
suicidio”. Por favor, relea la cita. Y añade: “Se la puede descubrir, muy especialmente
en los jactanciosos, en los que parecen particularmente satisfechos de sí mismos;
por eso ese descontento acompaña tantas veces al éxito, a la fama, el poder o el
enriquecimiento. Se pone un cuidado máximo en encubrir ese desprecio que se siente
por el que se es, se intenta convencer a los demás de la propia excelencia, con
la esperanza de que lo persuadan a uno, pero esto es particularmente difícil, porque
no hay en ello ingenuidad, sino que el que desprecia la verdad sabe muy bien que
lo hace, y por qué. Hay una extraña y siniestra ‘lucidez’ en todo esto, que le
da su mayor gravedad”.
No lo dice Marías, sino
que lo apunto yo, con perdón: es la incomprensible tentación y atracción del
mal, sí, del Mal. Como intelectual excelente que era habla de la fascinación que
debe de sentir este por la verdad, y emplea una palabra muy suya: “entusiasmo”.
Hay que vivir y moverse con entusiasmo. La verdad, por nimia que sea, para el
intelectual es una adquisición fabulosa y el mentiroso, pusilánime, acobardado,
parece saberse incapaz para alcanzarla y se revuelve en su soberbia y su miseria
para arrancarle a la verdad briznas con las que revestir sus mentiras. “Tiene
una alta idea de lo que desea ser, y una muy pobre de lo que realmente sabe que
es, y no se da cuenta de que la medida de cada uno está en lo que efectivamente
hace, y que el hombre de dotes modestísimas puede ser una persona cumplida, lograda,
llena de realidad, plenamente satisfactoria”. En esa brecha entre quien soy y
quien querría ser brota ese desprecio de sí que conduce a la infelicidad y concluye
Marías su artículo preguntándose y preguntando al lector cuántos de los males
que hemos conocido en nuestras vidas no tienen su origen en la mentira y el rechazo
por la verdad, la pereza ante su búsqueda.
¡Qué buen rato he
pasado releyendo y parafraseando a Marías! Lo sabía mi amigo, aunque nunca nos
vimos. Crucé muchas veces el puente del que su maestro hablaba para llegar a
él, para encontrarme con él, servidor, pobre lector y él excelente pensador e
iluminador de la realidad…
Seguiré buscando entre
los artículos de mis carpetas y, de vez en cuando, haré referencia a ellos. Así
hallarán cumplida cuenta en aquel trabajo que me tomé hace tantas décadas…
Desde los ochenta hasta no recuerdo cuándo.
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