Quiero recordar que
compré este libro porque leí una crítica de Revista de libros. Ahora lo
miro (no ha fallado la memoria por esta vez: https://www.revistadelibros.com/aburrimiento-y-psicopatologia/).
El lector que desee una crítica más detallada, más extensa… en ese enlace la
puede hallar.
Voy a hacer un
comentario muy personal.
Este libro, uno más de
los adquiridos en estos años dedicados casi en exclusiva a Alcalá Venceslada,
fue a las baldas de la biblioteca con los otros, tras ser catalogados y casi
olvidados porque uno estaba en otra empresa. Ahora poco a poco voy a ir leyendo
estos libros para los que no dispuse de tiempo cuando llegaron a casa –algunos
llevan años: son más las ollas que los díasson más las ollas que los días–
y los iré alternando, o no, con los libros que aún me quedan relacionados con
la biografía de Alcalá Venceslada.
Siempre me ha resultado
admirable escuchar que alguien dice estar aburrido: un niño, un adulto… “Me
aburro”. No recuerdo haberme aburrido en mi vida. Siempre he tenido
personalmente y en mi entorno y en mí mismo tantas realidades de las que
ocuparme, que me han tenido no digo ensimismado ni encantado, pero sí ocupado y
alejado de todo aburrimiento.
La autora, me da la
impresión, ha publicado la que fue su tesis doctoral o parte o ampliación (me
confirma el autor de la crítica de Revista de Libros, que la hizo sobre
Blumenberg). Hace un estudio histórico más o menos cronológico de qué ha sido,
qué se ha entendido, cómo se ha interpretado, cómo afectó… el aburrimiento
desde que puede rastrear en los textos clásicos la palabra “aburrimiento” o
bien sinónimos que los aproximen a esta realidad.
Se pregunta Ros Velasco
si es bueno o malo, si es endógeno o exógeno, si puede serlo de uno y otro a la
vez. Sin duda se encuentra con un problema y es que solo puede acudir, ¡a ver,
así es la vida!, a fuentes escritas y quienes escribían hace más de dos mil
años ¡y aún menos de cien! no son unos cualquiera, sino personas cultas y, por
tanto, tenemos una visión parcial, ¡es la que hay!, de esta realidad. La autora
se plantea qué juicio moral merece el aburrimiento y sus secuelas y sus
parientes… ¿Es bueno o es malo? No parece que ese sea un cauce prolífico para
su investigación, aunque no deja de abordarlo con muchos datos y lecturas, que
son muy de agradecer; pero no hay un juicio absoluto y siempre. En lo que sí
parece que hay acuerdo es que se debe distinguir entre el aburrimiento que
depende de la persona o que depende de la realidad que la rodea. También parece
obvio que el aburrimiento admite grados.
Se aburría la aristocracia
griega y la romana. Esta cambiaba la casa de la ciudad por el campo, cambiaban
las actividades, iban y venían para sacudirse el peso del tedio, mas ¿y los
esclavos? No se les cita. Son cosas. Me temo que ellos ni se aburrían ni
cuentan. El aristócrata aburrido tenía la terrible puerta del suicidio,
recomendada por Séneca, por ejemplo.
En la Edad Media se
puede seguir con más información el aburrimiento tras la llamada acedia, que se
ha traducido muchas veces por pereza… Era frecuente y preocupante el
aburrimiento en los monasterios donde la vida regulada, tan regulada, según demuestra
la autora que les llevaba a la monotonía y esta al aburrimiento. Me preguntaba
al leerla… ¿Acaso no tenemos todos… todos días situaciones más o menos
semejantes unos a otros? Todos los sábados no hay un plan maravilloso ni los
miércoles hallamos el despacho, la oficina, el aula, el tajo… distinto: ahí
están los mismos con las mismas o muy semejantes realidades que solventar y a
las que acudir. Cada uno tendrá que dar un tono distinto a su día y tendrá que
averiguar cómo lo hace, o no.
Va siguiendo los recovecos
de los textos y el tiempo donde se habla del aburrimiento. Pasamos al Renacimiento,
pasamos el Racionalismo, pasamos por el XIX y hasta el XXI… y seguimos sin
tener claro qué sea eso de aburrirse y en qué ámbitos y por qué se aburre el
niño, el obrero fabril… ¿Es bueno aburrirse? Recuerdo cuando me pegaban en la
escuela y me ponían de cara al rincón; lo de la palmeta era desagradable, pero
estar de cara al rincón era maravilloso: podía escuchar los mínimos ruidos de
clase, el silencio allí era casi absoluto… y yo podía pergeñar mentalmente las historias que me diera la gana…
El capítulo sexto me ha
parecido la mar de académico: obras, autores, investigaciones que parecen dar
un avance y no lo son, se solapan… Me produce hartazgo. No me aburren, pero
tampoco me dicen gran cosa el nombre de psicólogos o psiquiatras o pedagogos a
tutiplén. Como tema de oposiciones para el ramo, bien, como divulgación largo y
tedioso. Lo arduamente trabajado, quizá durante años, como una tesis, invita a
no dejar noticia sin dar porque hallarla, asimilarla, colocarla fue muy
complejo y laborioso como para desdeñarlo, pero para un libro de divulgación es
un exceso… ¡que aburre!
Al final parece que el
aburrimiento es como el traspié que no da con nuestros huesos en lo peor:
peligroso, pero nos hace avanzar. El aburrimiento es un padecimiento necesario,
ineludible al parecer, evanescente y polisémico, casi imposible de acorralar en
una definición… Hiperbólico defender que el aburrimiento ha hecho progresar a
la humanidad: con solo quitarse las anteojeras se cumple… Desde las cavernas a
la Luna por el aburrimiento…
Me acuerdo de Dalí
quien comentaba que siendo niño se ponía pinzas de la ropa en las orejas –¡tenía
donde pinzar!- para darse el gusto de quitárselas y ver lo bien que estaba sin
ellas. Hay quienes tiran adoquines y los rematan de cabeza… Existen quienes, al
parecer, disfrutan mucho el aburrimiento que les genera mayor creatividad y les
aumenta las capacidades intelectuales… Como siempre, por barrios van las risas
que el vulgo dice o según perspectivas, que decía el filósofo.
El libro está bien escrito,
con soltura. Contrasta la pesadez de las citas de desconocidos estudiosos del aburrimiento
y la escritura ágil de la autora. He aprendido, ¿mereció la pena el viaje? Una
vez hecho vana es la pregunta.
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