Yo no voto, tú no votas…
De fondo oigo el bronco
rugido del motor del mar. La potencia terrible de sus olas que estallan sin
cesar en espuma en la orilla de la playa. Una y otra vez, indiferente a cuanto
a los hombrecillos de tierra nos sucede.
Los entiendo. Comprendo
a quienes optaron por no votar en las elecciones de ayer. Es un voto una
palanca muy ligera, muy frágil, muy débil para mover… qué. El punto de apoyo,
un partido político, está muy lejano, ajeno: ¿quiénes son esos que con tanto
afán dicen querer representarme? ¿Dónde estaban hace unos días? No tengo ni
idea: andaba yo en lo mío cotidiano, pero ¿y ellos? ¿De dónde salen, qué
quieren…? Desconfío de sus palabras, de sus ofertas, de su grandilocuencia. No
me hablan a mí, sino que cruzan sus discursos como espadas entre ellos, entre
unos y otros. Quieren mi voto, pero no sé muy bien para qué… Me da la impresión
de que lo desean para ellos, para guardarlo en su granero donde depositan otros
votos, miles de votos, millones de votos… de los que comerán ellos durante años.
Ellos y nosotros. Cuando hablan de los ciudadanos no se incluyen: nunca dicen “nosotros
los ciudadanos”… Ellos forman grupo aparte: comen en otras mesas, viajan en
otros aviones y otros coches, viven por encima de la media, son jueces y parte
en esto de los repartos y sigo sin ver cómo afecta el voto que deposité hace
años en mi vida ordinaria…
Sigo como las olas,
siguen ellos como las olas de otros mares donde se oyen otras voces en otros
ámbitos y sigue el mar rompiendo en espuma en playas que parecen las mismas, las
de ellos y las nuestras, pero son distintas. Sí, comprendo a quienes optaron,
era una posibilidad, por no votar.
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