Comencé a escribir la
biografía que me ocupa de Alcalá Venceslada con varias convicciones de las que
pocas se mantienen en pie. Pensé que lo podría hacer en unos meses y en junio
del 24 hará tres años que estoy con ella a marchas forzadas; me equivoque. Que
conocía a Alcalá Venceslada, y me volví a equivocar: lo ignoraba casi todo, por
no decir todo: mucho de lo que creía saber estaba distorsionado, no era exacto,
etc. Estaba seguro de que escribir una biografía –esta es la primera que
intento escribir en mi vida–, necesitaba aclarar la
circunstancia de lo vivido por el biografiado; esta vez no me equivoqué, aunque
es difícil demarcar hasta dónde se ha de abundar y opté por el principio que
afirma que “más vale que zus zobre que no que zus farte” y esto me ha llevado,
como saben quienes siguen estas entradas, a berenjenales y jardines tan
hermosos y complejos que se extienden ya, insisto, para tres años.
Fue la familia Alcalá
Venceslada una familia de muy honda raigambre cristiana que arrancaba, hasta
donde me alcanza, en casa de sus abuelos: los Alcalá Orti, quienes era
profundamente creyentes y, lógicamente y, por consiguiente, practicantes a
nivel personal y familiar. Es obvio que rehúyo un sociologismo falaz:
“necesariamente y sí y solo sí, Alcalá debía ser católico porque esas eran las
creencias y convicciones de su familia”. Obviamente no. Antonio Alcalá pudo
elegir otros derroteros como lo hicieron algunos de sus familiares mediatos o
inmediatos, mas es cierto que la mayoría de ellos fueron creyentes consecuentes
con sus convicciones religiosas, como él.
La persecución no ha
cesado al cristianismo desde que su fundador, Cristo mismo, predicaba en el
mundo: nada nuevo bajo el sol, por tanto. Hoy como afirma el profesor Tirapu
Martínez: “Lo malo es que nos quieren organizar
también la conciencia, lo correcto, lo de moda, y hurgar en el espacio sagrado
de la conciencia”. Se promueve el relativismo absoluto y arrinconar a sus
fieles… Insisto: nihil novum sub sole. Antonio Alcalá Venceslada siempre
mantuvo una actitud manifiesta en su vida de sus convicciones: nunca disimuló,
ni disfrazó ante los demás, en las circunstancias que fueran y ante quienes fuere su condición de cristiano con lo que ello comporta; y así en sus
escritos, por ejemplo.
Se celebraba el séptimo Centenario de la aparición de la Virgen de la Cabeza en el cerro llamado “de
la cabeza”. Alcalá Venceslada había sido muy devoto de esta advocación de la
Virgen desde que era un niño porque sus pueblos del alma, Andújar y Marmolejo, también
lo eran. Él llegaba a confesar que uno de los motivos de agradecimiento
impagable a sus padres era el haberle inculcado su amor a la Virgen y, en
concreto, bajo la advocación de la Cabeza: “mi ferviente devoción a nuestra
Señora de la Cabeza, título el más valioso que mis padres pudieron dejarme en
este mundo”, decía en una conferencia pronunciada en 1948. Ya en sus primeros
cuentos de comienzos de siglo de los que hemos hablado aquí, él mostraba a sus
personajes devotos de la Virgen, creyentes en Dios y lo hacía con absoluto
desparpajo y sin falsos respetos al qué dirán. Aclarado esto, continúo con la
narración de lo sucedido con el centenario séptimo de la aparición de la
Virgen.
La idea de Alcalá era
que no pasase la fecha del citado centenario y dejase un reguero de folletos,
de recuerdos que serían vagos en la memoria al paso de no muchos años. Quería
algo, una realidad indeleble, muestra del amor de los fieles a la Virgen de la
Cabeza y en particular del suyo. Propone, considero que inteligentemente, si se
me permite, una idea a la Comisión de señoras. Consideró que si se ganaba a
dicha Comisión el resto se daría por descontado. Y así fue. Su primera
propuesta, descrita con todo detalle, la hizo por escrito el 2 de febrero del
año 26, en el periódico El Centenario de Andújar donde publicó un
artículo que será reproducido por otros medios locales y provinciales. Su idea
era levantar unos pilares de piedra o ladrillo por la carretera, entre Andújar
y el Santuario de la Virgen, “cada 2.133 metros aproximadamente”, según calcula
él, y cubrir esos 32 kilómetros, repartidos entre los quince misterios. Además
de indicar el misterio correspondiente se pondría un mosaico con un poema que
hiciera referencia a cada uno de los distintos misterios. El poema sería
escrito por un poeta andaluz. Ambicioso el plan que quedó modificado, entiendo
también, con buen criterio –¡y más aún viendo cómo evolucionó todo hasta hoy!–:
no sería ahora factible pararse a rezar ante cada pilar un misterio del Santo
Rosario porque la carretera tiene muchas curvas, es estrecha… ¡y ahora se sube
en coche que no andando!; el vandalismo reinante habría molido los pilares, los
azulejos, etc. Y, por tanto, se concretó en levantar los citados pilares en el
mismo entorno y subida ya en el propio Cerro del Cabezo.
Así se admitió. Se
comprometía Alcalá Venceslada en buscar a “los poetas conocidos” andaluces
capaces de colaborar en una obra así. El jardín en que se metió le llevó mucho
tiempo, muchos quebraderos de cabeza, mucha correspondencia, algunos sinsabores
y decepciones… El poema se concretó formalmente en un soneto por cada misterio.
Hizo un listado de posibles poetas a quienes escribió, les explicó de qué se
trataba. La mayoría se excusó. No fueron pocos los que ni contestaron y así
dejó constancia, con orden, de quienes no quisieron o no pudieron colaborar con
él: Francisco Serrano Anguita, Francisco Clavijo, Luis Carpio Moraga, Enrique
López Alarcón, Juan Soca, Pedro Iglesias Caballero, Gabriel Enciso Núñez,
Francisco Villaespesa, Pedro A. Morgado, Alberto Álvarez Cienfuegos, Miguel de
Castro, Antonio Machado, Manuel Machado, Santiago Montoto, Salvador Rueda, S. y
J. Álvarez Quintero, Blanca de los Ríos, Salvador Valverde… Quienes escribieron
un soneto para cada uno de los misterios fueron: Los gozosos: Rafael de
Valenzuela Sánchez-Muñoz, Francisco de P. Ureña, Luis Carpio Moraga, José L.
Moreno Cortés, José Muñoz San Román; los dolorosos: Narciso Díaz de Escovar,
Marcos R. Blanco-Belmonte, Rodolfo Gi, Alfredo Cazabán Laguna, Ricardo León; y
los gloriosos: Cristóbal de Castro, Felipe Cortines Murube, María Pilar
Contreras de Rodríguez, Eduardo de Ory, Antonio Alcalá Venceslada.
Hago gracia al lector
de las decenas de cartas de peticiones, de las contestaciones, réplicas,
recordatorios…, etc. que tuvo Alcalá Venceslada, hasta que se inauguró el
llamado primitivo “Rosario Monumental”, el 12 de agosto de 1928; este rosario
fue realizado por el escultor Juan Luis Vasallo Parodi y desapareció en su casi
totalidad en el bombardeo del Santuario durante la Guerra Civil. El Rosario
actual, las pilastras y los bronces pertenecen al escultor González Orea y data
del año 1964, que ya no conoció Alcalá Venceslada en vida, pero ahí está su
idea concreta como realidad del festejo del séptimo Centenario de la aparición
de la Virgen en ese hermoso lugar de la Sierra Morena en Andújar.
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