5 de marzo de 2024

45- ANTONIO ALCALÁ VENCESLADA- De Valenzuela y Uzáiz, Ignacio, EL TREN DE JAÉN

 



El libro que hoy comento en esta entrada tiene para mí el interés biográfico de que el autor coincidió en la misma cárcel de Jaén, donde fue llevado Alcalá Venceslada en 1936 y por los mismos motivos: no participar del sesgo que se dio a la Segunda República desde su nacimiento, pasando por la Constitución del 31 y que desembocó en la guerra del 36 al 39, período que ya mismo trabajaré en la vida de Alcalá Venceslada. El motivo por el que encarcelaron a Ignacio de Valenzuela es el mismo por el que por primera vez lo hicieron con Alcalá Venceslada y todas las siguientes, que es el mismo por el que encarcelaron y asesinaron de forma arbitraria en la llamada zona roja a miles y miles de españoles: “por desafecto al régimen”. A Alcalá lo encerraron unos días después que a Ignacio de Valenzuela, a quien mucho me extrañaría que no conociera por muchas razones (publicó Alcalá Venceslada un artículo en don Lope de Sosa sobre su hermano, Rafael de Valenzuela y Urzáiz, militar caído en África, hijo de don Rafael de Valenzuela y Sánchez Muñoz, natural de Andújar. El curioso lector puede leer el artículo escrito por Alcalá en el número 127 del año 1923, pp. 195 y ss. de la citada revista).


El libro de Valenzuela Urzáiz es una obra testimonial, escrito por una persona culta que no es escritor y que ha sido editado por sus descendientes que no son conocedores en la materia, es decir, no son editores y se nota la elaboración casera de la maquetación que, para el caso, dicho sea de paso, es suficiente, así como la redacción del autor.

Fue Ignacio de Valenzuela apresado en Villacarrillo (Jaén) donde vivía con su mujer y sus hijos y donde deduzco, por lo que dice, que vivía de las tierras que poseía. Su detención fue en nombre del pueblo (?) y en nombre de este fue encerrado en el pueblo, es decir, en Villacarrillo: en el Ayuntamiento y en la iglesia, y llevado después, junto a otros paisanos, a Jaén donde aterrizó en la cárcel, primero y en la catedral después. El motivo, repito, por el que eran detenidos era tan arbitrario e injusto como esos otros miles que lo fueron e incluso fueron asesinados vilmente por una chusma en nombre de la Libertad, la Justicia y… lo que a ellos se les pusiera en sus mientes torcidas, abominables e ignorantes, salpimentadas de rencor y odio.

¿Qué era yo en la cárcel? Según me dijeron, un detenido político a disposición del Gobernador Civil de la provincia. O sea, un criminal, requetecriminal, ya que el motivo de detención era para la gentuza, dueña y señora de nosotros en el momento, el mayor crimen que puede cometerse en la humanidad: no confraternizar con lo marxista. 

No ser afecto al régimen impuesto. Una realidad es ser republicano, pues se puede ser republicano de izquierdas, centro o de derechas (incluso de ultraderecha lo es Le Pen en la muy republicana Francia) y otra distinta el planteamiento de la Segunda República española creada, alimentada y cebada por y para las ideologías marxistas y contra todo lo que no fuera tal: cristianos, derechistas, centristas, monárquicos, falangistas… Lo que fue creando una atmósfera irrespirable.



La redacción del libro adolece, como escribí arriba, del desconocimiento de las técnicas propias de la narratología. Esto, insisto, no es una novela, sino un trozo terrible del testimonio de una vida en un momento aterrador; es un texto de liberación personal; un diario personal no destinado a su publicación que sus sucesores han decido, con buen criterio, creo, darlo a conocer. Nadie dé por seguro que esto lo conocen la mayoría de los españoles, es más: yo diría que lo conoce una inmensa minoría y la inmensa mayoría, iletrada, ignorante, inducida por las falsas ideologías manipuladoras al uso… se temen, porque no piensan, que surgieron de súbito en España, millones, como si de setas se tratara, de fascistas, nazis y ultraderechistas dispuestos a asesinar a todo pobre, empleado, jornalero, hortera, funcionario… No. De Valenzuela escribe que quienes descendían del camión en la puerta de la cárcel de Jaén eran saludados por un paisano del pueblo:

Por cierto, que la escalera improvisada se colocó por un miliciano que venía desde Villacarrillo en guarda personal nuestra, y que iba saludando amablemente a todos los que conocía del pueblo, que eran casi todos los que había en el camión, ya que allí no había duques, ni marqueses, ni condes, ni barones, ni vizcondes, ni millonarios, ni más que unos pocos señores, algún pequeño propietario, y varios trabajadores manuales y, además, ¡casi todos vivían con el sudor de su rostro!

Y de la cárcel de Jaén escribe el autor:

Desde luego puedo afirmar que la cárcel de Jaén es mejor, dentro como es natural de su tamaño pequeño, que la Modelo y la de las Ventas de Madrid, ya que "he vivido las tres delicias". Y es mejor por su conjunto, ya que las celdas son relativamente más limpias. Los patios son muy proporcionados al número de presos de cada galería, y tienen un agua que creo es de Los Villares y pertenece a la traída general de aguas del pueblo, que es sencillamente un agua digna de embotellarse para competir con la mejor de mesa que pueda presentarse. 

Aunque no solo de pan vive el hombre, el pobre de Valenzuela, encarcelado por odio, se conforma con beber agua del pueblo de los Villares, porque menos da una piedra y más daño hace.

El hecho que da título al libro, El tren de Jaén, es el famoso suceso de los crímenes cometidos con los ciudadanos encerrados y acusados de… y asesinados por esas mismas ignoradas causas, cuando eran supuestamente trasladados de Jaén a Alcalá de Henares. El día 11 de agosto de 1936 se hizo un traslado de presos, trescientos veintidós, es decir, 322 personas escoltadas y supuestamente custodiadas por medio centenar de guardias civiles y milicianos con el citado destino que llegaron milagrosamente hasta la estación del Mediodía de Madrid, pero que, al salir de la estación camino de Alcalá de Henares, el tren fue detenido por los ferroviarios anarquistas de la estación de Atocha. En esta estación se había fundado una checa de la CNT integrada por ferroviarios aragoneses liderados por Eulogio Villalba Corrales, militante de la UGT. Se seleccionaron once personas entre las que se encontraban: José Cos Serrano, presidente de la Federación Provincial de Labradores de Jaén y antiguo diputado del Partido Agrario; León Álvarez Lara, diputado por el Partido Agrario; Carmelo Torres Romero, jefe local de Falange en Jaén; dos sacerdotes y dos monjas y fueron asesinados frente a una tapia. Por cierto, Villalba Corrales murió en su cama en una residencia francesa el 16 de marzo de 1967.

El segundo tren partió de Jaén el 12 de agosto. Esta vez con sello de “saca”, es decir: para ser asesinados. El tren llevaba doscientas cuarenta y cinco presos, es decir, 245 personas escoltadas por 50 guardias civiles a las órdenes del alférez Manuel Hormigo Montero. Esta vez el tren evitó su paso por Atocha para que no cayeran los presos en manos de Villalba Corrales y sus milicianos (?); pero en el tramo de vía de la estación de Santa Catalina-Vallecas un grupo de estos paró el convoy y desenganchó la locomotora. El jefe de estación y el alférez Hormigo, que mandaba la escolta del convoy, hablaron por teléfono con el Director General de Seguridad, Manuel Muñoz Martínez, informándole que los anarquistas habían parado el tren y les apuntaban con tres ametralladoras a la altura de El Pozo del Tío Raimundo. Manuel Muñoz ordenó a los guardias civiles que abandonasen a los presos a su suerte. Luego se justificaría diciendo que «la poca autoridad que aún conservaba el gobierno se vendría abajo si las exiguas fuerzas de orden público acababan siendo arrolladas en un enfrentamiento con el pueblo armado». Una vez se retiraron los guardias civiles los milicianos comenzaron a ejecutar con total impunidad a la inmensa mayoría de los sacados y que transportaba el tren. Ignacio de Valenzuela no fue asesinado por alegar su origen extranjero: ser francés.

El resto de la obra es un rosario de sucesos que quien suscribe conoce de sobra por ser muy semejantes a muchos otros ya leídos en libros de historia, incluidas biografías, sobre este lamentable suceso y por ser autor de una obra inédita, España no perdona, que le llevó a leer incontables libros, insisto, de un bando y otro. Entre los nacionales detenidos su vida fue un peregrinaje de cárcel en cárcel, si no los fusilaban en una “saca” con o sin simulacro de juicio ante un juez especial de un Tribunal Popular Especial (?): si en Madrid y tuvieron cierta fortuna: una estancia en alguna embajada –en la de Cuba estuvo Ignacio de Valenzuela, por ejemplo–; y si salían vivos de estas, un largo y peligroso, penoso camino hasta alcanzar zona nacional o el extranjero: un barco desde Valencia a Marsella en el caso de Ignacio de Valenzuela. Calamidades, hambre, injusticias, humillaciones, desprecios, rapiñas, incongruencias, temor, miedo, muerte.

Quien haya escrito la contraportada lo ha hecho desde una muy cristiana perspectiva, pero no queda reflejada en la obra. Afirma que el autor perdonó a sus enemigos y no es esa la sensación que este lector tiene. Ignacio de Valenzuela no perdonó a quienes le arruinaron la vida a los suyos: familiares, amigos, conocidos, seres amados y al mismo autor. No se lo recrimino, lo comprendo, entre otras cosas porque no se puede perdonar a quien no pide perdón y a él no se lo pidieron quienes solo buscaban su mal y su muerte, pero bien está dar a cada uno lo suyo.

El autor pretende un cierto distanciamiento de la cruel realidad mediante una simpática ironía que no alcanza casi por norma su fin y queda en comentario entre grotesco y ridículo. También es destable la continua referencia a los amigos de la aristocracia con quienes coincide en las cárceles, gente fina y educada y sobresaliente… de conocidas familias, etc., un modo de enaltecimiento propio, da la sensación. Descanse en paz Ignacio de Valenzuela y Urzáiz.

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