Estos cuentos,
subtitulados, “Apólogos populares recogidos por Antonio Alcalá Venceslada”, se
editaron en 1930. Alcalá en su “Prologuillo” afirma que los recogió y los
acicaló un tanto para ponerlos a disposición de sus hijos principalmente,
aunque también, lógico, para todos cuantos los quisieran leer.
A
MIS HIJOS.
A vosotros, cifra de todos
mis desvelos, dedico esta obrilla para que en el día de mañana tengáis un
recuerdo más de vuestro padre.
Hizo una edición no
venal porque pensó que él, propiamente, no era el autor de los mismos y, por
tanto, no era justo que se beneficiara de sus ventas (?). Los recopiló dice:
Para esparcimiento de
la niñez fueron acopiados, como he dicho, estos cuentecillos fabulosos, aunque
ello no quiere decir que los grandes dejen de leerlos; antes bien, su lectura
les será muy conveniente no por provecho suyo, sino por el que puedan
proporcionar a los niños propios o ajenos explicándoles el sentido, tal cual
palabrilla oscura para ellos y la moraleja que, oculta o manifiesta lleven, y
apreciando al fin y a la postre, ya que no la forma –que
esa como de mi pluma bien poco vale–.
En
el citado “Prologuillo” y una carta de octubre de 1930, le dice a Rodríguez
Marín que tiene intención de aumentar el número de cuentos para editar un libro
más extenso y le ruega a su amigo que, como le dijo que tenía algunos
recogidos, se los envíe para incluirlos en ese posible próximo libro, para el
que no hubo ni tiempo ni lugar. Es cierto que, ya muerto él, se publicó una
obra que dejó para ello, La buena simiente (1993), familiar lejano de
esos Cuentos de Maricastaña, pero de los que ya comentaré, Dios
queriendo, cuando su momento llegue.
Estos
cuentos que, por la extensión y formato del libro, en apariencia no pasan de cuentecillos,
“librejo” lo llama Alcalá, tengo la certeza de que es obra que le ilusionó por
los motivos que fueran, pues habla y escribe de ellos, recorta y recopila lo
que de ellos se dice en los periódicos. Al fin y al cabo, toda obra literaria,
como tantos autores han comparado –Unamuno y Delibes entre ellos, que
servidor recuerde ahora– tienen algo de hijos que el autor echa al mundo
adelante.
Los
Cuentos de Maricastaña tienen algunos aspectos en común con los que
escribió a comienzos del siglo y ya comenté, pero su relación es muy
tangencial. Vamos a ver. Estos apologuillos, según dice, no son neta y
exclusivamente andaluces, aunque tengan rasgos, algunos de ellos que los puedan
así calificar: “cuentos andaluces”, es por ello, por ejemplo, que los
personajes, animales o personas, no son caracterizados con el habla andaluza:
no son seseantes, yeístas, etc. Él sabe incluso que algunos de ellos forman
parte de un fondo común sapiencial y que se pueden hallar en otras latitudes y
lenguas. Sin embargo, algunos otros “tienen un inconfundible sello andaluz,
como lo tienen cuantas criaturas nacieron entre la Mariánica y el Estrecho de
Gibraltar”. Los temas que trata los hace desde un espacio rural donde no hay
una ubicación concreta y ajenos a un tiempo específico, como toda enseñanza que
pretende ser universal. Están redactados en prosa y tienen un afán didáctico,
propio del costumbrismo, como apunta Carriscondo Esquivel: traído del principio
horaciano, enseñar deleitando.
Abundan
las fábulas y en ellas la zorra pasa por animal listo –aunque
no es la experiencia que servidor tiene como cazador o, al menos, no más listo
que otros animales salvajes–; nos tropezamos con una curiosa versión de los tres cerditos que
construyen sus casas con distintos materiales; el fatum en este tipo de mundos
todo lo dispone para castigar a quienes son malos: egoístas, mentirosos…
Desde
el punto de vista formal son muchas las palabras o las expresiones andaluzas
que acuden a los puntos de la pluma de Alcalá sin esfuerzo, pero que el lector
no conocedor de este léxico se puede ver sorprendido por palabras que ignora y
que difícilmente puede deducir del contexto: Costilla, “trampa para
cazar pájaros”; liria, “pegamento para atrapar pájaros”. Refranes,
comparaciones: “más tretas para la vida que un chalán”; Las llamadas expresiones
fijas, de enorme expresividad y de difícil traducción y no fácil
explicación: “tener gatos en la barriga”.
Asunto
aparte merece un comentario del vocabulario. Me va a permitir el lector que le
muestre la distancia de los tiempos, “los de la cotonía”, en que Alcalá
escribió estos apólogos, y los actuales. Seguro que quien me lee es persona
culta y seguro que habrá profesores. Me he tomado la molestia con el primer
cuento, “¡¡ Soldados vienen...!!"» de seleccionar las palabras y
expresiones que a mi juicio seguro que niños y adolescentes ignoran, y no pocos
adultos. Las razones son muchas, mas no es cometido de esta entrada aclararlas,
pero aquí les dejo las palabras seleccionadas del citado cuento y tras ellas
las expresiones:
Alférez, alfonsear,
algarrobo, angaripola, averío, buche, burdégano, busilis, carúnculas,
caudalejo, chaqué, copudo, cotonía, desdichado, dornajillo, encarnizada,
filósofo, gorja, hatearlo, jaracandina, leva, lonja, meticuloso, orondo,
periquete, presagiando, recluido, soldadesca, trueque, trusas, vanidad, yunta,
zarabanda.
“Del tiempo de la
cotonía”, “Haciendo pabellones con las lanzas”, “Incorporarse a su bandera”,
“Llegó con sus alfonseos”, “Pies en polvorosa”, “Relaciones nada cordiales”,
“Sentenciado para diciembre”, “Tierras de pan llevar”.
Y es que estos cuentos
de los tiempos de Maricastaña… están, a lo peor, lejos de los conocimiento
actuales, tan urbanitas, incapaces de distinguir una oveja de una cabra, tan
refractarios a la lectura y a los libros, tan amigos de las imágenes… Por
cierto, este libro no tiene ilustraciones…
A las buenas tardes mi buen amigo, cuan razón llevas con esas palabrejas que mencionas, de hecho tanto las costillas como la liria yo las usaba todos los fines de semana para tener carne para el arroz del domingo.
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