A Bea con más cariño.
Como en la vida misma,
en el blog es casi imposible quedarse en el difícil equilibrio de las siete y
media… Contentar a todos, imposible: que me extienda y me explique más; que sea
más breve en párrafos más cortos; que confunden sencillez y simplicidad… Complicado.
Lo que sí sé es que la vida no es simple, mecánica, automática, afable y sus
vericuetos evidentes. Lo siento por aquellos que así lo creen. Dicho lo cual…
Entramos ahora en la
zona más espinosa del jardín por opinable de la felicidad. ¿Me acompañas?
Decía Nietzsche por
algún sitio que eso de meditar o hablar o creer, que ya no lo recuerdo, en la
felicidad es cosa de ingleses. Les aseguro que no soy inglés por ninguno de mis
costados y me interesó siempre eso que la felicidad fuera o es. Me afané en ella
personal e íntimamente. Me acucia acotarlo y definirlo o definirla, pues ella
es. Confieso que he vivido, no sé si tanto como Neruda, pero también que he
leído y meditado mucho sobre esa realidad maravillosa, inasible que es la
felicidad: “el imposible necesario”, la definía Marías en La Felicidad
Humana.
Para el materialismo
marxista la felicidad no existe, ni es asunto filosófico, dice Gustavo Bueno.
En realidad, viene a decir en su obra, El mito de la felicidad, que esta
es solo eso: un mito, algo que no puede reducir al logos y, por tanto, una
especie más de las creencias de hombres elementales y primitivos que considera
que la vida tiene un thelos, una finalidad, un sentido, cuando esta
carece de él… para él. El materialismo considera ocioso hablar de la felicidad,
porque el destino del hombre es la nada, la vida un sinsentido y por tanto esto
que yo escribo -como lo que escribe Gustavo Bueno- es necedad y pedaleo inane.
Para el materialismo filosófico la cuestión de la felicidad es realidad ociosa,
cosa de ingleses, que yo no soy, ya lo he reconocido: y se ve que tampoco materialista
ni marxista porque creo en el sentido de la existencia. A ver, uno es como es,
como lo han hecho y más aún: como se ha hecho y pensado y creído (v. Viktor E.
Frankl, El hombre en busca de sentido).
Ocuparme de la
felicidad me exige tener una concepción del mundo que dé pie a la comparación
de mi definición, a mi anhelo de verdad: Repito mi definición:
La felicidad es un balance
positivo entre el yo real, que soy, y el que me gustaría ser; entre la realidad
que me rodea y la que deseo, que anhelo, me gustaría gozar, tener, vivir…
¿Cómo es mi yo ideal? ¿Cómo
me gustaría ser? ¿Cómo soy yo hoy, ahora? ¿Cómo es el mundo, la realidad que me
rodea? ¿Cómo me gustaría que fuera? ¿Cómo me gustaría estar en ella? Puedo
mejorar y quiero, con ello, también mejorar el mundo y cuanto más cercano mejor.
El hombre es el perfeccionador perfeccionable, decía Polo. Pérez-Reverte, que
para mí no es una autoridad en el caso que nos ocupa, pero al pelo me viene,
decía no sin tino que “Yo no escribo para mejorar el mundo, sino para hacer mejor
mi vida”, mas su vida no será mejor si el mundo que le rodea no
mejora: mi vida se ve condicionada por la guerra de Ucrania, por la mala
educación de mis vecinos, por lo que hacen de España los políticos españoles, de
mi jefe y de mis subordinados, de mis hijos y mi suegra…: no me quitarán la
felicidad ni la guerra ni la vulgar ordinariez de mis vecinos ni la torpeza de
mis jefes, pero “no mejoran mi vida” sus modos de ser y actuar, pero yo
necesito superar era circunstancia.
Bea afirmaba que la
felicidad es un estar y no un ser. “Te has quedado pensando”,
dijo Juan: sí, cierto: pensaba. La felicidad, primera y principalmente, es
consecuencia de algo que busco, que a veces me sucede: mi amada está conmigo… y
soy feliz; ha tenido un buen resultado mi equipo de fútbol y me hace feliz; mi
hijo aprobó unas oposiciones complicadas y soy feliz por ello; mi madre aún me
sonríe… Estoy feliz, pero al hacer la raya bajo los sumandos del día, de
la semana, de mi vida al día de hoy…, de forma consciente o no, en el examen
diario -que los presocráticos aconsejaban y el cristianismo adoptó- veo que es
positivo: soy feliz, aunque es cierto que restó tal o cual asunto, en tal lance
no estuve a la altura de la circunstancia, también me salió mal la gestión que
hice de… y rebajó mi cantidad de la felicidad (la felicidad admite grados: más
o menos; y calidad: no toda felicidad es igualmente enaltecedora de mi realidad
humana, personal; no se olvide que el hombre es animal, racional, dependiente;
para su calidad es capital la cantidad de vocabulario que se posee: es primario
poseer y manejar un léxico capaz de llegar a toda realidad para alcanzar una
felicidad más refinada y, por tanto, más humana.
La felicidad es una
consecuencia, insisto: deriva de una realidad que vivo, interior, exterior…
la que sea, lo que sea. Cierto que es, en parte, un sentimiento, pero no puede
serlo netamente porque los sentimientos son efímeros (un sentimiento es una
emoción racionalizada, nombrada. V. José Antonio Marina, Diccionario de
los sentimientos). En este caso estoy feliz ahora, pero puedo
no ser feliz. Puedo ser feliz y no estarlo en este momento. Por
favor, ¡que nos perdemos!: No se confunda la felicidad con la alegría ni con
estados placenteros. Ojo: me parece un error craso muy actual pensar que el
amor es un sentimiento; por eso cambio de amor (el enamoramiento es una
emoción, ya puestos, y por tanto pasajero necesariamente, ¡hasta Joaquín Sabina
lo sabe!: escuche Mentiras piadosas). Si el amor es ocasional, lo haría en
puridad inviable; es cierto que el amor a mis hijos es un sentimiento, pero
también es necesariamente inteligencia y voluntad, por eso no los tiramos al
cubo de la basura cuando nos dan un mal rato para morirnos… La inteligencia nos
dice que eso pasará y la voluntad, cuyo fin es el bien, persevera en el amor y
lo hace estable… mientras lo alimentamos, mientras nos vivifica. Lo dejo aquí,
pero el amor hay que mimarlo de continuo.
Estoy de acuerdo con
Enrique Rojas (Una teoría de la felicidad) en que hay determinadas
realidades que tienen un valor superior entre los sumandos que conducen a la
felicidad. Estos sumandos tienen que ver con la realidad antropológica más
profunda y esencial del ser humano: el amor, el trabajo, la familia, la
belleza, el bien… La felicidad derivada del consumo de drogas, por ejemplo, es
una falsa felicidad que hace inviable una verdadera vida digna; su valor es muy
escaso o nulo, incluso negativo porque la vida se autodestruye y puede llevar,
más pronto que tarde, a una vida infeliz, malograda (Alejandro Llano: Una
vida lograda).
La suma de esos sumandos
en los que estamos felices hace que sea feliz: Hago
la raya abajo y sumo… y el balance es satisfactorio, positivo, o insatisfactorio,
negativo. Es obvio que los sumandos, que el análisis del yo, de la
circunstancia debe hacerse sobre realidades valiosas (el valor es una cualidad
del ser que lo hace preferible; no cambia el valer, cambia la estimativa. V.
Manuel García Morente, El hecho extraordinario y otros escritos). No me
quita la felicidad un dolor de muelas ni me hace feliz que me toque un dineral
en la lotería: no. El dolor de muelas me molesta, me enturbia, me apesadumbra,
pero no me hace infeliz; el dinero, por eso, como decía la Lola Flores,
no da la felicidad, y añadía: “¡Pero te quite los nervios…!”, es decir, la
ansiedad, la intranquilidad, cuando el hombre tiende a la homeostasis, al
equilibrio, al balance, la ansiedad te puede llevar a la angustia y eso es
descender, bajar, depresión… El dinero puede mejorar algo de mi circunstancia y
puedo ser muy feliz, incluso, sin dinero, con una enfermedad terminal: la
reconozco, la asumo, forma parte del posible sentido de mi existencia y no
ensombrece ni hace negativo el balance de mi existencia. Aquello de la canción:
“Tres cosas tiene la vida salud, dinero y amor…” es tan romántico como
reaccionario, asunto baldío, periclitado (“He sido el hombre más rico del mundo
y no he sido feliz”, A. Onassis). Lo malo de estas realidades es que calan por
el ambiente en las vidas particulares: las ideas erróneas sobre la felicidad,
la ignorancia sobre los valores, confundirlos con las virtudes, con los dones,
la idea del amor como realidad pasajera… hacen calamitosas e impracticables
unas vidas dignas y muy improbables, unas vidas malogradas e infelices. Quizá
se pueda apretar un tornillo con un martillo, pero no es lo mejor. Aplicar
determinados principios a la propia vida comporta el riesgo de perderla y
arruinarla.
Mi definición de
felicidad, añado por una sugerencia, hacia viable que “cada uno tenga un modelo
de felicidad”. Cierto: como dijo el flamenco: “Naide es más que naide, pero caa
uno es caa uno”, pues eso que mi yo real no es el suyo, ni el referencial y
modélico no es quizá universal de igual modo…, etcétera.
Entiendo, y termino,
que es consustancial al hombre la necesidad de ser feliz, se repare o no en
ello. La felicidad es para el que se la procura, para el que trabaja en su vida
para hacerla feliz.
Por tanto, creo, Bea,
que no es incorrecto decir que soy feliz y no es falso que esté
feliz a día de hoy.
Se admiten sugerencias,
se puede objetar, impugnar, rebatir… Muchas gracias por ello también.
Hola Alcalá,
ResponderEliminarMuchas gracias por dedicarle dos entradas a Bea, una mujer que me ha hecho muy feliz.
En mi opinión la principal discusión de aquel día era: que se puede decir que una persona "es feliz" en el sentido de que está experimentando el sentimiento de felicidad en un momento dado. Sin embargo, la felicidad no es necesariamente un estado permanente en la vida de una persona. Yo soy Juan y un hombre, y no dejaré de serlo mañana. Si puedo dejar de ser feliz mañana o en un rato, aunque sea temporalmente.
Creo que esto no va en contra de tu propia definición: “el balance entre lo que quiero ser y lo que soy”. Este balance irá cambiando y será diferente en cada momento. Por tanto el verbo ser, por atribuir un rasgo inherente como tu explicas, no refleja bien un estado cambiante como la felicidad.
Si me permites, te doy mi perspectiva sobre tu definición de la felicidad: “La felicidad es un balance positivo entre el yo real, que soy, y el que me gustaría ser; entre la realidad que me rodea y la que deseo, que anhelo, me gustaría gozar, tener, vivir…”
En mi opinión, esta cuenta nunca podrá ser un balance positivo. Me explico. Tu definición asume que para ser feliz, lo que eres es más en balance de lo que te gustaría ser. En mi humilde opinión, esto no es posible. Nuestras expectativas siempre serán mayores de lo que realmente somos. Por tanto, cuando esa diferencia sea pequeña seremos felices. Cuando sea una gran diferencia no lo seremos. Sin embargo, ese balance siempre debe ser negativo. Es por ello que es mucho más feliz una persona que se conforma y aprecia lo que tiene y no se enfoca en lo que deja de tener.
Un abrazo,
Juan
Gracias por contestarme, Juan. Muchas gracias. Esto me hace sopesar lo que he escrito, lo que me respondes. Creo que es complementario en muchos extremos.
ResponderEliminarEl anhelo de felicidad, el ideal de felicidad de muchas personas... es pequeñísimo: te lo aseguro y se colma (¡tú lo sabes!) con poquito. ¡¡Uff!!: los predicados atélicos.
El "imposible necesario" que Marías dice es el propio del magnánimo y la felicidad está siempre en las consecuencias del viaje, en la lucha, en el afán, en la pelea, en el vivir con coherencia... desde donde "soy y estoy" hasta donde "quiero ser y estar".
"Sed felices, como Natalia y yo lo somos", que decía Raphael...
Espero que Bea te "haya hecho" feliz, y te siga haciendo feliz, como tú a ella y a tus hijas y a quienes os queremos.
Un abrazo Juan,
Ahora vas y se lo explicas a un guiri...
ResponderEliminarMi querido amigo, la lengua es el modo en que instalo en la realidad... Es lo que hay. Gracias por tus palabras. Un abrazo,
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