El pasado 6 de julio del año que
termina se celebró el aniversario de la muerte del Faulkner. Quien quiera saber
de él, que consulte en la red, que a todos se les da ahí información sobre las
dudas que puedan tener.
Cuando se tiene la fortuna de leer a
Faulkner, que no todos pueden, se percibe la sensación, a veces, de que uno
comenzó la lectura en medio de algo que no comprende, pero que le suena que sí
alguna vez leyó. El marcapáginas se movió de sitio, se llega a pensar; el folio
donde tomaba las notas se ha movido. Mientras leía, se fue un rato la cabeza
con la imaginación de paseo y se han leído párrafos, quizá páginas enteras, sin
enterarse. No es así. Esa sensación, esa impresión desesperante, es la que
asesina las buenas intenciones de muchos lectores que intentan abordar las
obras del yanqui y que renuncian y desisten.
Quizá el problema se halle en la prisa que manda en este mundo que vivimos como podemos. Para que un libro te coja –“Este libro te atrapa desde el principio”, hay quienes afirman del que leen- este debe eludir las descripciones, debe tener un dinamismo narrativo rápido, acudir con prisa al acontecer, al suceso, al grano… y todo cuanto demora sea, como las descripciones de cualquier índole, se convierten en entorpecimientos, que es lo que lector halla en las obras de Faulkner y que son para mí el intríngulis de su estilo y la apoyatura de su arte. Comparaciones imposibles, que aproximan realidades disímiles, sin afinidad alguna, pero que el sureño halla. Inmortales y palmarios esos personajes anormales, sacados de la realidad conocida del autor, que viven y mueren en situaciones no menos insólitas, de vidas arrastradas y extravagantes. Negros y blancos con unas relaciones solo concebibles por quien las ha vivido y conocido…
El
libro del que hoy comento, estos Cuentos reunidos, son una selección
hecha por el propio autor. Se dividen los cuentos en seis epígrafes y no sé
cuántos cuentos son, ni los voy a contar (caigo en la tentación y salvo error
son cuarenta). Es curioso, pero mientras leí esta extensa obra, más de ochocientas
páginas, no dejaba de acordarme del pasaje de Amanece que no es poco,
película de José Luis Cuerda, que tan bien ironiza sobre lo que vengo hablando,
y que no me resisto a enlazar aquí, aunque le quite solemnidad a la entrada.
https://www.youtube.com/watch?v=fOi5rv_Z7xU
No recuerdo con motivo de qué, no hace
tanto estuve mirando la bibliografía del autor de New Albany y
comprobé que la he leído, salvo error, completa con excepción hecha de su
última novela, Los rateros, que ya tengo sobre la mesa del despacho. Inolvidable
la trilogía de El villorrio, La ciudad y La mansión que las
leí mientras servía a España en Infantería de Marina, allá entre los años
85-86… Bien pudo haber un cuarto volumen que no existió, pero que podría
haberse titulado El cuartel.
Es cierto que en
estos cuentos seleccionados por Faulkner para el lector familiarizado con la
obra faulkneriana se tropieza con ciudades, ambientes, sagas familiares,
personajes, situaciones que le son familiares y es que el autor –quien la lleva la sabe– enjareta sus escritos de un modo muy singular,
hasta el punto que algunos textos pasan de un lugar a otro en sus obras, de
unas a otras, en sus exposiciones narrativas y argumentales, en la estructura
de sus obras, y de ahí que el lector, pienso, que tenga la sensación de que se
ha producido un salto, una elipsis mortal. Nunca Faulkner improvisa. Sus obras
no son un reloj descabalado. Dedica años a sus novelas. Las sigue y o las deja
y las retoma cuando tiene claro el camino. Insisto, parece que el lector, y así
es en muchas ocasiones, se encuentra con un cuento que empieza desorganizado, in
media res y, de este modo, si aguanta el tirón de las páginas que sean,
terminan por encajar o bien, desorientado en el supuesto caos argumental, la
maraña temporal, de enredos familiares, etc. el lector alza sus brazos lectores
y se rinde y guarda el libro para siempre jamás: conozco casos así.
Quienes gustamos
de la lectura demorada, las vueltas y revueltas de las descripciones, de los
vaivenes vitales de los personajes, inesperados tantas veces, con dirección a
ninguna parte, disfrutamos lo indecible. La elipsis es un arte y así lo es tanto
por lo que se calla y omite como lo que se dice. Cierto que ha habido cuentos
que han podido con mi paciencia y mi paladar lector: han sido demasiado pollo
para tan poco arroz. Me gustan especialmente los cuentos que se refieren a
pasajes de la Primera Guerra Mundial, la Guerra de Secesión, aquellos
ambientados en las grandes sagas familiares del sur americano, donde los negros
y los blancos pululan en singular trabazón… Todos aquellos donde los sucesos
nimios que, como en la vida misma, desembocan, en pequeñas o grandes
catástrofes, en nada a veces, que se padecen en silencio, sin queja ni sorpresa,
con la fortaleza que la paciencia aguanta.
Si me equivoqué
en algo capital en la elección del libro fue en la edición. La letra es
demasiado pequeña para mis ojos ya cansados y necesito ya una letra que me
permita no tener que estar moviendo el libro para mejor ver lo que leo…
Sin duda alguna
me ha merecido la pena la lectura de esta obra por el disfrute que me ha
proporcionado, porque aquí, señora, somos muy de Faulkner.
No hay comentarios:
Publicar un comentario