Ruiz Sánchez, José
Leonardo, Mártires de la persecución religiosa en la archidiócesis de
Sevilla (1936)
Al no existir la
casualidad, se han puesto de moda, es decir, han implantado modelos de
vivencias, perspectivas, maneras de ver y sentir… y así han impuesto un
determinado sesgo de memoria histórica, de memoria democrática…
Es curioso que así sea en un país donde gran parte de sus educadores llevan
años detestando esta potencia animal y, por tanto, también humana. Un amigo,
que de esto entendía mucho, afirmaba, para mejor ser entendido, que la memoria
es un músculo que cuanto más se ejercita, especialmente en los momentos de la
vida del niño en que ese instinto guía es predominante, mejor se tiene.
Metodoro de Escepsis (ca 145-71 a. C.) fue famoso porque tenía
una memoria excepcional; para él no era un don anormal, sino el resultado de
una técnica concreta que le permitió hablar no recuerdo cuántas lenguas, todo
ello según cuenta Ignacio Gómez de Liaño… La memoria sin duda es
importantísima, así la he considerado siempre como animal, como persona y como
docente… Su ejercicio y tenerla buena y presta te evita tropezar muchas veces,
más de dos, en la misma piedra. Recordar solo parte de lo sucedido, o de forma
sesgada, o interesada, o tergiversada… sea por parte de quien sea es tener mala
memoria o mala conciencia o sencillamente querer mentir. Si uno no sabe o no
recuerda, mejor se calla, saca tabaco y reparte caramelos y escucha.
Al hilo de mi
investigación sobre Alcalá Venceslada, el lexicógrafo, el filólogo, el poeta…,
mi abuelo, me he tropezado con muchas sorpresas que, si Dios da fuerzas y
tiempo, contaré cuándo y donde pueda. Una de ellas, de las muy amables y
admirables, es la presencia en la familia de una persona que tiene incoado un
proceso de beatificación por haber sido mártir en nuestra guerra, y nuestra
y guerra, a estas alturas no hay otra que “la gorda” que llamaba
Delibes en su 377-a madera de héroe. Cierto que este libro, uno más
entre la mayoría de los que vengo leyendo, poco nos aproxima a Alcalá
Venceslada, al menos en apariencia a su obra… ¿o no?
Mártires de la
persecución religiosa se ocupa de los martirios conocidos y documentado
con precisión en la archidiócesis de la Sevilla en 1936: tras la quema de conventos,
el golpe de estado y el inicio de la guerra (sin olvidar que Sevilla fue zona
nacional desde casi el mismo 18 de julio que se produjo el golpe y
“triunfó” en la ciudad del Betis). En los pueblos, así como en algunos barrios
de Sevilla, Triana, etc. los tiros, las ejecuciones, los desmanes, los excesos
y desafueros… fueron una realidad en los dos bandos contendientes. Sin embargo,
si se lee con atención la larga introducción, perfectamente documentada y
coincidente con otros muchos estudios, como la verdad no podría permitir de
otro modo, se verá que la persecución religiosa en la España desde el 31 en
adelante fue trabajo ordinario de lo que llamaríamos “la izquierda política”:
anarquistas, comunistas, socialistas… y entre los masones, que venían a coincidir
los hermanos en sus logias con algunas de las antedichas ideologías. El odio
contra Dios, contra la Iglesia, en aquella España se concretó contra la
religión católica y sus fieles (¿podría ser acaso de otro modo?) y llevó al
asesinato de muchos por el mero hecho de ser católicos.
Agustín Alcalá Henke era
primo hermano de mi abuelo. Su padre, que tenía el mismo nombre que él, Agustín,
se instaló en Alcalá de Guadaíra: tenía tierras, era boticario y hombre muy
generoso con los medios de que disponía porque entendía lo que era, y es, la
justicia distributiva. Otro tanto lo fue su hijo Agustín. Algo menor que mi
abuelo, también estudió Derecho en Sevilla y Farmacia con posterioridad en Granada.
Fue, como su padre, empresario que empujó la producción de aceituna de mesa en
Sevilla y su exportación a los Estados Unidos. Hombre piadoso y generoso con
cuantos reclamaban su ayuda, no dejó de ayudar a los necesitados de su pueblo,
a las necesidades de las parroquias de su pueblo… Por todo ello, cuando dos
pistoleros, el 17 de julio del 36, lo asesinaron por la espalda mientras
hablaba con unos amigos… toda Alcalá de Guadaíra fue unánime al afirmar que
nadie del pueblo podía haber matado a un hombre que era tan bueno con todos
(nunca se ha sabido quiénes fueron sus asesinos). Llevado a Sevilla de
urgencia, muy grave, acompañado por amigos y un sacerdote, murió perdonando a
quienes lo habían asesinado.
Si se conoce cómo se vivía la religiosidad en casa de sus
bisabuelos, los Orti Lara, y en casa de sus abuelos, y en casa de sus padres,
se puede comprender cómo la vivió Agustín Alcalá Henke y cómo la vivía Alcalá
Venceslada. No me detengo ahora a explicar cómo Ortega, cuando distinguía entre
ideas y creencias, hablaba de estas como esa realidad en que se vive, es decir:
la creencia vívida de una persona en Dios no es una realidad superpuesta,
accesoria, accidental, sino consustancial y, por tanto, afecta e impregna todo
cuanto se hace, se piensa, se dice, cómo se hace, cómo se piensa… ¡y cómo se
obra! (y tampoco me detengo a diferenciar entre hacer y obrar).
Quizá esto es sustancial para el estudio que hago sobre Alcalá Venceslada. Ya
leí y comenté lo que nos contaban sobre la religiosidad de Juan Manuel Orti y
Lara tanto Damián Isern y como Andrés Ollero. Considero que no es desdeñable
esta y alguna otra consideración sobre la vida del beato Agustín Alcalá y la de su primo Antonio Alcalá.
Es de justicia. Bien hecho.
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