Por primera vez en este verano disfruto de la lectura de un libro de poesía. La obra es de un conocido: Jacobo Cortines Torres. Su tío abuelo, Felipe Cortines Murube –de quien he comentado algunas obras suyas aquí– y mi abuelo fueron buenos amigos y por ese cauce hemos llegado a conocernos Jacobo Cortines y servidor.
Supongo que, mi
asociación de la poesía al verano, se debe a que este me regala, o me regalaba,
más tiempo y la poesía, para mí, requiere de él. Considero que la poesía no es
para leerla en el metro, ni entre dos paradas de autobús, ni viendo el
telediario… Requiere de-espacio… Al menos en mi caso.
Termino el librito de Cortines.
Me deja un regusto a estaciones del año y a campo y plantas... Y a dolor y
sufrimientos recuperados del recuerdo.
Divide el autor su obra
en seis partes que, entiendo, nacen en momentos distintos y tienen temáticas
diversas. Decía Azorín que “Vivir es ver volver” y Cortines escribe que “ir es
volver”. Y eso se me antoja que hace el autor en estos sus versos. Llegada a
una edad ya provecta, por el tiempo vivido, y madura por lo mucho aprovechado,
siente el poeta el deseo de volver a revivir lo pasado colmado de felicidad:
ay, Manrique: “cualquiera tiempo pasado…”; si ir es volver y vivir es
ver volver… o desearlo, o quererlo...: “Feliz el niño, y desgraciado el
hombre”, escribe Cortines en un verso.
Son muchos los
recuerdos rurales recobrados. La presencia de la naturaleza hecha campo o
jardín se ve matizada por la visión particular y le da tonos románticos a
aquella realidad de la que nos habla Cortines. Y así se despide de la luz del día envuelto en brumas, antes incluso de que
la oscuridad se apodere de ella y la haga oscuridad y noche. El poeta se
halla presente, en primera persona, protagonista-agonista, de muchos de sus
versos. Se refiere a sus amigos y sus actividades, a sus ocupaciones y a sus
trabajos, a sus ilusiones y utopías… De su incesante viajar por el mundo. Su
afán por mejorar un mundo difícilmente mejorable, quizá imposible de mejorar… solo
con el esfuerzo humano, mas no quiere renunciar a él ni a esa meta.
Nos cruzamos con la
presencia también casi continua de la música que desde niño aprendió a amar como
cuenta en La edad ligera. Sin duda nos hallamos ante una persona culta
que se ha ocupado de pulirse y depurar su ser mejor persona. Esto comporta,
también, progresar en todos los ámbitos.
No permanece, como
escribo, el poeta pegado solo a su intimidad y a sus círculos más próximos de
amigos, familiares… El largo poema “Europa” del epígrafe “Días y trabajos”, que
da título al libro, cobra en estos meses una actualidad humillante: en dicho
poema aborda la desgarradora guerra en los Balcanes –¿acaso
alguna no lo es?–: hoy una nueva guerra asola el este de esa misma
Europa, como una prueba más de que vivir es ver… volver. Terrible, sin
duda.
La resonancia en los
versos de otros autores, ideas, imágenes leídas, aprendidas, asumidas,
trasladadas y recreadas para su propia vivencia se hallan en los versos. Es
Cortines excelente catador y conocedor de la Literatura así, con mayúscula. Nos
dice de las contradicciones de la vida, sus antítesis, sus humorismos… sin
gracia alguna, que invitan a la meditación seria y profunda por el sentido de
la existencia
Hallo resonancias
románticas, insisto, ¿cómo escabullirse de ellas?: la vida vista desde el
clasicismo, desde el romanticismo… nos invita a perspectivas de claros y
oscuros, de evidencias indubitables y realidades inextricables.
De modo explícito o
implícito el poeta va dejando jirones de su intimidad entre poemas y versos.
Sin conocer a fondo la vida del autor, quiero escuchar resonancias, acordes de
su vida pasada, recuerdos de otros momentos tamizados por la sensación fija de
pérdida irreversible: “¿Y qué, pobre de mí, qué hubiera sido/sin ti, Cecilia,
de celestes ojos?”.
Entiende el poeta, sin
decirlo, que el amor es donación mutua, transformación del yo en tú, siendo el
tú un yo también matizado, distintos el tú y el yo, por el amor, se funden,
transforman y se elevan y con ellos la realidad y la circunstancia toda que los
rodea (de veras: no es prurito pedante ni defecto profesoral, sino deleite y
disfrute de aprendizajes del pasado que se rememoran también hoy: Pedro
Salinas, La voz a ti debida, “Vivir en los pronombres”).
La invocación del poeta
a la amada ida, muerta, no puede por menos que recordarme otras situaciones de
poetas en momentos semejantes. Cortines habla con Cecilia como Machado con
Leonor, por ejemplo. No quiere dejar que ella, muerta, insisto, deje de vivir,
sentir, ver lo que ahora, tras su marcha, aún perdura: ¡qué resistente y terca
la realidad frente a la fragilidad de la vida humana! Sin duda es hermoso que
le diga el poeta que ella “iba embelleciendo cuanto te rodeaba”. Se incluyen
poemas más narrativos que cuentan el proceso de la enfermedad de Cecilia.
Se siente, casi, cierto
pudor al leer muchos de los versos cargados de sincera intimidad de lo que fue,
y es, el delicado amor entre dos personas… Paso de puntillas por estos versos
porque solo el sonido de mis pasos temo que rompa el hechizo bajo el que el
poeta crea.
Hallamos la pandemia
del covid, aún presente entre nosotros, en los versos de Cortines. Muestra una
vez más la cara antipática y cruel de una enfermedad que no respeta vida
alguna. El poeta alterna el presente irremediable y cruel, con un pasado
tintado de bella ternura asociada a la infancia de Micones que rememora en
quienes fueron hermanos, niños y compañeros y amigos y hoy, como el poeta,
viejos por los que el tiempo pasó o incluso se llevó la muerte a la otra
ribera.
Aún recuerdo la defensa
de una tesis, en la que un miembro del tribunal, no dejó de comentar, solo, lo
que a su juicio le faltaba a la tesis del doctorando. No comentó lo realizado e
investigado por este. Así corrigen también muchos profesores: valorando lo que
falta. Ya he comentado lo que el lector puede encontrar y disfrutar en el libro
de Cortines, pero me va a permitir el autor que muestre mi extrañeza: en un
libro de semejante hondura existencial, ante la ausencia absoluta del
sustantivo Dios… Si no me equivoco, ni una sola vez el poeta hace referencia a
Dios ni la trascendencia de los fallecidos va más allá de la inmanencia del
recuerdo de los vivos que rememoran al ser amado muerto… Me ha extrañado.
Disfruto y gozo de los
libros de poesía que leo. No son demasiados, es cierto, pero, los que me dejan
en las manos, por suerte, me elevan y mejoran. Gracias, Jacobo, por tus poemas
y por darte y entregarte en ellos.
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