Rayego Gutiérrez, Joaquín, Vida y personalidad de D. Francisco Rodríguez Marín “Bachiller de Osuna”
Entre libro y libro, en
la investigación de Alcalá Venceslada, se me pasan las horas y los días,
haciendo gestiones de todo tipo y por todos los muchos medios de que ahora
disponemos. Laus Deu. Invierto, porque el tiempo no lo pierdo, leyendo
artículos de los que, las más de las veces, bien poco saco en claro y limpio
para mis fines. Esto me ocurre con la mayoría de los libros que me estoy
merendando.
Del que ahora comento
sobre Francisco Rodríguez Marín esperaba más provecho concreto para mi trabajo.
Rodríguez Marín era para mí, en mi imaginario de chaval y de joven, “un amigo
de mi abuelo”, de quien había muchos libros dedicados en mi casa -libros que me
robó una vecina del trastero-, muchas separatas… He conseguido por otros cauces
cartas de Rodríguez Marín a mi abuelo y este para aquel… Dicho esto, añado: no
tenía ni idea de la entidad intelectual, meritísima de don Francisco… ¡ni idea!
Fue este hombre sabio, capaz de dejarse las pestañas en mil archivos y
bibliotecas para poner un rayo de luz en los escritos y las vidas de los
clásicos españoles…
Me había hecho yo a la
idea de que el osunés lo fue solo de nacimiento. Siempre lo situé en Madrid
donde vivió muchos de los últimos años de su vida, dejada Sevilla y su Osuna
natal de donde se despidió vendiendo cuanto allí tenía. Lo hacía yo señor
poderoso en todos los sentidos y veo que no era sino un ejemplo más de escritor
pobre. Decía mi amigo Ramón que el escritor en España con una mano empuña la
pluma y con la otra agarra una silla con la que contiene al león del hambre… ¡Y
eso fue lo que hizo el famoso y poderoso don Francisco Rodríguez Marín!
Su obra es inmensa.
Ignoraba yo su especialísima amistad con el sabio Menéndez y Pelayo, que tanto
bien le hizo en todos los sentidos -incluido el poder dar de comer a sus hijos-.
Se cartearon y se vieron muchísimas veces, primero en Sevilla y después en
Madrid. En Sevilla se veían en la tertulia y en la casa del duque de T’Serclaes,
donde tenía acomodo el sabio cántabro (sintió este que en 1902, Archer M.
Huntington comprara, por un millón de pesetas, la biblioteca de su hermano
Manuel, el Marqués de Jerez de los Caballeros, y quiso comprar también la
biblioteca del Duque, pero si bien la primera se vendió entera y se conserva en
la Hispanic Society of America, la segunda se vendió poco a poco en las
subastas y librerías madrileñas, y algunos de sus libros, pliegos sueltos y
manuscritos se depositaron en la Biblioteca Nacional y en otras bibliotecas,
pero esa es otra historia). Cuando la biblioteca desapareció Menéndez y Pelayo
dejó de ir por Sevilla en primavera (decían las lenguas de doble filo que
también iba por allí porque tenía un amorcillo).
Nació el bachiller de
Osuna, Francisco Rodríguez Marín, en esta ciudad de la provincia de Sevilla, de
una familia humilde. Desde muy niño mostró grandes dotes para el estudio y para
la redacción de textos. Estudió Derecho en Sevilla, y ejerció la profesión, y
se batió en los periódicos del momento con asuntos más o menos calentitos que
tenían que ver con malversaciones y robos por parte de quienes podían hacerlo
en instituciones públicas. Participó en la política local en el partido de
Moret. Todo esto le dio poco dinero y muchos quebraderos de cabeza. Su pensar
entonces y sus intereses lo hicieron participar en la masonería, lo que me ha sorprendido
sobremanera. No deja claro el biógrafo cuándo dejó de pertenecer a ella
-entiendo que así fue por su muerte como católico confeso-, aunque sí es cierto
que mandó a Segismundo Moret, también hermano masón, a hacer gárgaras porque
cuando lo necesitó, y lo necesitó mucho porque el hambre y la necesidad
apretaban, Moret, informalismo, lo dejó tirado y sin atender… Sea como fuere, don
Francisco también tuvo una excelente relación con Antonio Maura -de quien
comenté aquí una biografía y me pareció un político que careció de suerte y
apoyo para llevar a término muchas reformas que eran muy necesarias-. Maura no
le falló y poco a poco Rodríguez Marín, ya trasladado con su familia a Madrid,
fue medrando entre muchos trabajos literarios, de investigación, publicaciones,
etc. Poco a poco se fue buscando el chusco cierto de un empleo seguro.
Alcanzó a ser miembro
correspondiente de las reales academias de la Lengua y de la Historia y luego
miembro de número en esta. Heredó con ayuda de Maura la dirección de la
Biblioteca Nacional y, por un robo que hubo en ella -hecho por un subalterno- y
ya muy viejo y cansado, don Francisco abandona el puesto y pasa a ser el
Bibliotecario perpetuo de la Real Academia de la Lengua. Vivió en una vivienda
que había en esta… hasta su muerte, con el larguísimo paréntesis de la guerra,
que la pasó, y no bien, con su hija en Piedrabuena (Ciudad Real). Terminada la
guerra volvió a su casa de la Academia y allí murió asistido por Eijo y Garay.
Me interesa
especialmente su afición a la paremiología, al léxico andaluz… y, aunque
lógicamente, en esta obra no se cita, fue Rodríguez Marín la persona que empujó
a Alcalá Venceslada a iniciar y continuar y continuar… con su Vocabulario
Andaluz. Se intercambiaron muchísimas papeletas: palabras, refranes,
dichos, etc. que Alcalá le enviaba por miles a don Francisco y que este incluía
luego, que para eso se los mandaba, en obras que el Bachiller editaba. Supongo
que también don Francisco enviaría notas, etc. con léxico andaluz, lecturas
donde se hallaba este… (me ha llamado la atención que la RAE abonaba a sus
académicos 25 céntimos por corrección en el Diccionario y afirmaba Rodríguez
Marín que hizo miles de correcciones).
Al final, para mí, un
libro más leído. Camino andado. Tiempo invertido. Para el provecho de mi
trabajo poco hallé, pero es lo que tengo… He aprendido y tomado notas de cuanto
me llamó la atención y fue de mi gusto, que no fue poco.
Si les interesa saber
quién es don Francisco Rodríguez Marín… pues ya saben… Lo que he leído, por
cierto, en la Wikipedia no me ha parecido… esclarecedor.
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