Cortines Murube, Felipe, El poema de los toros
Quienes sigan
este blog, aunque sea de vez en cuando, me habrían leído explicar cómo unos
libros llevan a otros, unos autores a esotros, y estos a aquellos por
vericuetos inescrutables, sencilla y llanamente…, o escarpadamente, como la
vida misma: Las cerezas del frutero al ser cogidas, traen a otras; y así un
artículo lleva a un libro, este a otro, este autor a aquel, un nombre a un
callejón sin salida o a un espléndido panorama. Ya sabe, lector, la vida en
rama.
La investigación
que realizo sobre Alcalá Venceslada no sé si acabará aburriendo a los lectores
de este pobre blog pueblerino, pero cada vez estoy más convencido de que, a
este paso, da conmigo en el cajetón y de ahí al mármol vivo de mi lápida.
¡Madre mía!
Supongo que, si
para mí, Felipe Cortines Murube era un nombre en las entrañas de la oscura
existencia tradicional de mi casa, por parte de mi padre: “amigo del abuelo”,
“alguien de los toros: Murube”, “un poeta de Sevilla”…, me temo que a ustedes
no les suene de nada. Hoy no diré que soy un entendido en el poeta de Los
Palacios (1883), pero sí que puedo decir algo más de lo que don Francisco
Carriscondo anotó y yo aprendí -que tomé nota- en su libro ya comentado en este
blog. Escribe el profesor Carriscondo: “Cortines Murube nace el mismo año que
Alcalá Venceslada. Ambos estudian Derecho en la Universidad de Sevilla. Allí
fundan la revista Apuntes en 1909. La obra del primero -De Andalucía
(1908), El poema de los toros (1910), Nuevas Rimas (1911)-
influye claramente en la del segundo”, pues dicho queda.
Felipe Cortines Murube |
Del segundo libro de Felipe Cortines citado por Carriscondo intento hacer comentario aquí… Me considero aficionado devoto y lector de la buena poesía, pero no se me puede ni debe dar por entendido en la materia y este libro es de poesía. Menos aún que entendido soy de los toros: gusto de ellos y en particular del toro en el campo, del toro en sí, del toro en su puridad, si me permiten. Ver un toro bravo en Sierra Morena, que es donde los he podido contemplar, en Cabeza Parda, con mi amigo Daniel Arias de Saavedra Sánchez, donde he podido remirar los toros de Flores Albarrán, lo que, para el caso, no es moco de pavo: es un gozo que expande el espíritu. Insisto en que soy ignaro, grosso modo, en la materia taurina, en la corrida y sus acontecimientos y lances, pero eso no quita para que sepa de la belleza de ese fiero animal salvaje y majestuoso que es el toro bravo.
Cortines Murube,
que por la casta le viene al galgo, sí sabía de toros. Fue muy amigo de Alcalá
Venceslada. Ciertamente se conocieron en Sevilla: en la Facultad de Derecho y
se trataron en el Ateneo, y en las tertulias y los festejos… de la ciudad
hispalense a comienzos del siglo pasado. Y hago un alto: espero poder tener la
tesis que hizo don Jacobo Cortines Torres, sobre su tío abuelo, Felipe
Cortines, y dar así mayor y mejor noticia de este poeta y escritor…, otro más,
olvidado en el purgatorio de las letras españolas, donde tantos y tantos
vivaquean.
El libro que
comento, con ese título… no puede confundir en su temática. La obra se edita en
1910 y fue escrita en una finca familiar, “El Toruño”. Leo en la primera
edición de 1910, que es la que tengo a mano. Hubo una posterior en el 55, a la
que se añadieron otros poemas con el toro como centro y tema de los mismos.
Quiero hacer una distinción que Cortines Torres comenta sobre el contenido del
libro “El poema de los toros de Cortines Murube es una pieza fundamental
en la historia de la poesía taurina, porque el asunto básico no es la fiesta de
toros, sino el toro y, principalmente, el toro en el campo”. Y dicho esto,
añado que va por ustedes y salto al cerrao de los poemas a cuerpo
gentil: sin muleta ni capote, que de nada me servirían, y en mangas de camisa.
Poemas
narrativos, descriptivos, algunos versos duros al oído, en los que el poeta
cuenta situaciones bien conocidas por vividas quizá muchas veces… Es más
vibrante lo que describe que la musicalidad del verso.
Y el poeta ha
sentido este alborozo
Bajo el sol
inmortal de Andalucía,
Entre verdes
lentiscos y acebuches,
Entre pinos y próceres
encinas;
Permítanme que les cuente de estos toros de Murube de los que nos habla Felipe Cortines…
Me carga de melancolía el poema que dedica al toro indultado dos veces en las plazas (Sevilla, 1897, y en Lisboa, 1898). Ya viejo, el toro de nombre Playero, el poeta nos lo describe arando, uncido al yugo. ¡Qué dura la vejez y el olvido! Ya no hay ovación para el toro excepcional, ya solo queda arar y arar… pobre Playero, toro noble, aristócrata de los campos…
Del poema “El toro herido” emana emocionantes imágenes: la lucha de los dos toros, dos colosos; el poeta llama al perdedor “Majestuoso atleta,/ Gladiador romano,”: tremenda la pelea, grande la herida y más aún la vergüenza del toro herido que huye, solitario, a la espera paciente de su venganza: “¡Vencido está y maltrecho/ Y aún con orgullo reta!”.
En “Momento” contemplamos la fiera nobleza del bravo que, si es capaz de herir, de matar, se deja, a la par acariciar por el joven vaquero que le da de beber en una herrada y le acaricia el cuello:
Y
el toro, tan tranquilo:
¡Parece que se
alegra de ser bueno,
En su vida feroz
siquiera un breve
Y singular
momento!
Sin la presencia protagonista del toro, lo es la jaca, el “Romance de la jaca” es también emotivo, transmite al lector la belleza del jinete que sobre ella cabalga, que va y viene en el campo, por gusto o realizando labores propias de vaquero en la ganadería… Galgos, liebre… animales presentes en la marisma…
Andando el camino del poemario hallamos “Los potros” que tiene una plasticidad y una amable frescura, un muy notable arreón sensorial. El colorido de los caballos, sus crines y colas al viento, sueltos en el potrero, por el campo abierto, en manada, sin más orden ni concierto que sus alocadas carreras… Ese modo de ser, de estar… el lector, de forma inconsciente, lo identifica con la libertad en el campo, en la dehesa, en la marisma y le traen esos inconfundibles olores y las sensaciones.
Los ágiles
greñudos giran fieros:
¡Nada á su
empuje servirá de estorbo!
Así recorre
triunfadora el mundo
La bravía manada
de los potros.
En libertad
irresistible: ¡busca
Un espacio
infinito ante sus ojos!
Fueron el caballo y el perro mis animales predilectos durante toda mi infancia. Nunca me resultaron atractivos los animales salvajes, peninsulares o africanos. Veía reportajes sobre unos y otros, pero como el caballo y el perro ¡ninguno! Estos versos me llevan a otras voces y otros ámbitos de mi infancia… La parte del poema de los caballos ya domados, ya bajo el mando humano no es de mi agrado: me parece grandilocuente. Si los caballos, los potros, sueltos en el campo me parecen admirables, bajo su jinete se me antojan sometidos, perdida su libertad y la sensación que de esta transmitían. Y añado: digamos que el mundo clásico ahí inserto me sobra, y más bien lo considero ganga de influjo modernista: Píndaro, Alejandro, Roma, César… para mí están de más ahí.
“En medio del camino” es el terrible suceso de un toro huido del cerrado: ha saltado la tapia o la valla, y sale al camino, bestial, desafiante, agresivo y no duda en atacar a un grupo de manchoneros que por el camino regresas del trabajo a sus casas. Terrible la escena.
Es el diccionario mi compañero inseparable. A diario busco no menos de tres o cuatro palabras para matizar y concretar su significado o porque ignoro su significado. Me topo con “manchoneros”. Lo busco en el Vocabulario de Alcalá Venceslada y no lo hallo. Cierto que Alcalá incluye “manchón” (“Cercado o vallado de corta extensión”), pero ¿acaso no debió también incluir a quien trabaja en él, “manchonero”, como el diccionario de la RAE, por ejemplo, contiene las entradas: “mesón” y “mesonero”? Lo ignoro. Lo busco en la red y descubro que esta palabra significa en Los Palacios (Sevilla), lugar de nacimiento de Cortines Murube: “manchón a una pequeña parcela agrícola, de propiedad familiar y situada en la campiña, que los campesinos cultivaban en las proximidades del núcleo urbano y en la que producían alimentos básicos, la mayoría de autoconsumo”.
Los poemas referidos a los lances de la corrida, del toro en la plaza, no son tan de mi agrado: el público, el torero, la espada… se hacen del protagonismo del poema y el toro ya no es el gladiador de poemas anteriores, lo es el torero. Los cuernos del toro ya no son espadas… lo es la del torero que entra a matarlo con ella… He de reconocer que siento lástima por el animal que fue criado para, y esta preposición es capital, para, insisto, terminar en la plaza por sus pasos contados. De no haber toreros ni plazas ni público… el toro, esa descomunal fiera salvaje, no existiría ni podríamos gozar con ella. El final de Playero es impertinente por inadecuado. El toro libre en el monte y en los cercados tiene thelos… Es una opinión más.
Hallo extrañado un leísmo y un laísmo… de cuyo origen me asombro: en persona leída y andaluz, que no los usamos, como cae Felipe Cortines en ellos.
En algunos momentos, algunos de los versos y el tratamiento de los temas me traen ecos de los poemas del Juan Ramón de Arias tristes, de aquel primer momento de su obra donde el modernismo lo hallamos trufado de romanticismo decadente… No muchos años antes anduvo del joven moguereño escribiendo y leyendo en el Ateneo sevillano…
Se
cierra el libro con el “Romance de los toros” poema en el que Cortines se
dirige a quien cree que realmente sabe de esos animales míticos y de su
historia íntima y secreta y que no es otro que el vaquero. A este solicita
ayuda, información, testimonio de todo cuanto rodea al toro desde su nacimiento
y culmina el libro con los dos últimos versos:
¡Que yo escuche
de tus labios
El Poema de los
Toros!
He
disfrutado del libro y entiendo que también lo hará especialmente quién guste,
por supuesto, de los toros, pero también del campo y en particular de la
Naturaleza.
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