Comas
Caraballo, Daniel, Autonomía y reformas en la Universidad de Valencia
(1900-1922)
Vuelve a contarme el autor, como no podía ser de otro modo, noticias conocidas que ya leí en libros anteriores, si bien en este percibo una clara inclinación en favor y defensa del krausismo y los krausistas como las estrellas rutilantes del espacio educativo de los años que estudia: eran ellos, casi sin duda, quienes podrían renovar el mundo universitario, la educación española, la formación de sus gentes, el cultivo de tantos millones de analfabetos… porque tenían las ideas claras sobre cómo y qué hacer… “El regeneracionismo en materia universitaria no puede identificarse plenamente con la Institución libre de enseñanza, sin embargo, se entendieron porque ambos coincidían en su deseo de amplia reforma. La segunda iba más lejos pues no se conformaba con denunciar, sino que contaba con un plan definido, con un camino para la transformación universitaria del que los regeneracionistas sociales, claros en sus pesimistas diagnósticos, carecían”.
No deja sin embargo de llamarme la
atención que la Institución libre de enseñanza, a lo largo de sus décadas de
existencia, solo creara un colegio, privado, exclusivista, caro y en Madrid… Y
su influencia solo fuera puntual y parcial, beneficiándose de su acceso al
poder quienes eran institucionistas. Difícilmente así se podría llevar a cabo
ninguna reforma “amplia”. Es posible que tuvieran las ideas clarísimas con
respecto a qué hacer, pero hacerlo… no lo hicieron.
Creo que es fácilmente demostrable que
la comprensión de la necesidad de un cambio, de una mejora impostergable en la
educación ha sido una realidad que se remonta en el tiempo a mucho antes de los
llamados regeneracionistas de finales del siglo XIX y, por supuesto, de los
krausistas. Las legislaciones, por ejemplo, de todo ese siglo pretenden mejorar
la educación, con un claro pero: es más que una impresión que todos, me
refiero a partidos políticos y corrientes de pensamiento, los eclesiásticos, las
órdenes religiosas, pretenden la mejora y la reforma a beneficio de su
inventario, llevando el agua a su molino y arrimando el ascua a su sardina.
Todo ello deja bajo dudoso pabellón las intenciones rectas y verdaderas de una
reforma general y beneficiosa para la educación en sí y para los educando como
principales benefactores, sin ver en ellos solo mentes que amaestrar, manipular,
condicionar, etc. Y a las legislaciones nonatas o pseudoimplantadas… me remito.
La reforma
universitaria deseada se reducía en la lucha de estas, eran diez en España, por
“la autonomía universitaria la que se convertiría en el estandarte de la
renovación y el cambio universitario”. La Iglesia representaba el retroceso y
lo retrógrado y los renovadores, los krausistas en particular, “La europeísta y
liberal, identificada casi por completo con el ideal institucionista, que
pretendía modernizar el sistema español y asimilar modelos que aplicaban con
éxito los países más avanzados”: por sus adjetivos también los conoceréis.
El autor afirma que “La
autonomía universitaria del primer cuarto del siglo XX podemos dividirla
cronológicamente en tres etapas. Una primera que abarcaría desde la creación
del ministerio de instrucción pública en 1900 hasta el gobierno de Santamaría
de Paredes en 1905”, que es, digamos, la universidad que afecta de lleno a
Alcalá Venceslada, aunque sus estudios de Derecho irán más allá de esa fecha,
pero hemos de entender que estos fueron marginales… No obstante, para nuestro
estudio, para el universitario que fue Antonio Alcalá, como para cualquier
universitario, su problema no está tanto en la legislación que conduce y
encauza su carrera como las asignaturas que debe aprender, dominar y aprobar…
Creo que con este libro
he cubierto sobradamente la legislación que rigió los años de estudiante de Alcalá
Venceslada, que, como todos cuantos hemos sido tal, de más de un siglo a esta
parte, nos hemos limitado a padecerla y aún lo hacen quienes están en las
aulas.
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