Dice Platón que nadie sabe
menos de su obra que el propio creador de la misma. Es posible que así sea para
Platón y sus ideas, pero lo cierto es que, de algunos aspectos, nadie puede
saber más de su obra que el mismo autor, no en vano este es su padre y algo sabrá
de su creatura.
Hago una parada en la
investigación sobre Alcalá Venceslada, con quien ya llevo desde septiembre. La
pausa en la investigación y el comentario de este libro mío se justifican en el
deseo que tengo de publicarlo. No es esto una justificación, es una explicación
para los amigos que siguen este blog… y que me han preguntado por el cese de
publicaciones en un mes… Continúo de inmediato con Alcalá Venceslada… Esto es
un mero paréntesis.
El libro lo componen cuatro
fábulas en prosa que escribí hace muchos años. El cuento que dio pie al libro,
es decir, a los otros tres cuentos que lo conforma, fue el primero de la serie,
dedicados a dos niñas, entonces muy pequeñas, y ya dos señoras casadas. El
motivo para escribirlo era hacerles un regalo y dar una pequeña lección de cómo
escribir demoradamente (el ritmo narrativo intempestivo de la trama es error
común en las composiciones escolares de cuentos), sin forzar los tiempos y las
estructuras, disfrutando con la escritura de la narración misma… (como todo hay
que decirlo: una de ellas quería ser escritora; ahora ya no lo sé). Una
realidad trajo a otra y esta a la tercera y tras esta vino la cuarta: cuatro
cuentos, uno por estación del año.
Una vez acabados, en este tiempo
pasado, he leído alguno de estos cuentos en clases de ESO, principalmente en 3º
o incluso 4º. Los chicos siempre gustaban de ellos, pero ignoraban muchas
expresiones que hay en ellos, palabras, no identificaban los nombres de pájaros
(y eso que el instituto estaba en un ámbito bastante rural)… He vuelto a
repasarlos de cabo a rabo: ¡siempre se hallan erratas! He cambiado algunas
expresiones, he pulido alguna oración…, pero he deseado ser fiel a la
concepción con que lo escribí… He mantenido un vocabulario rico y no siempre
fácil para los conocimientos léxicos de muchos: no serán pocos los chicos -y
los adultos- que, de leerlo, requerirán de un diccionario, pero me pregunto…
¿Alguien nació sabido o todos hemos aprendido buscando pacientemente en un
diccionario? Ahora incluso tenemos la facilidad, y la rapidez, de buscar las
palabras en un ordenador, incluso de ver el significado de palabras concretas
en las imágenes que sirve Google, por ejemplo… No he eludido tampoco una
sintaxis que busca la belleza, ni el uso de figuras: hipérbatos, metáforas,
símiles… que procuran la eufonía o esa armonía que aproxima al conocimiento por
la imaginación a una pretendida hermosura. No eludí el uso de símbolos, de
circunloquios y conté con ciertos conocimientos previos del lector necesarios siempre
que nos enfrentamos a cualquier lectura…, y que, de no tenerse, puede ser
momento de adquirir…
Las historias están inspiradas en hechos próximos a mí, es decir, con
cierto grado de realidad que ha sido sublimada, distorsionada… y que, como en
algunas películas se decía: “todo parecido con la realidad es pura
coincidencia”. Si es cierto que estos cuentos en su lectura y corrección me han
llevado a situaciones muy concretas, algunas de ellas dolorosas, no lo es menos
que he olvidado muchos de los extremos que en ellas hay… olvidé lo general y se
ve que me quedé con lo concreto.
Me alejé de la moralina de
las fábulas que me contaron libros de mi infancia donde al masticar el azúcar apelmazada
en el pastel… me lo hacía desagradable. He procurado que el dulzor y el sabor a
cacao, a vainilla, a canela o ¡al acíbar!... estuviera difuminado, se
percibiera como un regusto de fondo que agrada saborear, que no todos los
paladares perciben del mismo modo, con la misma intensidad, pues cada uno es
cada cual y baja las escaleras como quiere…, y como quiere… percibe o no, asume
o no…
Pretendo que estos cuentos
vayan ilustrados. Las ilustraciones no saben que irán en el libro porque aún no
existen y los cuentos no han opinado de ellas por el mismo motivo… Me ilusiona
esta parte, digamos, de la obra pues es la primera vez que en mis libros cuento
con un ilustrador y lo es de fuste… Quiera Dios que atinemos en la producción
de este libro que deseo que vea la luz en el año en curso… ¡Ya veremos!, que
dijo un ciego a otro. [Estas ilustraciones son de Juan Eduardo Latorre y están registradas]
He de confesar, por último, que al finalizar la lectura de estos
cuentos salgo de un mundo con un sabor a hace muchos años, con unas sensaciones
amables… de tiempo pasado… o de haber sido yo quien pasé.
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