Muñoz-Cobo Ayala, Diego. RECUERDOS DE MONTERÍA
Vaya como arranque de
la entrada, y muchos entenderán…, que soy pariente del autor del libro: este
hombre que tuvo la caza como vivir. Por consejo del doctor Somovilla, Diego
Muñoz-Cobo Ayala, que estaba muy enfermo, debía de dedicarse a la caza y a
vivir en el campo y así lo hizo desde los 15 años hasta que murió. Esa fue su dedicación y su vocación: la caza.
A todo esto, en parte, debo yo también mi vocación cinegética. Por esa rama
familiar, por mis abuelos, mi abuela Isabel Muñoz-Cobo Muñoz-Cobo y mi abuelo
Antonio Alcalá Venceslada, me viene a mí esa más que afición a la caza… LAUS
DEU.
Un hombre que estuvo
tirado en la Sierra toda su vida, desde el punto de vista de su formación académica,
y como escritor, deja mucho que desear: no es ciertamente Delibes, ni don Camilo
ni Cervantes… Desde el principio de la obra el autor y por varias veces se
excusa de sus limitaciones literarias que, ciertamente no son pocas: “Si eres
un literato ó un crítico de todo lo que ves en letras de imprenta llega este
librejo á tus manos, déjalo en el acto y no malgastes el tiempo; es una súplica
que te hago bondadosamente atenderás”, pero que yo, lógicamente, y él desde el
Cielo lo comprenderá, no puedo atender por agradecimiento y por piedad: se lo
debo y, además, no tengo palabras para agradecérselo.
No te diré, lector
amigo, que me coge precisamente a trasmano el parentesco con el autor de este
libro. Te explico. A él lo conocía por historias oídas en mi casa, es el tío de
mi abuela Isabel Muñoz-Cobo Muñoz-Cobo, a quien amé reverencialmente y de
corazón. De ella heredé una escopeta del calibre 28, que conservo, con la que
ella cazó conejos, jabalíes y venados… ¡Dios la bendice y yo a ella me
encomiendo! Hermano del autor es mi bisabuelo Joaquín Muñoz-Cobo Ayala que en
varias de las narraciones sale como hermano del autor y como cazador y dueño de
fincas en Sierra Morena que montean.
El autor ciertamente no
es un dechado de corrección y de facultades narrativas. Él lo sabe y así se
disculpa. No es un escritor… Es un hombre de sierra, entiendo, con escasos
rudimentos que escribe un librejo de recuerdos cinegéticos que enhebra como
Dios y su escaso entender narrativo le dan a entender… que, dicho sin ambages, es
bastante limitado: cuenta lo que se le ocurre… literalmente… ¡y como se le
ocurre!: sin orden ni concierto, sin concierto ni… Dice él que, en las
monterías y ojeos, no hay mayor error que el desconcierto y el desorden… Pues
otro tanto ocurre en lo que uno puede escribir: tal y como le ocurre a su obra.
Sus líneas son sinceras, huelen a jara y tierra reseca o húmeda, a pólvora,
suenan como un tiro…, pero son toscas. Incluso los lances de los puestos
carecen de la vibración que él pretende trasmitirnos.
Sin duda alguna la obra
habla de un ayer periclitado absolutamente. Incapaz soy de matar una res, bicho
muy evolucionado para mi paladar cinegético, y, por tanto, no voy a ni a
esperas ni monterías, pero, por lo que me dicen y veo, Diego Muñoz-Cobo en una
montería actual estaría más perdido que Carracuca. El lector se hallará ante
una obra escrita con la franqueza y la frescura del hombre de bien que no tiene
doblez ni engaño… Algunos de sus razonamientos suenan a lo que son:
razonamientos viejos, que no solo antiguos.
Las monterías, por lo
que oí en mi casa, antes no eran esas multitudes de señores y señoras más que
vestidos, disfrazados para la ocasión, con magníficos coches, rifles
maravillosos, etc. que matan decenas y decenas de reses en cercados, cada vez
que van a montear… Muñoz-Cobo nos habla de monterías donde se anda lo
indecible, son pocos los monteros, catorce o dieciséis los perros, se dispara
con escopeta de cañón liso y no se usan las postas que él detesta… Pocas reses
se abaten, pero con un esfuerzo ímprobo. La lluvia, el frío, la sed… son
compañeros del montero solitario que desde su puesto anhela la llegada del
jabalí o el venado que sus perros, a los que distingue por la ladra, traen a lo
limpio donde espera poderlo abatir…
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