No
ha mucho en alguna entrada de este blog recordaba el decir de Marías sobre los
libros, y los lectores, que aguantan o no una segunda lectura. Lamento decir
que García Pavón con Plinio, su municipal al hombro, se me caen a plomo de la
estantería. La última vez que recuerde haber leído novelas de este autor con
este protagonista fue allá por la segunda mitad de los setenta (la edición que
tengo es la 1ª del 81; en la novela se hace referencia a la dimisión de Adolfo
Suárez, el 29 de enero de 1981). Mi recuerdo era de novelas divertidas,
costumbristas, de tierras próximas a las mías de origen…, mas ahora su prosa se
me hace pastosa y más cutre que costumbrista, más redicha que natural… El
tipismo léxico, “su costumbrismo casticista”, al que se sacrifica el argumento
–da por renglones la impresión-… suena a impostado y lastra el dinamismo
narrativo. Las conversaciones resultan inanes, previsibles, innecesarias: no
aportan belleza al texto, ni valor léxico. Sobran neologismos simpaticones de
verbos de la primera conjugación a partir de un sustantivo: “pañueleaba el
sudor” por “secarse con un pañuelo el sudor”, “embraguetándose” por “abrocharse
la bragueta”, “buñuelear” por “comer buñuelos o churros”, “visereándose con la
mano”, “bacinear” por “curiosear”, “preguntear” por “interrogar”… Los
chistecillos y las supuestas ocurrencias de los protagonistas, don Lotario o Plinio,
así como las de sus convecinos y contertulios, dan la impresión de colocadas
ahí ad hoc, ya pasadas de cochura y frías, a lomos de una filosofía
pedestre y garrula y gárrula –con y sin tilde, que no significan lo mismo-. El
lector culto se ve ahíto de los corriendillo, sonriendillo…; de su exhibición
del nombre de las partes de un arado antiguo; las conversaciones chocarreras;
una crítica social añeja y trufada (contenido transversal, lo llamaría un
docente actual)… Lo de llamar “mueble depositario de pecados” al confesonario…
me parece alargarse ya de Tomelloso a Castellar de Santiago andando a la pata
coja… Ya perdonará el lector el primer parrafito que le estoy largando:
“Cómo para no volver a probar…”, puede pensar el lector, que es lo que piensa
servidor, y me voy aparte, que bueno está lo bueno: me dejo entre las notas
tras la lectura atribulados hallazgos.
La
prosa de García Pavón, desde mi humilde opinión, ha envejecido: no logra
avanzar en el camino, se encalla y atora. Hay escritores, prosistas, pienso
ahora mismo en dos de mi gusto y admiración, con quienes probé, a quienes no es
fácil (al menos para mí y cuando lo intenté hace años) mejorarles un párrafo.
Las palabras de estos están en sus renglones con una apostura y natural
incomparables: imposible mejorar la composición, eso son horas de esforzado
empeño. En esto pensaba cuando me cruzo con unos renglones de la página 53 del
libro que comento. Dicen así: “El policía de guardia dormitaba en el banco del
portal y estaba encendida la luz del cuarto de guardia, donde también
dormitaban el cabo Cerezo y los otros hasta la hora que sería el relevo”. No
hagamos sangre.
La
gran creación de G. P. es Plinio, el jefe de los municipales de su pueblo,
Tomelloso. Conste que, servidor, así llama a los guindillas, municipales, etc.
desde aquellos años en que lo leí. Para mí cualquier guardia municipal (no sé
si ahora se dirá agente municipal) es un plinio a secas. Con este personaje y su acompañante,
el veterinario jubilado, don Lotario, hacen la pareja de investigadores que
averiguan todo quebranto de la ley o misterio en el citado pueblo. Dicen
quienes de esto saben que Cervantes hizo volver a don Quijote a su pueblo para
recoger a Sancho porque, el viaje lúgubre (“a solas, en soledad”, según
se dice en Ciudad Real) con Rocinante entre las piernas, se le iba a atragantar
al novelista y al caballero, de ahí mejor el contraste dialógico con ese
personaje, hoy universal, llamado Sancho Panza. Algo así, supongo, le sucedió a
G.P. y situó junto a Plinio a don Lotario y de este modo tenía su Sherlock
Holmes y su Watson particulares de Tomelloso que se mueven el compás que García
Pavón les toca…
El
argumento de la novela se me antoja una amplificación sin mimetismo ni rubor… El
libro es un cúmulo de anécdotas: el novio burlado; los pájaros cagones; la vida
y muerte del Tachuelas, el roncador; Teresa la parturienta imaginaria; la
muerte de don Manuel el cura con sus extensiones léxicas del chabacano e ignaro
vocabulario de sacristía; las visitas al burdel, puro lugar común; entreverado
todo con la aparición por doquier, e incomprensible para el lector, de los
dormidos, risueños y enfijatados…; pijadicas aparte sin ton ni son, que ni
vienen ni van: da la impresión de que las anotó en la tertulia del café y luego
las estiró como chicle caliente y blandón y las colocó ahí…: lo que G.P.
llamaría “cuatro carajadas” (p. 121), es decir: “hablando de nada” (p. 121). Todas
estas anécdotas convertidas en historietillas conforman por amontonamiento (no
sé si acúmulo y suma que resta) la novela que se sostiene precariamente en el
léxico, en el cotidiano devenir de un pueblo donde todo cuanto cuenta García
Pavón para unos días o semanas… muy probablemente nunca hubiera sucedido en
décadas. El argumento principal de la novela se resume en la montaña que parió
a un ratón… dormido.
El
lector en algunos momentos tiene la sensación de que el autor lo lleva, no
citaré la comparación de uso corriente por ordinaria, pero sí diré sin ton ni
son con respecto al día y la noche y la hora en que algunos hechos transcurren…
Bien es cierto que Cervantes perdió el rucio de Sancho y se lo perdonaron…; en
fin otorguemos disculpa a García Pavón. Más me extraña que un autor ya avezado,
y con mucha obra a sus espaldas, cambie sin ton ni son el punto de vista
narrativo, como si se tratase de un escritor novel: no sucede una vez, sino
como mínimo tres, que este humilde lector haya anotado.
No
mereció la pena el tiempo invertido en la lectura de esta obra ya demasiado
achacosa y en la cuneta del camino.
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