27 de julio de 2021

452- Ibáñez Langlois, José Miguel- LA CREACIÓN POÉTICA

 

Mucho me temo que ando, como norma y en parte, atrapado por mis neurosis. Lo he contado ya. Cuando era adolescente sin un duro, como todos, sacaba de la Casa de la Cultura, nombre que recibía la biblioteca pública de mi pueblo, los libros para leer; mi selección era fácil: leer todas las obras que había sobre un mismo autor: Baroja, Unamuno, Delibes, Cela, Azorín, Hemingway… Algo de esto hay ahora con Ibáñez Langlois. Me puse en su pista y cautivado por su prosa (El marxismo. Una visión crítica) adquirí el libro que ahora comento y aún otro que está en la recámara. He intentado hallar alguno de poesía, mas no están a mi alcance. Solo he leído poesías suyas sueltas, al hilo de comentarios sobre la misma que hallé en la red.

Me encuentro con La creación poética intonso. Ahí anduve con el abrecartas despejando el camino para acceder a las páginas. Hacía años que no se me daba situación semejante.

                                                                        Ibáñez Langlois

La obra me aleja en mis lecturas y yo diría más: nunca creo haber leído nada parecido a este libro. Digamos que el autor se adentra en un espacio particularmente oscuro y enigmático: de dónde nace, cómo nace, cómo se crea un poema… Cuál es la función del poeta, quién lo es o qué determina que lo escrito sea poesía o no, buena poesía o solo aparente y falsa poesía… La hondura y el enfoque me sorprenden porque, insisto, nunca leí nada igual. Por momentos me recordó algo de todo esto a lo que ley en su momento a Warren y Wellek, a Vitor Manuel de Aguiar e Silva, W. Kayser… aquellos manuales de teoría literaria, de su historia, que me vi obligado a trabajar con empeño y gusto por motivos que al caso no vienen. Se adentra y abunda Ibáñez Langlois en una realidad que conoce bien como poeta que es y como estudioso y crítico de la literatura que también es. Estoy tentado por escribir que es la obra una metafísica de la poesía y la poética. Y añado: la obra me parece que da muchas vueltas y explicaciones que se me antojan amplificaciones innecesarias, si bien mis luces en la materia son bien cortas.

El autor advierte que toda concepción poética debe pagar un tributo al gusto particular de quien la hace explícita, mas considera que no por ello puede dejar de existir y de pretender una teoría general. Se pregunta el autor qué tiene la poesía verdadera, por qué se trata de verdadera poesía: “por qué un pensamiento, visión, conmoción del ánimo, consolidados en la frágil estructura de un poema, sólo bajo una de sus mil posibles formas alcanzan el resplandor de la belleza, y dónde está la sustancia de su triunfo como forma”.

A toda creación, pensemos ahora particularmente en la creación poética que de ella trata la obra, a la poesía, siempre la precede la vida y la vida la sucede. Necesariamente coexisten en el tiempo y siendo una realidad a la par, sin embargo son dos realidades distintas. La poesía no es la vida ni esta, aquella. La vivencia que promueve y, en cierto sentido, inicia el poema, lo va alumbrando, no es la vida, sino una realidad vital que necesita de la lengua, de un léxico, que la convierta en poesía, en poema, en ser bello. Para el autor, al final, nos encontramos ante una creación poética, el lector se halla ante un poema, nada más y ese poema y solo él dice de él mismo, sin revolver en la psicología, en la vida, en la realidad que está más allá del poema en sí ni en la vida del poeta ni en la circunstancia en que se creó... El autor se apoya en Wimsatt y Beardsley, entre otros, para subrayar esta idea: «La falacia intencional es una confusión entre el poema y sus orígenes, un caso especial de lo que conocen los filósofos como la falacia genética. Comienza por tratar de derivar la norma de la crítica a partir de las causas psicológicas del poema y termina en biografía y relativismo». No voy a insistir en este punto de vista en el que Ibáñez Langlois porfía desde distintos ángulos: el poema dice lo que el poema dice, como el poema es lo que es el poema: una tautología.

                                                                                T. S. Eliot

El poeta, como recoge el autor de Eliot: “no sabe lo que tiene que decir hasta que lo ha dicho”. Es decir, no hay un contenido poético comunicable con anterioridad a la creación misma. Será esta otra idea recurrente, explicada, apoyada en autoridades como la de Eliot, Brooks: el poeta no es un comunicador, sino un hacedor, no es un traductor de sensaciones que anhela comunicar. El poema solo es cuando es poema y solo entonces el poeta sabrá qué quería crear. En cualquier caso concluye Eliot que «la comunicación no explica la poesía». Todo esto me recuerda al new criticism, corriente de la que ya llevo citados algunos de sus teóricos: El mismo Eliot, Brooks, Wimsatt… y que, personalmente, servidor, en sus cortas luces, no puede admitir con la radicalidad que quizá Ibáñez Langlois la expone, hasta donde llegan sus exposiciones afectadas por esta corriente crítica de mediados del siglo XX.

Si la prosa es comunicación, el poema goza de una realidad intermedia entre el poeta y el lector. El poema es la fijación de una experiencia consustancial a las palabras mismas; sus palabras no transmiten una experiencia, sino que la crean y recrean. La palabra poética posee una carga propia de vida y de conocimiento, un patrimonio de humano vivir que es indiscernible de la misma acción del lenguaje. “La poesía es la forma más real del lenguaje humano”, concluye el autor.

Estos son los derroteros de Ibáñez Langlois que va repasando desde el poema mismo y solo desde él los pasos que el poeta en cuanto creador va dando hasta concluir su creación. Cómo va siguiendo la llamada del poema sin saber dónde ni cómo ir… Solo lo sabrá en la medida en que el poema se concrete. Sí que corregirá el poema (el revivir juanramoniano), pero lo hará siempre en la búsqueda de ese algo que él mismo no comprendió, no entendió… En este sentido son concluyentes las palabras de Gaos: “El escritor cuando está verdaderamente inspirado no es cuando escribe, sino cuando corrige”.

Muchas de las matizaciones que necesita hacer Ibáñez Langlois van entrecomilladas, en letra cursiva… señal de la dificultad de hallar en el léxico normativo las palabras que nominen las realidades que pretende atrapar en sus explicaciones. No son fáciles, son muy sutiles, ¿muy particulares? Me pregunto si la generalización que hace sobre la creación poética es efectivamente esa pauta general, ese tratado que a todos o a la mayoría agrupa…

Quiero concluir con este texto que me parece muy significativo con respecto a cuanto vengo diciendo: “El poema perfecto será el que consiga ligar todas sus palabras según relaciones satisfactorias al oído; el que se mueva a través de los versos según ritmos afines; el que engendre un orden de imágenes imperado por una coherencia, visible o secreta; el que difunda a lo largo de las expresiones una definida tonalidad emocional; el que responda a una experiencia vital unitaria; el que encierre una significación única. Este poema, por supuesto, no existe; pero todo poema es bueno en la medida en que se acerque a él, aunque las más de las veces lo que llamamos buena poesía no alcanza a realizar sino unas pocas relaciones de este tipo, y además imperfectamente. El hecho es que, en el acto creador, las palabras-objetos armonizan entre sí como los sonidos para el músico, como los colores para el pintor, según afinidades delgadas y potentes, entre las cuales el significado inteligible no es sino una de ellas”.

 

 

 

 

 

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