Conforme he ido avanzando en la lectura de la novela que ahora comento, me iba preguntando cómo me la explicaría para poderla, a su vez, comentar en esta entrada. La obra, en la edición de Losada, Buenos Aires, 1958, prologada por Guillermo de Torre, tiene 202 páginas, es decir, que he tenido ratico de paseo para solventar la papeleta… y he pensado lo siguiente para que usted y yo nos encontremos con la realidad que esta obra es.
Empecemos por el
principio por razones de orden, si me permite. He leído varios diarios de Rilke
y algunas de sus más sobresalientes obras poéticas. Siempre se me quedaba ahí,
a trasmano, esta novela de endiablado título, para mí y no sé por qué: ¿De qué
irán Los Cuadernos de Malte Laurids Brigge?, me preguntaba. Nunca antes
de haber empezado su lectura había mirado ni consultado en ningún lugar la
respuesta a mi pregunta, es decir, me zambullí en ella con la ilusión de quien
esperaba hallar una aventura de orientación y contenido ignorados, y ahora va
mi explicación.
Es frecuente que,
por mi modo de leer con atril, que traigo y llevo (aunque tengo muchos), en
ocasiones los libros se deslicen en mis mudanzas de lugar de lectura (uno es un
mandao) y se caigan. Esto me incomoda porque se cierra la página por la
que voy y tengo que tantear en la apertura y búsqueda de por dónde voy… Me ha
pasado tres veces con Los cuadernos… y en una de ellas creí acertar por
dónde iba leyendo y, sin embargo, me sonaba lo que leía, aunque no con
claridad… ¡hasta que llegué a un detalle que me ratificó que estaba releyendo…
lo que no hacía mucho había leído!, es decir: ¡y tan ricamente! Esto me dio un
dato de la novela. Sinceramente le digo que no sé de qué va esta: da la
impresión -¡será el expresionismo!- de que el autor ha ido escribiendo texto
con un vaguísimo sentido de relación: la narración de un pasado infantil,
juvenil, aristocrático, de nombres rimbombantes y relaciones principescas y
nobiliarias, en espacios igualmente nobles, reales, imaginados, recordados,
etc. que se entremezclan con una divagación física y memorística de una
vivencia en París… y todo ello sazonado de párrafos y párrafos intermedios, o
que anteceden o suceden a hechos incomprensibles para el lector –al menos para
este lector-…, pero permítame: ahí me ha tenido usted, página tras página,
esperando hallar la clave –“Quizá sea a la vuelta de esta esquina y esta
página”, me decía-. Pues ya le digo: la he gozado yendo tras ninguna meta, en
medio de ningún argumento, paseándome por una especie de vagas cadencias no sé
si formales y de contenidos, pero… ¡me he pasado ratos agradables! Cuando no
entendía mucho, poco o nada… suponía que era como en la propia vida, donde uno
no sabe a veces bien por dónde va la aguja de marear… Y así, unos ratos con
otros, camino, ya le digo, de ninguna parte he llegado a la página 202 con la
sensación risueña de que alguien me ha tomado la coleta, ¡y tan contento!
La respuesta es
“no”: no me he dormido ni me ha causado sueño ni aburrimiento, sino que, ya
digo, anduve por caminos diversos, tomé bifurcaciones de la mano del autor, al
azar, sin saber por qué…, así, a lo bobo… Sin aburrirme, ni dormirme, sin
enfado: todo ello, añádase, “curiosamente”.
A partir de
ahora, no sé si como tantos (no conozco a nadie que lo haya hecho), podré decir
que leí Los cuadernos de Malte Laurids Brigge. Ahora tengo una idea particular
de qué es el expresionismo más allá de la teoría y las generalidades que puedan
leerse en algunos manuales, supongo. Por tanto: no recomendable ni apta para
lectores impacientes y deseosos de seguir una argumentación con causa y efecto
en un ámbito espacio temporal concretos, con personajes fácilmente
reconocibles, nominables, corpóreos, casi me atrevería a decir, etc.
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