Cojo y leo libros que
en la estantería que a mano tengo. Son libros que elegí y adquirí en distintos
momentos y las causas (interés, recomendación, etc.) en muchos casos he
olvidado. Algunos hay en que el interés ha decaído o muerto… Pasan de las baldas
que tengo a mano a su lugar en la biblioteca general y algunos duermen el sueño
de su turno, que llegará… o no.
Hay una entrada en este
blog sobre un libro o un artículo donde la autora, sé que era ella, venía a
decir que ya, llegada a una edad, ni leía ni terminaba todos los libros que
empezaba: lo he buscado y no lo hallo, lo siento. Hacía una regla de tres entre
su edad y el número de páginas leídas y, si estas no le satisfacían por lo que
fuera, le daba puerta a la lectura de esa obra. Me pareció razonable y así lo
hice alguna vez, aunque reconozco que, por motivos de temperamento y
convicciones personales, desde que era un muchacho, una vez empezado un libro…
¡lo acabo! Ahora, que ya soy un viejo, creo que debiera aplicarme el cuento de
la citada y olvidada autora: se le acaba la mina al lápiz y me gustaría leer o
releer aquello que sea de mi gusto y me dé la real gana, y cerrar por donde
vaya el libro bronco, de fallida lectura, por su contenido, complejidad,
disgusto o aspereza y dedicarme, como escribo, a lo que sea enteramente de mi simpatía
y agrado. Ya no me debo a mis alumnos: muchas de mis lecturas estaban, y aún
están en alguna medida, orientadas a la ilustración y cultivo de quienes son
objeto de mis clases y de quienes he asumido la responsabilidad de su
instrucción, educación, formación; esto se va acabando… Me pregunto, ya al
final, ¿de veras mis lecturas les sirvieron a ellos para algo? Espero que sí
porque estoy seguro de que a mí me mejoraron y así pude intentar ayudarles a
ser felices.
Dos veces he leído La
nueva sensibilidad. Lo disfruté mucho y me abrió muchas puertas. Lo he
intentado leer tras el paso de los años por mí y… Reconozco, creo, los
razonamientos, la escritura de Llano (por cierto, que él y Francisco Umbral son
los dos únicos escritores a quienes escribí y no me contestaron: sus razones
tendrían). He leído muchos de sus libros… (ahora me da miedo releerlos). Decía
Marías, padre, que al hijo no lo conozco, que hay libros que solo se pueden
escribir a una determinada altura de la vida; también pensé que hay libros que
solo se pueden leer, de verdad, comprender, etc. “a una determinada altura de
la vida”. También decía el mismo Marías que hay películas y libros que no
aguantaban una segunda lectura… ¿o quien no aguanta ya monsergas y fervorines
es el lector? Puede que las dos realidades influyan y cooperen para tan enteco
desenlace.
Lo siento don
Alejandro, esta vez me varé en la página 62 y me planto. Admito mi jaque mate.
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