Querido charlie:
No
te digo que no tengas razones. Las tienes. Apuntas alto y te apoyas en Alasdair
MacIntyre: la mayoría de los occidentales, en moral, somos kantianos, me apuntas. “Nos
guiamos por el deber ser”, añades. De acuerdo. El imperativo de leer no sé qué
libros, importantes, esenciales, de algún canon… es una obsesión mía desde que
era chaval. Era una conversación recurrente con don Francisco Molina, con don
Alfonso Sancho Sáenz y la pregunta, el acoso era reiterativo… Deseaba que me enumerasen
los libros que se deben leer (perífrasis de obligación)…
Me
contraargumentas con mis propios argumentos. Tienes razón. Insisto. Uno debe
ser feliz, por mucho que Nietzsche dijera, riéndose quizá, irónico seguro,
que esa es meta propia de ingleses. “Lee lo que te agrade -me susurras-. Precisamente
porque no te sobra el tiempo. Hazlo. Lee aquello que te venga en gana. Relee: Diario
de un cazador, ríete con Lorenzo; corretea por La colmena con Martín
Marco; paséate de nuevo por la calle Aribau de Nada con la Andrea de Carmen
Laforet; regresa a ese Tiempo de silencio o hazte acompañar de Savolta;
algunos títulos trasconejados que se quedaron entre los 40 y los 80 que tuviste
siempre ganas de leer… Importante: deja de leer lo que no te venga en gana, aquello
que no sea de tu agrado… Recuerda que el requisito de la urbanidad que manda no
dejar nada en el plato, fue ley nacida al amparo del hambre de la posguerra
española: no estaba en ningún manual de buenas maneras en la mesa. No hay que
comerse todo lo que hay en el plato ni por qué terminar todo libro que se inicia”.
Me
has dado un buen repaso. Viene bien para acallar vanidades y soberbias. Me
humillas con citas, ¡incluso mías!, de viejos artículos y entradas en este
blog. “¿Por qué no releer a Shakespeare si te agrada, te apetece…? Es como
escribir aquí. Escribe lo que te dé la gana. No tienes un número de palabras impuesto,
como en las columnas cerradas. Escribe de tirios y troyanos… ¿No es acaso el blog
tuyo?”. Y vuelves a repetirme: por qué la contención, por qué la orientación… “¿¡Por
qué tanto deber ser!?”, me gritas.
Tienes
razón. Así empecé, así termino: Tienes razón. Gracias por tu corrección
fraterna que como tal tomo y asumo. Déjame que lo asimile. La soberbia se revuelve.
La humildad mira, espera, es paciente… Gracias de nuevo.
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