Fue el autor del
libro un destacado miembro del PCE antes y durante la guerra civil. Tras ella
se marchó desolado a Rusia por la victoria franquista, por la situación de
España y en las manos de quien quedaba su amada patria, pero esperanzado
también por su nuevo destino…: su exilio tendría que lugar en el país donde brillaba
el socialismo, era la tierra prometida de todo comunista, la meta inmarcesible…
¡Eran tantas y tantas las bondades contadas por quienes allí habían estado y
volvían a los aborrecibles naciones capitalistas! Leche y miel manaban las
fuentes en Moscú, la justicia y la democracia tenían allí sus infinitos veneros
mundiales, la sociedad sin clases hallaba allí su asiento y su desarrollo…
Metalúrgico y periodista,
con cargos relevantes durante la contienda civil –comandante en jefe del Quinto
Regimiento que él mismo ayudó a crear-, Enrique Castro llegó a Rusia con su
mujer, su hijo, su madre, su hermana y su cuñado, junto a otros miles de
españoles exiliados, que como él esperaban hallar en la Rusia estalinista el
trampolín para catapultar la revolución socialista y sus bondades: anegar este
mundo de verdadera felicidad, por doquier. Llegado a Moscú su destino laboral
fue la Komintern, órgano dedicado a coordinar la lucha contra las injusticias
mundiales y promover y coordinar la justicia y libertad socialista y la
democracia en todos los países de la tierra.
El título del libro,
entiendo, es lo suficientemente explícito como para entender lo sucedido allí.
Sus interminables días de naneo en la Komintern donde se encuentra con
personajes variopintos de los partidos comunistas de muchísimos países del
mundo, donde se hace como que se hace, pero nada se hace de verdadero valor y
donde él llegará a comprender que este organismo sencillamente es un altavoz y
una herramienta del partido comunista ruso, para extender sus codiciosos
tentáculos por todas las naciones donde se pueda intervenir para desestabilizar
los gobiernos y los estados en sí para, aprovechando el desconcierto, poder
atraparlos bajo las garras de Stalin y los suyos. Se elaboran informes, se
mandan noticias a los distintos países, se crean radios que
informan-deforman-desinforman-manipulan-mienten de cuanto sucede acá y acullá,
todo ello bajo la batuta del poder comunista ruso. Todos los allí convocados,
en el inmenso edificio gris, donde miles de hombres-hormiga beben de La
Verdad, es decir, de Pravda, que eso significa este nombre del
periódico oficial y único…, medio adoctrinador de millones de personas… Poco a
poco el camarada Castro irá comprendiendo, por medio del frío, el hambre, los
viajes que hace, la estructura de la nueva sociedad socialista donde una
pequeña parte de la misma, una casta, un 10% calcula él, vive del aparato del
Partido –al que todo le debe, y la mano que da de comer... no se ha de morder-
y de parasitar al resto de los camaradas: el 90% que viven en un estado de cuasimendicidad:
mal vestidos, mal nutridos, helados en invierno, fritos en verano, explotados
en sus empleos todo el año… Rusia, comprenderá, es un campo de concentración…,
donde el socialismo niega los valores humanos y desprecia los derechos de
todos… Era falso cuanto le habían dicho y él mismo había repetido durante
décadas: socialismo y justicia es una realidad imposible, una realidad falsa.
Comprenderá que lo que él mismo había hecho se lo estaban haciendo a él: no
había mayor manipulación que no llamar a la realidad con su nombre. Él que
había defendido que era mejor creer que no creer, ahora, cuando padece el peso
de la realidad rusa sufre un proceso dolorosísimo de desfanatización. Vivió un
ajuste de lo que pensaba, porque creía; de lo que miraba, de lo que comprendía…
En un libro sobre Stalin al que estuvo corrigiendo su estilo, ese era su oficio
en la última época de su estancia en Rusia, mientras peleaba por abandonar el
paraíso, le hizo ver la ridiculez del fanatismo conculcado por la propaganda
ferviente: el libro lo componían una serie de recuerdos escritos por personas
rusas de profesiones dispares que habían tenido alguna entrevista con el padre
de todos: Stalin; eran ingenieros, obreros, aviadores, científicos… y todos
resaltaban cómo Stalin sabía de todo y mucho más que ellos, sus sugerencias
eran certeras, únicas, inolvidables, iluminadoras… Ese dios, “cabeza de sabio,
cara de obrero, traje de soldado”, que siempre había repetido que “el material
más precioso es el hombre” y, sin embargo, ese mismo hombre, ciudadano,
camarada, era despreciado hasta la aniquilación con el fervoroso concurso de
todos aquellos orgullosos de endiosar a un pobre hombre, sin tener
inconveniente en parecer ellos unos imbéciles y, encima, dar la vida engañados
por falsas ideas…
Ya dijo Kolakowski que
muchos no creerían lo sucedido en Rusia. Muchos insisten en que lo escrito por
los llamados disidentes –rusos o de sus países satélites- son mentiras elaboradas
y pagadas por los países capitalistas, en el fondo desviaciones
pequeñoburguesas que llevan a esos miles y miles de páginas donde hallamos el
sufrimiento de millones de personas y la muerte de otras tantas… Error
atribuible, defienden aún hoy algunos, solo a la oligarquía dirigente, que no
al garrafal error en origen, en las premisas marxistas.
Quiero dejar aquí
reflejada la sorpresa de Castro cuando, al terminar la Segunda Guerra Mundial,
encuentra las iglesias llenas de piadosos creyentes… ¿De dónde salían estos
tras veinticinco años en los que la religión había sido perseguida
sistemáticamente por ser el opio del pueblo? Ya no se confiaba en Stalin y se
daba gracias a Dios por el fin de la guerra… (esto me recuerda a los millones
de personas que siguen a sus líderes, pienso en el fascismo, y que una vez
pasado el gobierno de estos… todo queda en nada).
El camarada Castro
defenestrado por Dolores Ibárruri, la Pasionaria -también conocida como
la Pescaera-, querrá abandonar Rusia, pues temía por su vida y la de los
suyos. Tras mil zancadillas podrá abandonar el paraíso camino de México,
ciertamente con la ayuda, que en el libro no agradece explícitamente, del
mismísimo Stalin. Es posible que, para los fanatizados, Castro y su obra, solo
sean el resultado del converso y, por tanto, carente de crédito… Es posible, nunca
se sabe, mas lo malo de su testimonio es que viene corroborado por cuanto después
se ha sabido y tantos han repetido. Cierto que la verdad no se autoconstituye a
mano alzada, pero ¿también se puede negar lo evidente? ¡Claro que sí! Es obvio
y a la vista está.
No se debe perder el
tiempo en querer contentar a quien no quiere ser contentado.
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