A Zenobia Camprubí Aymar.
El primer anuncio de la
tónica Schweppes, que yo recuerdo, decía en su gancho publicitario algo así como “Si no te gusta es porque no la
has probado lo suficiente” (¡¡busco el anuncio en Internet y lo encuentro!!
Asombrado: https://www.youtube.com/watch?v=XSmsY9OTTug). Siempre he hecho
referencia a esto cuando los alumnos me decían que no gustaban de la poesía. Lo
decía y lo digo a sabiendas de que los responsables de esta carencia somos los
profesores: rara vez se fomentan libros de poesía en las obras de lectura
recomendadas para los distintos cursos: todo lo más se recitan algunos poemas
sueltos, casi por norma de Bécquer, por razones obvias… Se llegaba a COU -ahora
a 2º de bachillerato- y allí nos cruzábamos con Antonio Machado, Juan Ramón,
una antología del 27, Cernuda y quizá algo de postguerra… y empezaba el
tortuoso sendero, el imposible Rubicón poético…, que no cruzaban ni siquiera
muchos profesores. Sigue pasando hoy lo mismo: Porque no es que la hayan
probado poco, como la tónica, es que dicen que no gustan de ella sin haberla catado…
He leído mucho a Juan
Ramón. Había leído Diario de un poeta reciencasado, digamos, de forma
fragmentaria, a saltos, vagabundeando, chilanqueando por sus poemas y sus
líricas prosas. Siempre me produjo este poemario cierto rechazo. Su poesía pura
o desnuda o personal o íntima, con una simbología por momentos inextricable, no
me era gratificante. Se ve que lo había probado poco.
Me lo propongo con
natural amabilidad y me leo del tirón una edición de esta obra con un prólogo
excelente de Antonio Sánchez Barbudo, de quien ya había leído libros y
artículos sobre Juan Ramón. He disfrutado mucho del libro, aunque, ciertamente,
no he dejado atrás y vencida la idea de que el destinatario de la poesía de
Juan Ramón, el lector, no es tenido en cuenta, presente de continuo, por el
poeta: ¿acaso debiera tenerlo? Barbudo lo señala en alguna nota al pie: el
lector no sabe a qué se refiere con esto o aquello Juan Ramón, porque el
momento poetizado es de tal intimidad que es inefable.
Fue motivo de debate,
en momento la mar de peliagudo en mi vida, que fie a mi memoria, la dedicatoria
de Juan Ramón “A la inmensa minoría”, dedicatoria de la Segunda Antología. Esta
dedicatoria, como “A la minoría siempre”, entiendo, y ahora no es momento ni
este lugar, ni yo la persona idónea por mi ignorancia al respecto de ir más
allá, de comentar lo que el poeta en su momento quiso decir. Entiendo que era
este un ideal que enlazaba con la elegancia y el aristocratismo real de una
vieja idea: la poesía -lo excelente, lo exquisito…- no era para la mayoría y
negarlo es negar lo evidente. Era, y es, experiencia perentoria que no admite
mucho debate porque hasta en el evangelio se puede rastrear esta idea (Mt 7:6)
y en los clásicos precristianos… también. Que Juan Ramón escribiera: “Siempre
que yo he dicho ‘minoría’ he pensado particularmente en el pueblo. Mi minoría
es ‘inmensa minoría’, no se olvide”: ¿es una antítesis? Se coja por donde se
coja… su majestad escoja.
Innumerables, como es
lógico, las sensaciones traídas del modernismo, acopiadas junto al simbolismo
muy particularmente y no ajenas al impresionismo. El poeta nos transmite
momentos sentidos, pensados, vividos en una poesía que anhela ir a la esencia (¡Intelijencia,
dame / el nombre esacto de las cosas!... / Que mi palabra sea / la cosa misma, …”).
Quise recordar, leyendo esta obra, algunos poemas gozados en otras lecturas y
quedó meridiano que… nosotros, los de ayer, ya no somos los mismos.
Hallé el contraste
entre la fealdad de las gentes, en general, sálvense los niños, de América, sus
edificios, sus ciudades -cementerios al margen, tan queridos siempre por el
poeta de Moguer- y las flores, las plantas, los árboles. Si los primeros son
groseros en su vestir, vivir, hacer, etc., “Nueva York, el marimacho de las
uñas sucias”… Los segundos son delicados, nimios, pequeños: hojitas, yerbas,
rosas… Lo americano, sin duda, en general le desagrada: las reuniones, sus
clubs (de loros y cacatúas viejas emperifolladas con sombreros con aspecto de
postres ajados o alcachofas), las comidas, las costumbres… Solo le resulta
amable aquello en que identifica lo español, y así le resulta amable, todo
aquello que le recuerda España: los niños, las plantas, el cielo, el sol, el
aire, las estrellas… En estos se reconoce y es mirado con amabilidad.
Dejo para el final a mi
admirada Zenobia, que es contemplada mientras duerme por el poeta. ¡Gran suerte
la de este hombre con esa mujer! Quizá él pudo llegar a más, mas nunca habría
alcanzado la altura lograda de no haber sido por esta excelente mujer.
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