Permítame que le siga
comentando… del citado arriba Willy Müzenberg: recuerde este nombre. Cierto que
no es figura muy conocida fuera de los círculos especializados. Desde muy joven se
dedicó a la propaganda bolchevique en occidente a todos los niveles. Su período
de esplendor, que duró unos quince años, empieza en 1921, fecha en la que el
propio Lenin le encargó la organización de la ayuda internacional para paliar
la terrible hambruna de la región del Volga. Se le encargó del Socorro Rojo
Internacional y organismos similares; pero como sucedería en casi todas las
tareas en que Münzenberg intervino, su objetivo no era tanto la ayuda material
como la constitución de una vasta red de propaganda que despertara y canalizara
actitudes de solidaridad y adhesión hacia una URSS «cercada por las potencias
capitalistas». El Socorro Rojo se transformó en una tupida red de oficinas y
comités destinados a moldear la opinión pública a conveniencia del régimen
soviético. Hasta en países remotos como en Japón el trust de Willi controlaba directa o indirectamente
diecinueve publicaciones entre periódicos y revistas. El comunismo siempre
intenta llevar la revolución a otros países y paga para ello: mueve a sus
peones, su publicidad, sus terminales de información y propaganda, busca el
desequilibrio del otro…
Todavía el estalinismo conservaría el suficiente
cinismo como para encubrir su convergencia de facto con
Hitler montando el tinglado del Frente Popular en diversos países europeos, una
causa que ganaría a románticos e idealistas de todo el mundo, deseosos de creer
en la buena voluntad soviética (precisamente en los momentos en que se
desataban los siniestros procesos de Moscú de 1936-1938, que llevarían la
tortura y la abyección a unos grados de sofisticación absolutamente inéditos). Münzenberg
rindió su último servicio, ya caído en desgracia, con la guerra civil española
y terminó como el noventa por ciento de sus camaradas devorado por el terror
que había ayudado a construir: Stalin no perdonaba ni a los enemigos, ni a los
amigos, ni a quienes más fielmente le sirvieron. En 1940 se encontró a Münzenberg
ahorcado en un bosquecillo cerca de Grenoble. “Todos los días,
Snowball y Napoleón enviaban bandadas de palomas con instrucciones de mezclarse
con los animales de las granjas colindantes, contarles la historia de la
Rebelión y enseñarles los compases de «Bestias de Inglaterra»”, leemos en la
novela… Napoleón no se apiada ni de Boxer, el caballo, que simboliza al
proletariado: trabajador, leal, esforzado, partidario…, pero que, cuando
envejece no es jubilado, sino vendido al matarife para que lo descuartice y su
carne se venda como pienso. Ese es el pago del Sistema totalitario a sus
servidores. El hecho era evidente: en el coche que vino a llevarse al viejo
Boxer los animales pudieron leer: “—«Alfredo Simmonds, matarife de caballos y
fabricante de cola, Willingdon. Comerciante en cueros y harina de huesos. Se
suministran perreras»”, sin embargo, y siendo evidente: Squeler, el
propagandista, el vendedor de narrativas y mentiras en favor de Napoleón, niega
lo obvio diciendo que todo era más simple: “la explicación, en verdad, era muy
sencilla. El furgón fue anteriormente propiedad del descuartizador y había sido
comprado por el veterinario, que aún no había borrado el nombre anterior. Así
fue como nació el error”. No importa el grado absoluto de evidencia que tiene
la verdad, se niega con absoluto cinismo y contumacia, ¿les suena esto de la
España de 2020?
Transcurren los años y los animales, que nunca vivieron mejor tras la revolución que cuando estaban con Jones, el granjero, sino que habían pasado la misma hambre, sufrido los mismos trabajos y desprecios, echado mil horas como esclavos, engañados… van viendo como todo es más de lo mismo: “los animales trabajaron como esclavos”. Los cerdos, los oligarcas del partido, se mudan a la casa del granjero, duermen en sus camas, se beberán su wiski, usarán sus ropas, fabricarán cerveza solo para ellos… y todo, poco a poco va mutando ante “una vaga inquietud” del resto de los animales de la Granja.
Todo lo malo, sin embargo,
que sucede en la granja se debe a los otros, a los malos, a los fascistas… a
los sabotajes de los disidentes dentro de sistema, en particular de Snowball, el
cerdo, que representa a Leon Trostki. Siempre los culpables son otros: los
cerdos todo lo hacen bien, pues son los más inteligentes, los más leídos… ¡sin
que nadie sepa por qué! ¿Les suena todo esto? Personaje singular en la obra es
Benjamín el burro quien todo cuanto los cerdos dicen, anuncian, propagan… lo
mira con cierto escepticismo e insistía con frecuencia “en su enigmática
afirmación de que los burros vivían mucho tiempo”. Bejamín, el burro,
representa a algún intelectual escéptico e incluso al mismo Orwell. Su verdad,
como el burro, aún pervive hasta el día de hoy, aunque muchos cierren los ojos
o hagan oídos sordos a los avisos… de algunos burros.
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