El equivocado con respecto
al contenido del libro soy yo. Se ve que no entendí del todo bien la crítica
que leí en su momento sobre la obra de la que ahora escribo. Más allá del ancho Misuri está escrita
por una gran autor y conocedor del mundo del Oeste americano. La obra es un
ensayo, que no una novela, sobre ese mundo. La obra habría que leerla, y así lo
hice al comienzo, con una lápiz e ir anotando los nombres de los protagonistas
a quienes DeVoto cita para ir sabiendo de quién habla en cada momento, pues los
nombres se acumulan y más aún los topónimos que hacen necesario un mapa y un
lápiz, para retener el nombre de lugares distintos de los Estados Unidos que se
van citando… Sinceramente he de decir que me abrumaban los antropónimos y los
topónimos, las distintas tribus de indios y los sucesos que iba narrando sobre
enfrentamientos, pipas fumadas de la paz o de la guerra, la magia de los
indios, los fuertes, los intentos realmente admirables de distintos aventureros
que se adentraban en un mundo absolutamente desconocido y hostil, empujados por
el deseo de hacer negocios con unos pueblos “salvajes”, absolutamente ajenos a
la cultura digamos “occidental”, en términos muy generales. Praderas, enfermedades,
montañas o barrancos…, ríos y arroyos, nada se interponía entre las intenciones
de estos hombres que, según DeVoto, no se encontraban en el patrón común de la
época.
La tentación, escrito lo
anterior, en un libro con un notable volumen de páginas, cerca de las 650, y
una letra no excesivamente generosa en su tamaño, es abandonar la aventura por
la que pretende el autor llevar al lector… ¿Por qué no lo hice? Pues no lo hice
porque DeVoto nos da unas informaciones de todo ese mundo que, la mayoría conocemos
por las novelas o el cine, bastante interesantes. La relación que hace de las
escaramuzas, enfrentamientos, etc. con los indios no tienen nada que ver con lo
que vemos en las películas. Los indios, ni mucho menos, se muestran hostiles
por sistema al hombre blanco: cierto que se enfrentan a ellos, pero casi
siempre es por los mismos motivos por los que se enfrentan a los indios de
otras tribus: por la codicia de hacerse con caballos, con pieles, con rifles,
con alcohol… o con cabelleras, pues los indios han de demostrar su valor y
valentía en los enfrentamientos y luchas con los demás: de sus hechos dependerá
su categoría y grandeza. Me ha llamado especialmente la atención que en
absoluto el hombre blanco, casi siempre de origen sajón, no desprecia las relaciones
maritales, dicho en términos generales, con las indias, sino que las busca,
“como necesidad” y como medio de ayuda: el tener a una mujer india suponía
tener una persona que sabía perfectamente manejarse en los ambientes de los que
hablamos: fuertes, campamentos, viajes largos e incómodos, padecer carencias,
etc.; aunque es bien cierto que no la quieren o la aman, no todos, o al menos
eso se desprende de lo que DeVoto escribe, como una esposa a la que respetan,
etc., sino, insisto, como una cooperadora necesaria en los quehaceres
ordinarios. Una india sabía perfectamente preparar comida de animales cazados,
sabían cuidar el fuego, preparar el campamento, conservar carnes y pescados y,
según el autor, era ardientes en las relaciones íntimas sin hacer muchos remilgos,
incluso siendo esposas estables de indios…
Sin duda quienes llevan el
compás y los beneficios de cuanto sucede en la conquista del Oeste son las
grandes compañías peleteras que están en el Este. Los dueños de ellas, incluso,
están o viven en Inglaterra: nada nuevo bajo el sol. Son empresas creadas para
ganar dinero. Suministran productos necesarios para el Oeste y los intercambian
por pieles… con unos beneficios, a veces, del ¡mil por ciento! Los rifles con
su pólvora y sus balas eran absolutamente necesarios, cuchillos, las trampas
para castores, mantas, el deseado café y el imprescindible alcohol, bajo la
forma de cualquier bebida, casi siempre adulterada, y medio prohibido de
intercambio con los indios, aunque una realidad es la que se puede y otra la
que se debe.
No era en absoluto
infrecuente que los indios colaborasen con el hombre blanco y fueran compañeros
en sus viajes. Grupos de pocos indios se acomodaban con las expediciones por
tierra o por barco en busca de las pieles: las codiciadas pieles de castor y
para la caza del bisonte. La relación con hombres de otras culturas y latitudes
hizo que tribus enteras desaparecieran por enfermedades como la viruela, de la
que DeVoto hace un conteo bastante detallado, según parece, de las tribus que
la padecieron hasta casi desaparecer enteras.
Son innumerables los
detalles que el autor nos da de cuanto sucede en aquellos años: el precio
variable de las pieles, de las municiones para emprender largos e inciertos
viajes de intercambio, dónde y cómo resultaron las rendezvous de tal lugar en tal fecha: por tal se han de entender
encuentros donde se daban cita tramperos, indios, compradores, vendedores, etc.
normalmente una vez al año y donde los hombres de las distintas compañías
intentaban sacar los mejores rendimientos a sus compras, sus contratos, sus
intercambios… ¡incluso se disputaban la contratación de los mejores cazadores,
conocedores del territorio, etc. en las mejores en mejores condiciones posibles!
No era infrecuente que el hombre avezado en las lides de que se trata:
conocedor de terreno y de las tribus indias, en la caza del búfalo y dónde
mejor poner las trampas, etc. tenía con frecuencia un grupo selecto de personas
que le acompañaban y que eran contratados por buenas cantidades de dinero. Es
curioso, nadie piense que eran hombres de mucha edad: tenían mucha experiencia,
pero no muchos años, porque quizá en aquellas tierras el cumplirlos era
complejo, muy complejo.
Doy por bien empleado el
tiempo invertido en la lectura de la obra y ahora miraré con otros ojos lo que
ocurra en la pantalla o en otros libros entre indios y… menos indios.
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