Elizabeth Anscombe y Peter Geach |
La sangre tiene razones
Que hacen engordar las venas
Servidor es
consciente de que no titula con don, ni es nadie entre los sabios,
pero “la sangre tiene razones/que hacen engordar las venas”. En el mundo de las
ideas, como en la realidad ordinaria y cotidiana, frente a las actitudes lights, frente al pensamiento débil,
junto a lo soft…, lo pusilánime, el
relativismo, lo contentadizo, lo timorato, lo vergonzante… crece también lo
amable, lo valioso: la magnanimidad, la paciencia, la justicia, se abren paso
la verdad y las virtudes… ¡y síguense riendo con jactancia de rufos esos seres
ridículos de inteligencia deforme a quienes les dices “virtud” y no entienden!,
pero se ríen, como aquellos del poeta que “desprecian cuanto ignoran”. Pobres
ilusos, creen que, cerrando los ojos a la realidad manifiesta y evidente,
renombrándola, ocultándose bajo mantas de subterfugios harán desaparecen la
verdad que les incomoda… De suyo la verdad es montaraz e indomable: no se vende
por nada, y por nadie se deja embaucar. Será esquiva y arisca, pero siempre deja trazas e indicios aquí y acullá, a
diestra o siniestra y, a quien sabe por derecho cortar los rastros que deja…,
se muestra y se deja encontrar. Sí, me obsesiona la verdad como guía de mi
existencia.
Erigirnos en diosecillos ridículos, minusvalorar a los
clásicos, olvidarlos, querer confundirlos, edulcorarlos, renombrar sus textos y
el sentido de estos… solo conduce a lo irrisorio y al estropicio: así, por
ejemplo, llamar pan frito al picatoste y mano cerrada al puño no
cambian ni al uno ni al otro. Ese es el sentido último del atractivo que tiene
pasearse, leyendo, por los clásicos: ellos han mostrado caminos seguros que
llevan con acierto hacia lo mejor.
Las
virtudes son realidades verdaderas y firmes que me resultaron siempre
atractivas. Aprendí en la Ética a Nicómaco que la virtud tiene
un carácter medial, cuyo fin propio e intrínseco es ayudar a alcanzar la
felicidad. Y la felicidad me resulta atractiva, amable, meta imprescindible,
quizá sea ese imposible necesario absoluto a este lado del portalón que dará a
la muerte, pero atractiva siempre: normalmente estoy y soy feliz, pero quiero ser feliz. Lo necesito, lo
anhelo, lo busco…
Supongo
que algún texto, que no recuerdo, me resultó tan complejo como este que intento
comentar… Quizá cuando, siendo un muchacho, quise leer la Antropología metafísica de Marías. El autor de la obra que comento,
Peter T. Geach, profesor de Lógica, marido de Elizabeth Ascombe…, me resultaba
muy atractivo porque anunciaba desde el principio de la obra que accedería a
las virtudes desde el ámbito científico propio de su especialidad: la Lógica. Incitante.
No cursaría por la ética, sino por la Lógica, rastreando a los clásicos en
sentido amplio y a sus maestros.
Tan terrible como saludable
intelectualmente el ascenso por sus páginas, renglón a renglón, es de una
densidad frustrante a ratos. Seductor. Parada, descanso, vuelta a intentarlo,
descender al comienzo del párrafo. Tres veces dejé el libro y otras tantas lo
retomé desde el principio: no es exageración andaluza ni figura retórica,
hipérbole. Sin duda, no parece que sea muy recomendable su lectura dicho lo
precedente, pero es lo que hay, y mentir es una vileza. A lo peor el problema
no es tanto del libro como de quien esto escribe: no se descarte. Hay desafíos fascinantes.
Tras un inicio general denso
sobre las virtudes en frases justas, recortadas y de acerados filos, el autor
se encamina con decisión y desparpajo, sin temor y sin desprecio a quienes ladran
a las tesis que expone, hacia la fe, la esperanza y la caridad, es decir: las
llamadas tradicionalmente virtudes teologales. Tras
comentarlas de modo asombroso para mí, acomete con el mismo tono y rigor las virtudes
cardinales: prudencia, justicia, templanza y fortaleza, con la que
termina, ya no sé si el ascenso o el descenso… y desde ahí, satisfecho se ve
invitado este lector a rememorar las citas que tomó en el folio donde lo fue
haciendo… ¡asombroso! Ahí quedó lo humano y lo divino, lo atribuible de modo
evidente a la esencia divina y lo alcanzable por el hombre.
Podemos ahora trapacear con la
verdad, con las notas al pie e inventar bosques con hadas. Con aquello que, no
pesando, quiere esconder dudas que no son de la inteligencia, sino de la
voluntad conformada, de la soberbia que no desea asentir ante lo evidente
(corren tiempos, ya lo decía, donde se desea que lo evidente sea, además,
demostrable y la evidencia, demostrada)…
Hay afirmaciones en esta obra,
me atrevería a decir, incontables de
una riqueza y densidad admirable, que necesitarían varios folios para ser
comentadas sus implicaciones Me detengo en una casi al azar: “Un hombre no
quiere normalmente las cosas solo para sí” (p. 46). Las personas, esos animales
racionales y dependientes, esos seres políticos, esos seres indigentes y
necesitados del otro al proyectarse
al futuro, necesariamente -salvo enfermedad-, lo hacemos con esos otros. Cuando
una persona se forja un futuro no lo hace como Robinson Crusoe, quien no es más
que una creación literaria -siempre con el deseo de volver con los otros
hombres-… Cuando quiero y lucho por algo lo hago con y por los demás: vivo con
los demás… Sí, pero no es solo eso, sino que todo aquello que deseo lo deseo
porque es un bien para mí (aunque me puedo equivocar) y ese bien deseo
compartirlo con los demás: ¿de qué me sirve lo mejor que se me pueda ocurrir si
no tengo con quien compartirlo, si no tengo a quién comunicarlo…? Esa mirada me
remite hacia el zoon politikon y
tantos y tantos comentarios y comentaristas de Aristóteles… Y no me detengo
ahí, sino que recuerdo que el mal no tiene ser…, es ausencia de bien, y quiero
justo eso, el bien para mí y para los demás: me proyecto hacia el bien, por
conseguir el bien, pero “El mundo yace en la maldad; la mayor parte de lo que
se hace en el mundo, justamente porque se hace sobre la falsa suposición de que
la naturaleza del hombre es básicamente buena y sólo per accidens deficiente, se hace mal. La salvación de cada persona
de este desastre común es posible sólo si la iluminación divina posibilita una
rectificación de la voluntad” (p. 68), larga, sí, pero… y me quedo corto.
Larga es también la entrada, y
pido perdón, pero más arduo y largo fue el camino hasta poder escribirla y la
dejo coja, aliquebrada… Me vuelvo sobre el libro y las notas que tomé. Buenas
tardes.
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