5 de junio de 2014

Corominas, J., Vicens, J. A.: XAVIER ZUBIRI. LA SOLEDAD SONORA (II)




        A lo largo de más de 800 páginas el lector de esta obra, supongo que como yo, va pasando por distintas etapas y estados de ánimo con respecto a la obra que lee y con respecto a la biografía de la persona que se estudia, en este caso el filósofo Xavier Zubiri.
         Adelanto que pasé de la indignación a la pena y la conmiseración. Ya he comentado otras veces que se escriben muchas obras de rodillas y no son menos también las que así se leen. En este caso, entiendo que así se escribió, pero no la he podido leer yo. Los autores del libro ven en Zubiri una persona admirable –no habrían quizá escrito el libro de no haber sido así- y todo cuanto atente o contraríe su vivir es malo, retrógrado, grosero… A sus errores, faltas, etc. poner sordina. La imagen última que recibo es que Zubiri es un excepcional filósofo del siglo XX a quienes los demás no han comprendido y, además, fue… una buena persona, o algo así, entiendo. Mi pregunta es muy elemental: ¿Cómo es posible que una persona con un conocimiento tan vasto, con una filosofía tan refinada, por lo que en la obra leída se cuenta, no alcanza una vida lograda? ¿Cómo es que su filosofía no le llevó, lo aproximó a la sophia y, sin embargo, nos encontramos ante la vida acogotada, mediocre, escondida de un señor vestido de gris?
         Comparto con muchos otros que es persona inteligente quien resuelve problemas y no los crea. Me temo que Zubiri se creó innumerables problemas en su vida, se los creó a muchos y su condición de filósofo no lo llevó a la cima de la sabiduría, (meta religiosa de muchos filósofos) y tampoco parece que se vaya a incoar su proceso de canonización (meta de la religión cristiana, ser santo). ¿Era una actuación inteligente no querer ser sacerdote e irse al seminario? ¿Era una opción razonable desear dedicarse a la Filosofía y hacerse sacerdote? Obviamente no. Todo lo relatado sobre su vida como seminarista y sacerdote es lamentable, hasta el punto de que él mismo escribe de sí que fue un sacerdote indigno. ¿Si se supone que deseaba ser sacerdote cómo es que no tiene una vida ascética y de piedad acorde con lo que supuestamente anhela? ¿Cómo es que jura varias veces en falso en asuntos gravísimos? En algún momento se dice, quizá de forma más o menos vaga, que quería hacerse sacerdote para cambiar la Iglesia ¿desde dentro?, ¿se puede saber qué clase de persona era ese hombre en esos momentos?, es decir: ¿busca la voladura controlada de su Santa Madre Iglesia por medio de la que dice servir a un Dios… que sepa Dios que Dios era, para él? ¿Es razonable ser sacerdote y estar galanteando con mujeres hasta el punto de ser el amante de quien será su esposa? ¿Qué deseaba, si una vez secularizado y casado con quien fue su mujer –que lo adoraba-, se dedica a enredar con la sobrina de esta y con cuantas mujeres se le acercaban? Para los autores de la obra, siguiendo los razonamientos del filósofo, Zubiri se ordenará sacerdote por la presión vaga, difusa, etc. del ambiente que le rodea, ¿es creíble en persona de su valía, de su poderío intelectual, económico –por su casa-, etc.? ¡Por favor! Se desprende que luego Zubiri no rompe con la Iglesia por miedo, por “el qué dirán”… que es cobardía propia del soberbio…, apunto yo.
         Para los autores de esta obra, la Iglesia y sus defensores se muestran intransigentes, por supuesto. Entiendo que la Iglesia debía haber dejado que Zubiri hiciera lo que le diera la gana y su mujer, Carmen Castro, abrirle la puerta de su casa para que él viniera a su lecho matrimonial con la primera señorita bien de Madrid que se encontrase en sus conferencias: entiendo que sería lo propio (sin perdón por el exabrupto). A mí sencillamente Zubiri durante muchos años de su vida me ha parecido una persona cínica, inmadura, caprichosa, deplorable. Todo lo que hace referencia a su relación con la Iglesia y su esposa es penosísimo. No dudo que para él fuera terrible, pero no es menos cierto que él solito se fue enredando, con sus mentiras, sus cobardías…
         Los regateos en centros académicos que hizo para buscar atajos en sus titulaciones, convalidaciones de asignaturas, etc. producen sonrojo. Así como su actividad como ladrón de libros que, según algún conocido mío, es disculpable. Compraba libros para la Facultad, que se llevaba a casa, pero los pagaba la Universidad y, si pasaba por casa de alguien y cogía un libro… rara vez lo devolvía… No era raro pedir libros para él en librerías que a veces no pagaba.
         La verdad, insisto y aquí me freno en seco, es que todo esto me ha llevado a sentir pena por este hombre que, considero, que no fue feliz por lo que ahí se cuenta de él. Sus continuos decaimientos en su juventud son fruto de su doble vida, de su hipocresía; su estado depresivo continuado en su época madura da lástima… Vuelvo sobre lo mismo: ¿Para qué le sirvió su filosofía, su supuesta inteligencia… si no alcanzó en absoluto una vida lograda?  Me da también especial pena su esposa: de quien se aparta largos períodos de tiempo de ella con motivos varios, mientras Carmen, siempre –por lo que dice el libro-, estuvo rendida de amor por él (no he logrado hacerme con la biografía escrita por ella. ¿Alguna sugerencia?).

1 comentario:

  1. ¡Uf!, tu reflexión me ha sugerido, en verdad, varias cuestiones.

    Primera: dedicarse a la filosofía o "filosofar", que en el fondo es tanto como elucubrar sobre el sexo de los ángeles, no garantiza una vida lograda, ni relajada ni feliz. Solo hay que recordar las vidas de Nietzsche, Wittgenstein, Camus, y las de tantos otros filósofos. No elegimos una determinada filosofía para ser felices y virtuosos, sino que elegimos un tipo concreto de filosofía dependiendo de la "clase de persona" que seamos. Resulta significativo, considerando esta apreciación, que Zubiri fuese el filósofo de las "realidades", que no de las idealizadas virtudes.

    Segunda: yo creo, como Ortega, que al buen pensador no debemos juzgarle en base a sus virtudes o defectos como persona, sino a través de sus "obras". Al respecto de esta cuestión, Ortega escribió un lúcido ensayo titulado "Mirabeau o el político", donde disculpaba todos los defectos, pecados e inmoralidades del político apegado a la REALIDAD, competente y eficaz, que hacía bien su trabajo. De nuevo lo real se antepone a lo ideal.
    ¿Qué sucede cuando preferimos a los políticos virtuosos, que se jactan de ser optimistas antropológicos y la bondad personificada, antes que a buenos y competentes gestores? Sí, estoy pensando concretamente en un nefasto político de nuestra historia más reciente. No hace falta decir quién.

    Tercero: Zubiri pudo haber sido un pobre hombre plagado de defectos, e incluso un "inmoral" pecador, pero, precisamente por ello, fue un gran CREADOR. No hay nadie mejor que los grandes pecadores, hombres falibles de carne y hueso, para crear y abrir nuevos caminos al pensamiento. Allí estuvo San Agustín, un gran pecador, que se redimió a través de una justificación creativa que legitimó una novedosa religión en su época: el cristianismo, el cual, por cierto, le fue como anillo al dedo a los intereses egoístas de salvarse a sí mismo.
    Un saludo.

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