39-Alcalá Venceslada, Antonio: Soleares.
Sainete en tres cuadros, en prosa, original
Comienzo
releyendo de pe a pa lo escrito en estos dos años largos de investigación sobre
la biografía de Alcalá Venceslada y voy rellenando, en la medida que ahora
puedo, algunos ángulos oscuros que dejé, y que hay en todos los salones
biográficos con arpa. Se hace más de lo que se puede.
El
lector que siga estos resúmenes que hago para el blog de lo que investigo sobre
Alcalá Venceslada, recordará que empezó sus años universitarios en Granada,
tras su paso por el Colegio de “Santo Tomás” de Jaén donde cursó parte de su
bachillerato y su acceso a la Universidad.
Colegial en el Real Colegio Mayor “San Bartolomé y Santiago”,
donde lo fueron posiblemente su padre Juan Manuel Alcalá Orti (lo afirmé en
otra entrada y ahora lo descarto de momento), y seguro su tío Juan Manuel Orti
y Lara. Alcalá Venceslada era estudiante de Filosofía y Letras y de Derecho. En
el Colegio se le asignaron los estudios de “Jurista”, aunque no fueron en los
que más empeño puso.
Tras dos años en Granada, cambió su matrícula a Sevilla
porque en esta se podía cursar la especialidad de Historia y no en la ciudad de
la Alhambra y hasta aquí llego como contextualización y recordatorio para
hablar de la obra que ahora comento.
En la entrada 27 de
esta serie (https://antoniojosealcalavique.blogspot.com/2023/08/antonio-alcala-venceslada-27.html)
el lector curioso hallará más demorados los detalles que doy sobre otra obra
que, cuando esto escribí, tuve a mi alcance: La venganza del feudal.
Meses después pude hacerme con el único ejemplar que existe de la que ahora
comento. Dejé la investigación aparcada en 1920 y a Alcalá Venceslada ya en el
Jaén que tanto deseaba alcanzar con su plaza en propiedad de Archivero y
Bibliotecario y pretendiente de quien fuera su esposa en ese año 20, Isabel
Muñoz-Cobo Muñoz-Cobo…; pero demos un salto atrás.
Granada de nuevo. 1903. El citado Colegio mayor y el mismo compañero de Colegio y Facultad de Derecho, de quien pedí, si alguien sabía algo, por favor, que me diera norte de su vida: el lucense José Gama López: ningún dato nuevo, salvo que vuelve a firmar en 1904 una obra teatral con Alcalá Venceslada. Soleares. Sainete en tres cuadros, en prosa, original, se puede leer no sin dificultad en la curiosa portada hecha por Alcalá. Un tal C. Orense puso música a la obra. En un primer momento, que ya expliqué, anduve buscando a este C. Orense, como compañero de colegio mayor o facultad. En la entrada anterior a esta se da cuenta y razón de quién fue Cándido Orense Talavera que puso música a la obra.
Si
el amanuense de La venganza del feudad fue Gama López, Soleares
le correspondió a Antonio Alcalá. Reproduzco la portada y la primera página de
la obra, toda ella de confección absolutamente artesanal.
La
caligrafía de Alcalá muestra unos rasgos de persona muy madura, llamativamente
madura para la edad que tiene; como inmaduras son las faltas ortográficas que
menudean aquí y allá, tal y como las perpetró su colega Gama en la otra obra.
Se ve que los autores teatrales estaban sobrados de tablas, ilusión y ganas,
pero escasos de ortografía: ¡que todo no se puede tener!
El
argumento de la obra es simple, si bien, creo que hay que hacer constar que
este no creo que fuera lo más importante ni para los autores ni para los
espectadores y más aún en la distancia del tiempo transcurrido. Diré sin rodeos
que, sin duda, la obra de Alcalá y Gama puede ser calificada como costumbrista.
Su finalidad es divertir a sus colegas; se sienten atraídos por una realidad en
fuga como son las costumbres andaluzas populares, quiero decir, literalmente de
un pueblo, del pueblo inculto: imaginativo, simpático, iletrado, con su
vocabulario y léxico propios y con una pronunciación y unos rasgos fonéticos
imposibles de reproducir entonces porque ni
ellos los conocían ni entonces existía en lo que Mondéjar Cumpián llamaba la etapa precientífica.
Escribía mi inolvidable Mondéjar, ese hombre tan sabio como pésimo profesor: “En efecto, cuando se llega a Andalucía, choca el
viajero con una realidad absolutamente inevitable: la especial manera de
pronunciar el español”. ¿Cómo se representa eso? Con un alfabeto fonético que
no existía, insisto. Considero que no es este el lugar propicio ni el momento
de dar explicaciones de historia de morfosintaxis y fonética, que ya daré en
otro lugar y oportunidad pertinentes.
Dos decorados: el primero, una plaza andaluza, granaína
por más señas. En el frontal una casa que es taberna: “La Zambra. Binos. Ay
sangría”, se puede leer en el cartelón de la puerta. El Roscos, una mala
persona, lleva al Inglés para que oiga cantar a la Carmen, ¡qué otro nombre
ponerle! El Roscos incluso quiere ir más allá: quiere mediar para el Inglés,
prendado de la Carmen, y que este se la lleve a su tierra. Van con la excusa de
oír al Gayarre un canario excepcional que tiene el Señor Diego, tío de Carmen,
que la recogió cuando esta quedó huérfana de padre y madre. Juanillo, el novio
de la Carmen, viene de servir al Rey en Cádiz. No falta en la plaza un
borracho, Canastos, ni una vendedora de chumbos y bellotas. Un municipal,
Gómez, y la esposa y suegra de Canastos componen el paisanaje del paisaje. La
Carmen canta por soleares como los ángeles. Descubierta la tropelía que
anhelaba cometer el Roscos para llevarse un corretaje, se marchan a una venta
en el camino de Huétor, segundo decorado, para celebrar la próxima boda de
Carmen con Juanillo; el Inglés paga la juerga donde Carmen canta, hay
guitarras, etc. Final feliz.
Los intentos de reproducción fiel en el habla de los
personajes de la variedad andaluza son muy meritorios por parte de Gama y
Alcalá quienes, por cierto, no imitan la variedad occidental, sevillana, sino
la granadina, y sin renunciar al ceceo de otras zonas… Esta Andalucía que los
jóvenes universitarios quieren transmitir es una entidad abstracta, pero el
asidero concreto, el eslabón de significados creados, recreados y mantenidos
mediante la producción literaria de aquellos estereotipos y tópicos que
sirvieron y siguieron sirviendo a los autores del ciclo para expresar su
peculiar relación subjetiva con la realidad exterior idealizada y
distorsionada. Un mundo con el que años después tendrá relación Alcalá cuando
viva en Sevilla y se relacione allí con otros amigos del Ateneo sevillano
El tiempo y las fuerzas lo dirán, pero no desdeño hacer un
estudio detallado de estas dos obras, su publicación y representación, pero de
momento seguimos camino, que nos quedan por investigar 35 años de la vida de
Alcalá Venceslada, 1920-1955.
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