18 de marzo de 2023

472- Machado, Antonio: CAMPOS DE CASTILLA

 



Ya creo haberlo escrito aquí alguna vez, pero no me importa repetirlo porque, según el Principito, los adultos no suelen enterarse y hay que repetir y repetir. El ABC publicaba un cuadernillo que apellidaba “Literario” y que, tras mucho insistir, supongo que muchos, y yo entre ellos, pasó a llamarse ABC Cultural. Yo lo leía, anotaba y encuadernaba, incluso les elaboré unos índices a mano. Luego se publicaron unos índices magníficos en discos…, que por ahí están. Me encantaba leer las críticas de los numerosos sabios que ahí escribían; las de los más limitados o que no me gustaban tanto, en mis cortas luces, no las leía o las valoraba menos. Siempre recordaré las de Lázaro Carreter: más de dos tercios de sus escritos se le iban al hombre, ¡qué sabio!, no tanto en la recensión del libro como de los recuerdos de obras anteriores del autor o del autor mismo… Esto, como joven inquieto e impaciente, me incomodaba. “Vamos ya al grano”, me decía yo por dentro cabalgando todo lo rápido que podía por aquellos renglones de letra pequeña en papel prensa para llegar a la noticia: Cupidissima bestia rerum novarum.

Me temo que algo así me sucede a mí a veces ya, como a Lázaro Carreter, sin llegarle, Dios me libre, a la suela del zapato. Lo comprendo ahora mucho mejor. ¿Qué se puede decir ya de tantos libros, la mayoría, que no se haya dicho ya? Es raro que yo lea o comente obras novedosas en el panorama editorial. Sigo el principio de “lee lo que se quede de pie” y para eso hay que esperar un tiempo: es lo que hay. Cuando llego, pobre bloguero, ejércitos enteros de comentaristas ya vienen de vuelta.




Anoto en el buscador: “Obra de Antonio Machado” y leo: “Aproximadamente 11.500.000 resultados (0,49 segundos)”, es decir: quizá casi casi… esté todo dicho. ¿Qué puedo aportar yo sobre estos Campos de Castilla machadianos? Poco, muy poco, nada quizá. No soy, Dios me libra también de ello, especialista ni en Machado ni en nada, no soy experto, no soy un lector cotidiano de poesía… Leo, además, en este caso, rastreando en el texto aspectos concretos sobre los que me gustaría saber en concreto en estos días: anoto, medito, marco. Intento disfrutar de la palabra escrita por el poeta sevillano. Sé del momento terrible por el que pasa en aquel verano de 1912 en el que recibe la primea edición de Campos. Me lo imagino en Madrid, con calor, recién enviudado, enlutado, depresivo, a la espera de destino, pobre profesor de Gramática francesa en provincias… Sin librarse de su sensación de joven viejo, liando tabaco que fuma sin cesar, meditando lo que fue y lo que pudo haber sido, y la que se marchó: la ceniza del cigarro cae sobre su pecho… Castilla en su corazón y en ella y por ella un sufrimiento terrible, al que se impone su pérdida, y no solo por la situación penosa de una España que él, ellos, los del 98, ven deleznable, arrodillada, miserable… Y es ahí donde yo no exactamente leo, sino que miro entre los versos y los poemas, me detengo en los blancos, releo esta o aquella estrofa. Recuerdo cuántas veces he recitado en clase este o aquel poema, cómo intentaba aclarar su recto sentido, cómo invitaba a los alumnos de ese aprender a dejarse llevar por los versos, por las palabras de contornos suaves o lacerantes, a veces… ¡Qué lejos todo!: ¡Machado, Castilla, las clases, los alumnos...!


Es cierto que releo a Machado y ya perdí la inocencia del chaval que lee al santón que le han dicho que era el poeta. Ignoro cuánto hacía que no leía esta obra del tirón, seguido, esta obra completa. Hace décadas. Después leí poemas, comenté muchísimos, pero no leí la obra completa, como digo: seguida, poema tras poema. Ya no puedo evitar la sensación de un poeta al que no admiro en quien no creo como entonces. Observo este o aquel acierto, esta imagen hermosa por su armonía y esta otra no tan acertada o repetida en muchos versos… E inevitablemente, don Alfonso Sancho Sáez…, inevitable…

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