Ya creo haberlo escrito aquí alguna vez, pero no me importa repetirlo porque, según el Principito, los adultos no suelen enterarse y hay que repetir y repetir. El ABC publicaba un cuadernillo que apellidaba “Literario” y que, tras mucho insistir, supongo que muchos, y yo entre ellos, pasó a llamarse ABC Cultural. Yo lo leía, anotaba y encuadernaba, incluso les elaboré unos índices a mano. Luego se publicaron unos índices magníficos en discos…, que por ahí están. Me encantaba leer las críticas de los numerosos sabios que ahí escribían; las de los más limitados o que no me gustaban tanto, en mis cortas luces, no las leía o las valoraba menos. Siempre recordaré las de Lázaro Carreter: más de dos tercios de sus escritos se le iban al hombre, ¡qué sabio!, no tanto en la recensión del libro como de los recuerdos de obras anteriores del autor o del autor mismo… Esto, como joven inquieto e impaciente, me incomodaba. “Vamos ya al grano”, me decía yo por dentro cabalgando todo lo rápido que podía por aquellos renglones de letra pequeña en papel prensa para llegar a la noticia: Cupidissima bestia rerum novarum.
Me temo que algo así me
sucede a mí a veces ya, como a Lázaro Carreter, sin llegarle, Dios me libre, a
la suela del zapato. Lo comprendo ahora mucho mejor. ¿Qué se puede decir ya de
tantos libros, la mayoría, que no se haya dicho ya? Es raro que yo lea o
comente obras novedosas en el panorama editorial. Sigo el principio de “lee lo
que se quede de pie” y para eso hay que esperar un tiempo: es lo que hay. Cuando
llego, pobre bloguero, ejércitos enteros de comentaristas ya vienen de vuelta.
Anoto en el buscador:
“Obra de Antonio Machado” y leo: “Aproximadamente 11.500.000 resultados (0,49
segundos)”, es decir: quizá casi casi… esté todo dicho. ¿Qué puedo aportar yo
sobre estos Campos de Castilla machadianos? Poco, muy poco, nada quizá.
No soy, Dios me libra también de ello, especialista ni en Machado ni en nada,
no soy experto, no soy un lector cotidiano de poesía… Leo, además, en este
caso, rastreando en el texto aspectos concretos sobre los que me gustaría saber
en concreto en estos días: anoto, medito, marco. Intento disfrutar de la
palabra escrita por el poeta sevillano. Sé del momento terrible por el que pasa
en aquel verano de 1912 en el que recibe la primea edición de Campos. Me
lo imagino en Madrid, con calor, recién enviudado, enlutado, depresivo, a la
espera de destino, pobre profesor de Gramática francesa en provincias… Sin
librarse de su sensación de joven viejo, liando tabaco que fuma sin cesar,
meditando lo que fue y lo que pudo haber sido, y la que se marchó: la ceniza
del cigarro cae sobre su pecho… Castilla en su corazón y en ella y por ella
un sufrimiento terrible, al que se impone su pérdida, y no solo por la
situación penosa de una España que él, ellos, los del 98, ven deleznable,
arrodillada, miserable… Y es ahí donde yo no exactamente leo, sino que miro
entre los versos y los poemas, me detengo en los blancos, releo esta o aquella
estrofa. Recuerdo cuántas veces he recitado en clase este o aquel poema, cómo
intentaba aclarar su recto sentido, cómo invitaba a los alumnos de ese aprender
a dejarse llevar por los versos, por las palabras de contornos suaves o
lacerantes, a veces… ¡Qué lejos todo!: ¡Machado, Castilla, las clases, los
alumnos...!
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