La Santa Iglesia es
Maestra en Humanidad y Caridad, siendo posible que muchos de sus hijos seamos
unos indeseables… y pecadores todos, pero no así ella.
Cuando
el mandamiento de Dios dice: «Acuérdate del día del sábado para santificarlo»
(Ex 20,8), el descanso mandado para honrar el día dedicado a él no es, para el
hombre, una imposición pesada, sino más bien una ayuda para que se dé cuenta de
su dependencia del Creador, realidad vital y liberadora, y a la vez vocación para
colaborar en su obra y acoger su gracia. Todos los días deben ser de alegría
para el cristiano (la alegría es, precisamente, uno de los frutos del Espíritu
Santo, cf. Rm 14,17; Gal 5, 22), pero aún más y con más motivo en el día del
Señor, en el domingo. En
efecto, la alegría no se ha de confundir con sentimientos fatuos de
satisfacción o de placer, que ofuscan la sensibilidad y la afectividad por un
momento, dejando luego el corazón en la insatisfacción y quizás en la amargura.
Entendida cristianamente, la alegría es algo mucho más duradero y consolador;
sabe resistir incluso, como atestiguan los santos, en la noche oscura del
dolor, y, en cierto modo, es una «virtud» que se ha de cultivar.
Desde antiguo, desde el
Deuteronomio, se le recuerda a los hijos de Dios que han de respetar el día de
descanso: «Guardarás el día del sábado para santificarlo, como te lo ha mandado
el Señor tu Dios. Seis días trabajarás y harás todas tus tareas, pero el día
séptimo es día de descanso para el Señor tu Dios. No harás ningún trabajo, ni
tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu buey, ni tu asno,
ni ninguna de tus bestias, ni el forastero que vive en tus ciudades; de modo
que puedan descansar, como tú, tu siervo y tu sierva. Recuerda que fuiste
esclavo en el país de Egipto y que el Señor tu Dios te sacó de allí con mano
fuerte y tenso brazo; por eso el Señor tu Dios te ha mandado guardar el día del
sábado» (Dt 5,12-15). Es por ello que el Papa no deja de insistir (sabía
personalmente y desde su juventud de qué hablaba) en que existe la injusticia
de un trabajo absorbente o la carencia de un empleo, que condena al paro
injusto, circunstancias que atentan contra la realidad sagrada del verdadero descanso.
“Grande es ciertamente
la riqueza espiritual y pastoral del domingo, tal como la tradición nos lo ha
transmitido. El domingo, considerando globalmente sus significados y sus
implicaciones, es como una síntesis de la vida cristiana y una condición para
vivirlo bien. Se comprende, pues, por qué la observancia del día del Señor
signifique tanto para la Iglesia y sea una verdadera y precisa obligación
dentro de la disciplina eclesial”, son estas las primeras líneas de la
Conclusión de la Carta. La fe no puede ser vivida de manera aislada, lejos de
la ekklesia, lejos de los hermanos, hijos de un mismo Padre, día para el
descanso en Dios, para el descanso en la meditación serena y trascendente de la
palabra de Dios en soledad y con el resto de los miembros de la comunidad…,
¡mas qué lejos de la realidad! La prisa, el rasgo distintivo del tiempo en que
vivimos, nos empuja a la disolución, a la concepción materialista del trabajo,
de los empleos, del consumo del ocio… Y la sociedad inculca en nosotros sus
miembros esas necesidades que nos alejan de la naturaleza, de los demás y, en
definitiva, de Dios.
Aconsejo a todo
cristiano, o no, la lectura meditada de estas letras sobre una realidad oscurecida
en la vida de los hombres. Siempre el Papa santo pone luz y paz en el corazón y
la mente de quienes lo leemos, lo meditamos, lo amamos.
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