Durante muchísimos
años, muchísimas de mis lecturas cobraban sentido en mi gusto y mis necesidades
personales, pero también, y en no pequeña parte, con la de mi empleo como
educador y como profesor de Lengua y Literatura. Ahora, supongo, es pronto aún,
muchas de las lecturas tendrán más orientación en otras direcciones y desde
otras perspectivas; reconozco que aún no llegó el momento. No obstante la obra
que ahora comento se debe a la meditación sobre una realidad de sumo interés y
dificultad para mí: el sentido del descanso, el sentido del domingo. Descansar
no es fácil y los domingos son días que con frecuencia he dedicado a completar
quehaceres de mi trabajo a los que no llegaba durante la semana y, por tanto,
propiamente no han sido días de asueto y expansión personales, de esponjamiento
espiritual… De ahí nace el interés por la lectura meditada de esta carta
apostólica del Papa santo.
Se fecha la carta en
mayo de 1998, y en noviembre se declara el año santo dedicado al Espíritu Santo,
del que en ella se habla.
La visión que se nos da
es, sin duda, cristiana y yo añadiría y, por tanto, humana. El cristianismo,
por mucho que sus enemigos señalen y digan, aporta humanidad a la Humanidad por
medio de la humana divinidad de su fundador, Cristo, Dios mismo para los
creyentes, hecho Hombre. El aporte de la Iglesia católica a la sabiduría
perenne, por mil motivos, es tan innegable como incalculable y reconocido
incluso por quienes no son ni católicos y ni siquiera cristianos.
Se remonta san Juan
Pablo II al Génesis, como no podía ser de otro modo y argumenta y documenta
cómo Dios al séptimo día descansó. ¿Qué ha supuesto este “séptimo día” y ese
“descanso” en la vida de la humanidad, qué herencia nos dejaron quienes
meditaron sobre estas realidades? Arranca el Papa de las meditaciones del pueblo
hebreo, hermanos mayores en la fe del cristianismo, hasta nuestros días. Aporta
reflexiones de los santos Padres: “San Basilio explica que el domingo significa el día verdaderamente único
que seguirá al tiempo actual, el día sin término que no conocerá ni tarde ni
mañana, el siglo imperecedero que no podrá envejecer; el domingo es el
preanuncio incesante de la vida sin fin que reanima la esperanza de los
cristianos y los alienta en su camino.(26) En la perspectiva del último día,
que realiza plenamente el simbolismo anticipador del sábado, san Agustín
concluye las Confesiones hablando del eschaton como «paz del descanso, paz del sábado,
paz sin ocaso».(27) La celebración del domingo, día «primero» y a la vez
«octavo», proyecta al cristiano hacia la meta de la vida eterna.(28)”. Para
Orígenes el cristiano perfecto: «está siempre en el día del Señor, celebra
siempre el domingo». Creo que esta realidad no se recuerda en la predicación
desde los púlpitos ni en las catequesis, y no estaría de más.
La perspectiva cristocéntrica le lleva a afirmar al
santo Padre que “En efecto, Cristo es la luz del mundo (cf. Jn 9,5; cf. también 1,4-5.9), y el día
conmemorativo de su resurrección es el reflejo perenne, en la sucesión semanal
del tiempo, de esta epifanía de su gloria”. Un tiempo lineal, aporte del
cristianismo: fue san Agustín quien en De civitate Dei, rompe con el
sentido cíclico de la temporalidad griega.
Repasa el Papa santo rasgos del domingo en la teología
cristiana, en la idiosincrasia del pueblo de Dios. El domingo como El
día de la nueva creación, El octavo día, figura de la eternidad, El día de
Cristo-luz, El día del don del Espíritu, El día de la fe, ¡Un día
irrenunciable!... Estas
características señaladas por el entonces Papa modelan y se advierten en la
liturgia de la Iglesia, en sus costumbres, una y otras tan ignoradas por tantos
cristianos desgraciadamente (servidor se apunta al listado) y por los no
cristianos… Es capital para mí la insistencia en el descanso, realidad
profundamente humana, querida por Dios para el hombre creado, que por Él cobra
sentido solo en ese tiempo de asueto que es el domingo. La identidad de un día
que debe ser salvaguardada y sobre todo vivida profundamente. Ese derecho
humano tantas veces conculcado por una sociedad injusta, de consumo donde el
trabajador es explotado y el explotador… también lo es por su codicia.
Recuerda el Papa la
importancia para los cristianos de la reunión dominical “para expresar así plenamente
la identidad misma de la Iglesia, la ekklesia, asamblea convocada por el
Señor resucitado, el cual ofreció su vida «para reunir en uno a los hijos de
Dios que estaban dispersos» (Jn 11,52)”. El domingo es el día del Señor, es el
día de la Eucaristía por antonomasia para todo cristiano, en ella el santo
Padre se detiene con mimo para explicar detalles que ayudan a mejor vivir este
sacramento instituido por el mismo Jesús, como todos, el día de Jueves Santo al
borde mismo de su entrega para redimir a toda la Humanidad en la cruz. Es la
Misa “la viva actualización del sacrificio de la Cruz”.
El ejercicio ascético,
el camino verdadero que lleva a cada uno a la santidad, que lo puede conducir
es arduo y hermoso. Encomienda el Papa a los Obispos de manera particular
preocuparse «de que el domingo sea reconocido por todos los fieles, santificado
y celebrado como verdadero "día del Señor", en el que la Iglesia se
reúne para renovar el recuerdo de su misterio pascual con la escucha de la
Palabra de Dios, la ofrenda del sacrificio del Señor, la santificación del día
mediante la oración, las obras de caridad y la abstención del trabajo». (84)
Tengo la impresión de que todo esto es estribillo que por repetido y oído
pierde su significado en las vidas concretas de los cristianos. No se trata
solo, digamos, de la asistencia de los cristianos el domingo a la Santa Misa
(razones muchísimas se hacen explícitas en este texto), sino que la Iglesia recomienda
a los fieles comulgar cuando participan en la Eucaristía, con la condición
de que estén en las debidas disposiciones.
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