Por lo que contemplo y
medito, a la larga, la sementera de la escuela ideologizada, la escuela
adormidera, la escuela manipulada y tejedora de sueños… da sus resultados. Aquí
y allí, por doquiera que se mire: la ignorancia vive en una falsa jauja virtual
mientras los buitres esperan su festín mirando desde las cornisas. Es la
banalidad del mal que dijo Hannah Arendt: Eichmann, el asesino nazi,
explicó que él era un funcionario más que “cumplía con su obligación” dictada
desde arriba; no más. Los nuevos puritanos son los totalitarios pacatos de
siempre. Esos timoratos que dejan escapar sonrojos y suspirillos de chica de 1º
de ESO en su sesgada clase sobre género… Ahora esos mojigatos totalitarios,
insisto, y a Arendt remito de nuevo, se pueden llamar como quieran, pero no
dejan de ser lo que son: sembradores de iniquidad y odio. Mojan sus trémulos
deditos en las puras aguas de lo políticamente correcto y el lenguaje inclusivo
que deja fuera tanta injusticia que la historia arrastra; su quehacer no es
inocuo, sino inicuo. Ya puestos: ¿Quién pide perdón por los cristianos que se
merendaban los leones en Roma? ¿Quiénes piden disculpas por los esclavos sin
cuento que han existido ¡y existen!? Niños y niñas, hombres y mujeres aherrojados
por nuestras limitaciones y miserias. ¿Quién nos visibiliza? Modo de dominio,
lo políticamente correcto, como lo hasta ahora enumerado y lo que vendrá
después, con frasecita que ya hizo fortuna, “ha venido para quedarse”: ¡qué
bonito! Muy bien, pues siéntense ahí… Quienes no entremos sometidos y sumisos
por el aro ñoño y anormal de la manipulación seremos desterrados, humillados…
No formaremos parte de la mayoría gregaria, de esa supuesta mayoría normal.
La normalidad es la enfermedad de nuestro siglo, dijo Adorno en su Mínima
moralia… ¿Qué hacerle si no soy normal ni aspiro a serlo? ¿Me pondrán,
acaso, un idolillo pagano con su mirar de suficiencia ética y con una espada flamígera
que me muestre el camino irreversible del destierro, hasta que sumiso pida
perdón a mis lectores y mis lectoras, represores y represoras y censores y
censoras…? Los totalitarismos, las dictaduras tienden naturalmente a la censura
y a la represión como el hierro es atraído por el imán. Reprimidos y
desterrados, a los rebeldes querrán laminarnos. Ya la gramática no está de
nuestra parte, la verdad histórica es tergiversable, la verdad y la mentira –ya
vimos- han muerto… No hay dónde encontrarnos para ponernos en claro porque es
imposible la comunicación. Todo es débil, según diagnóstico de Vattimo.
En la nueva mesa de
juego que conforma el nuevo panorama, la circunstancia virtual… la persona no
cuenta, es decir: cuenta menos que nunca. Si el aborto es un asesinato de
personitas chiquitas (a los 14 días, dice la investigación, alcanzan el milímetro
y medio y su corazón ya late… ¡qué más da lo que la ciencia en este sentido
diga! Aborto porque quiero, ¿o acaso no es mi cuerpo mío?).
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Han muerto en unas
semanas 500 mil personas, que poco importa el número y que personas sean.
Muchos eran viejos y, y por tanto, como las personitas, no formaban ya parte
del panorama: unas no llegaron a la pantalla y no se vieron, y las otras, por
viejas, se habían salido del enfoque y tampoco parecían estar, total: si se
mueren, pues eso: menos tropa haciendo gasto… Ya hemos visto que el valor
capital es el dinero… que todo lo mueve, que a todos interesa tener sin tasa…,
sin medida, sin cuento… No hubo signos de piedad. Se tardó en emplear símbolos
que dijeran del sufrimiento particular y general, ¿acaso importaba o importa?
Los funerales de estado, etc. son más de lo mismo: puro espectáculo para las
mediocridades que ansían la normalidad, para ganarle el paso a las apariencias,
para hacer publicidad de lo nuestro, es decir, de lo suyo… No se ocupe, lector:
los muertos están bien muertos, aunque mal contados, descansan ya en paz. Eso
sí le digo: usted llegará a viejo, si no lo es… ¡y entonces, amigo mío, usted
no importará una higa!
Tuve que tomar varias veces el diccionario para poder interpretar la lectura.
ResponderEliminarSiempre pienso que si no engaño a nadie por qué me van a engañar a mí los demás. Si usted, lo dice: es verdad. Escribo a ciegas... No tengo claro -¡y es grave!- para quiénes escribo, quiénes son mis lectores... Octavio Paz decía que Luis Cernuda escribía como hablaba, pero hablaba como un libro... Malo. “Quien escribe como se habla irá más lejos en lo porvenir que quien escribe como se escribe”, decía Juan Ramón. Gracias por su esfuerzo.
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