28 de febrero de 2020

401-Turguéniev, Iván: LA RELIQUIA VIVIENTE


                

                                                        
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Gracias a Bernardo tuve noticias de este volumen de cuentos editados por Atalanta. Su recomendación, supongo, venía más por la vía cinegética que por la literaria, aunque ambas, en muchas etapas de mi vida, fueron una misma fuente, un idéntico venero. No obstante, una y otra siguen cauces anchísimos y ricos en mi vida. Dios me dé salud y vida para seguir disfrutando muchos años de ellas, de la lectura y la caza.

A Turguéniev lo leí en una vieja colección de novelas donde hallé varias de sus obras: recuerdo dónde estaba la colección que no era mía. De esto hará más de treinta años y solo recuerdo cómo eran los volúmenes, que no la editorial y ni tan siquiera los títulos. En esa misma colección había más rusos que leí con gusto: Gogol, Dostoievski, Tolstoi, Pushkin, amén de realistas franceses, algunos, junto a Dickens. Autores teatrales como Ibsen… No me alcanza más la memoria.

Este libro, mi querido Bernardo, tiene más literatura que caza. No ocurre nada. Me parece bien. He vuelto a entrar en las isbas, en las dachas rusas. Los caseríos, las alquerías y los mujiks huelen a sumisión brutal, por una parte, los sirvientes, en semiesclavitud o esclavos absolutos son de una mísera subordinación al barín, por otro, al señor, que produce pena, aunque no tendría por qué ser así (aún recuerdo la impresión que me causó Las almas muertas de Gogol). Escribo esto porque no sé hasta qué punto es acertado juzgar aquella situación ajustada a patrones de un momento y un lugar muy distintos al actual, aunque se me antojen patrones bestiales por inhumanos. Estos personajes son descritos por Turguéniev con inigualable maestría. Siempre queda en ellos, en siervos y señores, un halo de enigmático misterio, como si su proceder, su hacer, su modo de reaccionar no se acomodasen a parámetros humanos occidentales. “¡Tierra nativa de largos sufrimientos, / oh tierra de la gente rusa”, copia el autor del poeta Fiódor Tiútchev, admirado contemporáneo suyo. Rusia, la gran madre Rusia, gentes, personas y sufrimiento son recios eslabones de una misma cadena que van unidos.

Es poca la caza, insisto, y la naturaleza en estado salvaje, como la siente Turguéniev y como la describe, ponen en los cuentos el contrapunto a esas arrastradas situaciones y míseras vidas de los personajes de quienes nos narra. Los cuentos son breves, densos, con argumentos que participan de ese halo del que arriba escribí. La naturaleza, insisto, se mueve a un compás maravilloso. El lector se adentra y camina por ella transido por la belleza no ya de lo que lee, sino de lo que siente. Es posible que el lector para llegar a ese punto deba conocer la Naturaleza -permítame, así, con mayúscula-, los olores de las flores, el nombre de las plantas y los árboles, haber sentido el viento y dormido bajo las estrellas y junto al escaso calor de una lumbre. Insisto, el cazar en absolutamente accidental: Si no me falla la memoria solo hay una muy breve escena donde se describe un lance venatorio: la caza de una liebre.

Trenzada entre la naturaleza, la idiosincrasia de un pueblo, los animales, las personas… se hallan sus historias y supersticiones que dan cohesión y fuste al espíritu de todo ello. Nunca logré leer cierto los nombres de los personajes que pululan por las novelas rusas, sino que más bien identifico el dibujo del nombre que me lleva a la persona que habla o de quien se habla. Historias de aparecidos, de muertos vivientes…, de muertos… ¡no del todo muertos! y que se muestran y hallan presentes entre deudos y amigos y enemigos como si su muerte no hubiera puesto un antes, a esta orilla, y un después, a la otra. El cuento El prado de Bezhin es una muestra indubitable de lo que escribo. Nos chocamos con la brutalidad de una muerte absurda al leer el último de los cuentos: ¿qué extraña imbricación no habría entre Panteléi Chertopjano y su caballo que le lleva a hacer la atrocidad que hace?

Leo esta obra de Turguéniev recién terminada La metamorfosis de Kafka. Me quedo perplejo por el paralelismo y el contraste absoluto que hallo entre Gregorio Samsa y Lukeria, la joven enferma, protagonista del cuento La reliquia viviente, que da título a este volumen. La joven bella se ha transformado, por la enfermedad a sus menos de 30 años, en una especie de vieja momia viviente echada en un jergón. Gregorio Samsa, el viajante de tejidos, mutó en escarabajo. A ambos algo no elegido, que les sucede, les cambia la vida. Lukeria, con su incurable enfermedad, con sus dolores, con sus limitaciones es feliz con las minucias que la vida le depara y se sabe escuchada y atendida por sus vecinos y amigos. Gregorio Samsa termina por ser una basura para su propia familia: famélico, desatendido, herido, sucio, despreciado… Sería hermoso, y quizá fructífero, un trabajo comparativo entre un cuento y otro…

Termino. Esta Reliquia viviente la componen seis cuentos. El libro completo del que salen estos se publicó como  Diario de un cazador o Apuntes del cazador en 1952 y comenzó a publicarse por entregas en 1846. Excelente rato me ha deparado el inolvidable Turguéniev. Gracias, Bernardo.

2 comentarios:

  1. Interesante glosa, que demuestra que lo que escriben las editoriales en sus catálogos no se corresponde como quisiéramos con lo que realmente contienen sus libros. Gracias por la referencia, amigo. Un fuerte abrazo.

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  2. Querido Blumm... ¡hay maravillosos errores que conducen a realidades admirables! Cierto que también los hay que te llevan a la perdición. En este caso fue, afortunadamente, de los primeros. Otro abrazo para ti.

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