7 de enero de 2020

389-CHARLIE-SALIDA-REFLEXIONES SOBRE MI EMPRESA (II de II)



De mi empresa que en el alma me duele venía hablando y de ello sigo.
Son muchas las materias primas averiadas, defectuosas, calamitosas que llegan al inicio del proceso de la empresa. Todos ignoramos la causa y nadie se hace responsable del suceso: “Son cosas que pasan”, “Quien trabajo en esa materia el año anterior”. Quienes procuran estos productos sin clase ni calidad se encogen de hombros: no saben, no contestan, ¡es lo que hay!: “Es la vida”. Es lo malo de estas materias con que trabajamos que no pueden ser devueltas a ningún proceso que, fundiéndolas, rehaciéndolas, volviéndolas a origen sean recuperables. Digamos que, una vez el producto es fallido, durante cinco años rodará por las cadenas de montaje, dañándose aún más, dañando a otras materias que se relacionen con ella, perjudicando la cadena de montaje y a los montadores que trabajamos en la cadena. Muchos de estos materiales, desgraciadamente quebrados, por su comportamiento, condiciones, efectos, etc. son absolutamente desconocidos en la cadena de montaje por quienes en ella trabajamos: digamos que no sabemos qué son, qué les sucede, qué pasó: qué hacer con el desaguisado. Ignoramos qué se puede hacer con ellas. La empresa obliga a su tratamiento, al manejo, de las mismas con la intención siempre de que se adapten al sistema fabril preconcebido que se resiste a ellas y que termina expulsando, evacuando, no sin antes, como digo haber dejado rastros indelebles y negativos en todos y para todos. No sabemos. No hay solución. Trágala es trágala. Los cuatro o cinco años rodando por las cadenas de montaje no hay quien se los quite. No olvide que el producto, el mantenimiento del mismo cuesta a todos los contribuyentes alrededor de unos 6000 o 7000 euros anuales… Multiplique por cuatro o cinco años, sin alcanzar logro alguno y ya me dirá usted qué compañía puede soportar estos resultados. El 17,9% de los productos no alcanzan el marchamo de acabados, terminados, completados…
Otro singular problema de la empresa, curioso, es que, menos los inspectores de la misma, los directivos y los que trabajan en factorías del mismo sector, mas de índole más especializadas y con el material ya elaborado en parte y con más años..., todos nos queremos ir. Aquí no queda títere con cabeza que no quiera jubilarse, cesar en lo que es una ingrata labor desde años: mejor ya que luego u hoy que mañana… ¿Qué opina usted de una empresa donde las inmensísimas mayorías de los empleados se quieren largar? ¿Usted no pensaría que algo no va bien, que algo falla? ¿Cómo es posible que siendo un trabajo tradicionalmente considerado como vocacional (?) no quiera nadie permanecer en el empleo? Algo pasa, algo está pasando. El deterioro en los puestos de trabajo, en gran parte responsabilidad de quienes en estas factorías laboramos, no cesa: vamos de mal en peor.
Es cierto que se han hecho estudios comparativos de mi empresa con otras semejantes, dedicadas a la fabricación de los mismos productos en otros países y nuestras empresas no resisten la comparación. Estamos en las últimas plazas en cuanto a producción y calidad. Somos caros, trabajamos mal y no obtenemos productos excelentes. ¿Qué pasa? De momento lo que pasan son los años. Miles y miles de productos salen al mercado, a la sociedad, defectuosos, malogrados, con taras. ¿Qué será de ellos? Ocuparan espacios marginales en la sociedad… ¡Son los productos bien acabados y no hallan dónde situarse en el mercado, qué no será de esos otros, pobres, que no llegaron nunca al final del proceso! Queremos paliar la producción defectuosa y se incorporan innovaciones, nuevos métodos que son viejos, pero con nombres cambiados, irreconocibles para empleados que llevamos décadas en ello, sin que los empleados tengan ninguna preparación, hábito, conocimiento de ellos. Nihil novum sub sole. Y mientras debatimos y nos enteramos o no transcurre el tiempo que, irremisible, se marcha.

Todos y cada uno de esos seres que producimos son ¡¡personas!! Usted lo sabe: trabajo en un centro de enseñanza, ya apenas se dice centro educativo porque allí no hay de eso, como le he dicho, ninguna unidad de criterio con respecto a lo que se educa, en qué y cómo… Ni siquiera hay acuerdo en qué se enseña… Se va acabando la mina del lápiz. Décadas dedicado a ello con verdaderos empeño: estudios, publicaciones, lecturas, congresos… Me duele la educación española, lo siento, perdone: me duele.




1 comentario:

  1. Querido Antoniojosé,
    Como médico y antiguo alumno tuyo, te animo a pensar que la gratitud de tus discentes es un buen analgésico contra ese dolor que manifiestas.
    Un afectuoso abrazo y feliz año.
    Antonio Díaz Negrillo

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