Como la mayoría de ustedes saben
he pasado casi cuatro décadas empleado en una singular empresa a la que me he
dedicado denodadamente: lo puedo asegurar y tengo centenares de testigos.
La empresa es tan clásica como
arcaica, aunque con pretensiones de actualidad. Si en ella, en total somos unos
240.256 empleados, ¡ha leído
bien!, en mi filial laboramos varias decenas de ellos, alrededor
de 60: algunos fijos y muchos temporales, inestables, mudables, cambiantes. Estos
pasan unos meses en la empresa, supuestamente capacitados y eficaces, pero que
la propia empresa despide de las plazas que ocupan o bien los trasladan de
forma caprichosa a otras factorías sin más motivo que el antojo de una lista,
conocida como “la bolsa”: la calidad de la persona y de su trabajo no importan.
¿Podrían quedarse en esas plazas si quisieran y seguir desarrollando su oficio?
Podrían, y posiblemente fuera en beneficio de la propia empresa y de la filial,
casi seguro, pero son desplazados… Imposible permanecer. ¿Se daña la unidad de
criterios de la filial? ¿Se daña el producto en que se trabaja? Se daña, ¿mas
qué importa y a quién? Cierto que muchos de cuantos pasan, como no podría ser
menos por humanos, piensan que para lo que estarán en el asunto… se lo harán dentro.
Es propio del sentido de provisionalidad, de anomia, de la insignificancia y el
desprecio que reciben y al que son sometidos, etc. Hoy aquí, mañana allí: a
disposición discrecional de la empresa, y las empresas no tienen alma las mande
quien las mande. La mía es Estatal.
Los procesos empresariales en los
que todos nos vemos envueltos duran, en nuestra sección, para la fabricación de
nuestro producto, seis años: cuatro de proceso obligatorio y dos voluntarios.
Aquello que perseguimos en nuestra producción, lo que pretendemos fabricar, no
está en absoluto perfilado, precisado y concreto… Es multiforme, polifacético,
inconcreto, heterogéneo y a veces incluso etéreo. A todos los profesionales en
el proceso involucrados, como a los ciudadanos de la constitución del 12, se
nos supone “amor a la patria y de ser justos y benéficos (art.6, Tit. I, Cap.
II), y así se nos reconocen unas excelentes intenciones, ¡ponemos muy buena o
no tan buena voluntad!, pero no estamos en absoluto de acuerdo entre nosotros
en cómo debe ser aquello que fabricamos. Ideas, insisto, distintas, todas
buenas, regulares o nefastas, inconcretas, contradictorias, veleidosas y que
quedan al albur de los procesos particulares, donde cada uno, en la cadena de
montaje, allí en su puesto, cerrada la puerta de ámbito particular, más aún si tiene
la plaza en propiedad, hace de su capa un sayo y aporta o modifica a su sabor el
producto en proceso según le peta: el enigma de su trabajo, su calidad o la
ausencia de esta se manifiesta evidente al año siguiente; si bueno,
maravilloso; si malo, lo fabricado lo perdió por el camino: nadie se hace
responsable. Y siempre, al facineroso, en último extremo, le queda el
refranero: “Cada maestrillo tiene su librillo”, mas el problema es muy otro,
nunca fue momento ni tuvieron espacio los maestrillos, aunque se colaron a
miles so capa de maestros, tampoco cabían los librillos de esos miopes
aburguesados que se dedicaron a la empresa con miras alicortas, cegatos y con
vista solo para su propio interés. Quizá quisimos servir, pero terminamos
sirviéndonos: porque de algo hay que vivir.
Todos los empleados estamos
insertos activamente en departamentos, equipos, grupos… muy diversos y además
perfectamente descoordinados y agónicos. Los jefes que trabajan sobre áreas
idénticas se supone que acuerdan, concretan, etc. y así se hace siempre sobre
la pantalla o el papel, reflejado queda en los terminales de la empresa,
aunque, la realidad, es que ni siquiera los propios equipos son conscientes de
esas comunes metas u objetivos, como los siguen llamando en la empresa a pesar
de su invalidez intelectual y fáctica, epistémica, desde los años 80 del siglo
pasado.
La verdad es que nuestra empresa,
a pesar de las inversiones, siempre escasas, dicen, rara vez aumentan
significativamente, a pesar de lo que se publicita, se dice, etc. parecería empresa
importantísima, pero es de una marginal insignificancia que da risa, por no
llorar.
Le advierto que de mi empresa y
lo que en ella se trabaja, todos, el común de los mortales, sean quienes
fueren, saben, conocen, son expertos: auténticos especialistas. A todos les
importa muchísimo lo que allí hacemos, es angular y cimiento de una sociedad,
de una nación, pero siempre va mal, tiene pérdidas y así lleva renqueando en
España un par de siglos por lo menos. ¡Es capital para la buena marcha de la
sociedad y de la nación!, pero los poderosos y quienes gobiernan la ignoran. La
verdad es que los grandes empresarios no invierten en ella: no conozco banco o multinacional
o capital que invierta en ella. Es obvio, para mí, que no da beneficios
tangibles. Diría que es importante en las soflamas, alicantinas y debates
públicos de los políticos, en algunos de sus mítines, mas despreciable hasta
ser risible en realidad, si no fuera tan grave lo que en ella se juega. Al
final, concluyo, trabajo en lugar insignificante, mi empleo no tiene prestigio
ni consideración social, está mal pagado, no tiene demasiada trascendencia por
el tenor de lo que se ve, por más que de ella se diga. Por mal que vaya no pasa
nada, puede laborarse en ella durante décadas, obtener resultados negativos,
horrendos, insoportables…, pero no sucede nada. Seguimos…
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