Creen, creemos, que nos sobra la
lectura, demorada y gozosa, de obras clásicas llevadas a las pantallas “porque
ya nos las sabemos”. “Ya la vi”, nos justificamos quizá. Así casi todos los
españoles hemos leído el Quijote porque vimos los dibujitos de RTVE en
el año 79, por ejemplo.
Voy leyendo Las aventuras de
Tom Sawyer y recuerdo pasajes que no sé si he visto en alguna película o en
algunos dibujos animados o incluso de haberlo leído en los libros de Bruguera
que tenían texto y cómic con sus bocadillos. La verdad, sin embargo, yo
aseguraría, es que nunca había leído esta obra y estoy agradablemente
sorprendido por el proceso y resultado: la calificaría de ligera y divertida,
agradable. Me llama mucho la atención el tratamiento que hace el autor del niño
protagonista de la obra y sus amigos: Twain comprende a los niños. No los
muestra como hombres pequeñitos, como seres malvados y molestos, sino
traviesos, que no es lo mismo. Niños que inventan, imaginan, idean y hacen o no
mil asuntos peligrosos, arriesgados que les generan en ocasiones más problemas
que placer y agrado, más castigos que gozo, a ellos y a sus mayores.
Son simpáticas las leyendas, las
supersticiones en que se mueven estos niños confiados y crédulos. Podrían
parecernos narraciones hiperbólicas, pero no lo son en absoluto. La historia
nos habla de cómo no ha tanto estos temores a una naturaleza inclemente y cruel
se los atajaba y explicaba mediante leyendas que escondían temor y superstición
bajo un notable manto de ignorancia: ranas muertas con efectos curativos, gatos
ahorcados, piedras milagrosas, dientes con poderes…
Tom, como sus amigos, como los
niños que no se maliciaron, que no se torcieron, es chaval de corazón grande y
generoso. Cierto, insisto, en que es travieso y en eso no todos fuimos iguales.
Tom actúa y después reflexiona las consecuencias de sus actos y se arrepiente
vivamente cuando estos se muestran que fueron graves y torcidos. El pobre sucumbe ante la palabra pecado
que su tía Polly usa a diestro y siniestro para nominar hechos que son
chiquilladas y así, el pobre Tom, piensa que el diablo vendrá y se lo llevará…,
lástima: el diablo no puede cargar con los corazones grandes y generosos porque
pesan mucho.
La huida aventurera de piratería
de Tom y sus amigos no ha podido por menos que recordarme en sus entrañas a la
huida de don Quijote… -¡a lo peor estoy sugestionado por el entorno!-, pero la
marcha, la ilusión por la búsqueda de la libertad, la aventura, etc. me
recuerda a don Alonso Quijano el Bueno, aunque lógicamente la chiquillada no
tiene la enjundia y grandeza de la marcha de quien partió para desfacer
entuertos y se puso como meta todo el mundo.
Juan María Panero fue quien
difundió y divulgó esa definición de escuela que tantas veces repito a lo largo
del año como esa institución penal dedicada a asesinar nuestra infancia,
más o menos. La idea, sin embargo, es de Juan Ramón cuando anduvo interno con
los jesuitas en El Puerto de Santa María. Así ve Twain la escuela por los ojos
de Tom y sus compañeros. Mal sitio para invertir tiempo del vivir. El maestro
es pegón, como los padecí yo hasta finales de los 60 del pasado siglo, enseña
la letra que con sangre entra… Cierto que también se bromea sobre ella y lo que
en ella sucede, pero lo cierto es que a Twain, a Tom y a mí no nos gusta la
escuela.
Masón y de pensamiento un tanto
trabajoso y caótico, en esta obra Twain, con la religión y la iglesia, los
predicadores, etc. muestra cierta amable ironía jocosa y la contempla desde la
mirada del niño Sawyer. Algunas escenas se desarrollan en los oficios
dominicales e incluso tienen cierta gracia, como la del perro y el escarabajo…
Las aventuras… aventuras son. No
se puede decir que haya un orden cronológico en la obra o en los hechos. Se
hace referencia -¡cómo no!- a un tiempo de vacaciones en la escuela y el resto
Twain lo resuelve con algunos adverbios temporales o relativos bastante
imprecisos: después, entonces, tarde, anochecido y
así unos sucesos se ligan a otros sin que el asesinato y la huida del indio del
que Tom y Huck saben sea realmente vertebrador de nada, sino hilo paralelo al
quehacer aventurero de los niños. Sin duda la estructura de la novela y el manejo
del tiempo son las partes más débiles de la obra. Tengo la impresión, la seguridad
casi absoluta, de que Twain escribe sin una estructura previa pensada, sino que
va inventando a medida que escribe, algo bien parecido a lo que hacía nuestro
Baroja.
Divertida, amable, agradable para
pasar unos ratos de entretenimiento, la leo en una edición magnífica de Austral
intrépida: pactas cartoné, buen papel, magnífica impresión, sin erratas…
Recomendable.
(Por cierto: han pasado unos días
desde que escribí el párrafo precedente. Le recomiendo la obra a una niña que
es magnífica lectora y me dice que no lo leerá, que no le gustará… “¿Por qué?”,
le pregunto. “Porque no”: magnifica respuesta cargada de razón…).
No hay comentarios:
Publicar un comentario