Altar mayor de una iglesia de Toledo tras ser profanado en 1936. EFE |
Una y otra vez, en el ámbito de
la Literatura española, que es donde me muevo con algo más de soltura, en la
historiografía, se viene insistiendo en eso que arriba he llamado memoria
histórica, en sentido general. Así llaman, sin duda alguna, a esa
realidad quienes “perdieron” la guerra civil del 36. En términos bélicos de la
época: “los rojos”. ¿Pero de qué se trata?
Se supone, entiendo, que, tras
la guerra civil, se ensalzó a los caídos del bando “fascista”, “nacional”,
“golpista”, “rebelde” y con esto se reconfortó a quienes habían tenido pérdidas
de toda índole en la contienda fratricida. Quienes perdieron al marido, al
hijo, quienes no hallaron a sus hermanos tras la guerra, por ser del bando
nacional, quedaron reconfortados, consolados, y tuvieron cumplida cuenta del duelo
que necesitaban para asumir que su hermana violada, el padre asesinado, etc. lo
habían hecho y padecido por amor a la Patria, por el bien de la humanidad… y en
nombre de Dios (¡o Dios sepa!). Sin duda, esto presupone que quienes cayeron
eran conscientes de por qué cayeron, por qué los asesinaron, por qué les
robaron, por qué los echaron a los leones en la Casa de Fieras de Madrid… Y
aquí me paro.
¿Fue realmente así? Es decir, ¿los caídos, los asesinados, los
sacrificados, los violados o violadas, los masacrados… de uno y otro bando, en
el frente o la retaguardia, llegaron a saber por qué dieron la vida, para qué
dieron la vida? La inmensa mayoría, estoy absolutamente seguro, no lo supo. Solo
quienes participaron directamente en hechos violentos “por convicciones
políticas, éticas, sociales, etc.” supieron por qué y para qué luchaban, por
qué y para qué asesinaban. No hemos de olvidar que la asignación a uno u otro
bando fue una macabra rifa geográfica que tuvo que ver con él éxito o no del
golpe de estado en tal o cual ciudad y con el avance, el retroceso o la
ocupación de pueblos, regiones, etc. Hubo quienes, por motivos personales,
ideológicos, repito, cambiaron de bando, se presentaron voluntarios para luchar
en uno u otro, etc. y lucharon en el frente o formaron grupos de limpieza en las retaguardias, siendo la inmensa mayoría
meros pacíficos damnificados, obligados a participar en una guerra que
sencillamente no era su guerra.
Fue en los años de la llamada transición,
modelo, ejemplo y asombro del mundo… durante años, pero no tanto ahora, cuando se
hizo un pacto de silencio. Ignoro en qué términos y sí los hubo concretos (por
cierto, ¿alguien conoce los extremos de estos acuerdos?). Entiendo que de nuevo,
como en décadas anteriores, hoy como ayer, las fuerzas políticas, los
implicados en este negocio, cómplices y culpables, los interesados e
implicados, pactaron sus propios beneficios legales, amnistías, “los olvidos
obligados”, “la amnesia forzosa”… y la inmensa mayoría, sean quienes fueren.
Eso tan socorrido y romántico llamado “pueblo” quedó absolutamente al margen.
Los muñidores de los pactos, los cambalaches, los prestidigitadores de la
realidad rehicieron la historia de lo acontecido a su antojo: del antes, del durante
y del después de la guerra, aquí y allí, para unos, “los vencedores”, y para
otros, “los vencidos”, tanto para “los de dentro” como “para los de fuera”…
La memoria histórica parte de la
reclamación de justicia y reivindicación
“de los de fuera”, dicho quedó. ¿Qué deseaban, qué querían? ¿Cuántos son?
Cuando se habla del número de muertos, de los exiliados, de los fusilados, de
los encarcelados, de los desaparecidos… las cifras de un bando y otro, pues los
bandos aún siguen en pie en todos los
órdenes, no coinciden. Hay historiadores, economistas, politólogos, sociólogos,
ensayistas… de uno y otro bando.
¿Dónde y para cuándo la verdad? Eso no importa, es un detalle menor para los bandos, que se lo saltan sin ningún
rubor. Quienes no formamos parte de ellos, perdone, no contamos. Es lógico que
esta ley la anime, viva y se mueva, por tanto, por el espíritu de revancha que
respira por una herida aún abierta y mal suturada.
¿Está bien que exista la
justicia sobre lo ocurrido… hace… ¡cuánto!? La justicia, lo hemos dicho mil
veces, si no es en tiempo y forma no lo es. ¿Quién consuela a los vivos que
tuvieron sus muertos entre el 36 y el 39? ¿Quién nos restituye el habernos
tenido que marchar de España, nuestra amada patria, haber abandonado todo,
recomenzar lejos…? ¿Quién recupera a esos muertos que se llevó el tiempo y
murieron en la ignorancia de qué fue de su marido, de su hijo…? ¿Quién da
cumplida cuenta del tiempo transcurrido en encarcelamientos injustos,
arbitrarios, abominables? Sí, está muy bien que
se recupere (?) a un tío de mi padre asesinado en una cuneta a quien no
conocí, de quien ya no quedan testigos…, ¡cuando ya está muerto hasta mi padre
su único sobrino vivo! ¿Para qué? ¡Por supuesto, para honrar al tío de mi padre!
¿Mas no se piensa que más que honrar a mi tío, este remover huesos, cráneos agujereados
de tiros sumarios, lo que remueve en la mala sangre, el odio al otro bando
(real o inventado)?
La reivindicación de la memoria
histórica que termina siendo, en mi opinión, una imposición legal de parte, “de
parte de los ‘vencidos’”, que no pasa de ser la búsqueda de un referente
histórico, sólo de corte político. Ley avivada por parte de una izquierda
desnortada y con reducidos corredores ideológicos por los que pudieran fluir
emociones que sirvan de banderín de enganche entre “los de su bando” y las
nuevas generación, legas en materia histórica y política, pero que, por su
juventud y herencia ideológica, se puedan sentir atraídos no tanto por ideas
como por planteamientos extremos, radicales, emocionales…, sin apenas base,
reitero, histórica ni ideológica, meros girasoles
ciegos que giran al calor del odio.
Ya perdonarán. Andaba buscando un libro y me encuentro con que se
me olvidó publicar esto. Leo en las declaraciones del autor del citado libro,
en favor de la memoria histórica, supuestamente textuales: ““Era un hombre creyente y practicante, a pesar de su
condición de republicano”. Con esto cualquiera que tenga dos dedos de
luces y sepa mínimamente de historia de España comprenderá que el caballero
confunde, ¡cómo no!, las almorranas con las témporas. La ignorancia no hay barranco
por el que no se precipite. No lo intente: no quiera convencer a quien no
quiere ser convencido. Poner irracional racionalidad en una realidad de suyo
radicalmente irracional, como es el odio, el sectarismo, etc. es como para
decir buenas tardes. Que el último en salir que apague, que nos vamos.
Milicianos con ropas y objetos litúrgicos en
Madrid durante la Guerra Civil en 1936.
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