Mis queridos lectores,
seguidores, quienes seáis, de estas entradas que estoy haciendo sobre Alcalá
Venceslada… ¡ánimo que ya estamos llegando! 1955, fecha de su muerte, es
nuestra meta.
Muchos me preguntáis si
estas entradas se transformarán en un libro. No, la respuesta es que no. Estas
entradas del blog, digamos que son pequeños resumencillos, comentarios de sucesos
de la vida de Alcalá Venceslada: comentarios de libros que he leído para
averiguar algunos detalles, comentarios de obras suyas que he estudiado para
poder hacer alguna anotación, aunque sea somera sobre ellas y su persona,
alguna crítica… En fin, esto que ahora lee usted es una muy breve síntesis de
lo que estoy escribiendo y, además, un tanto desestructurado. Lo que llevo
escribiendo casi tres años sobre él es mucho más detallado, más extenso, mejor contextualizado
en el tiempo y en los hechos vitales de Antonio Alcalá, y espero que sea muy grato
para quienes puedan estar interesados en esta biografía, en este relevante
personaje andaluz, que no solo de Jaén… ¡Y de más allá!
Les adelanto también que
haré un agradecimiento público, aunque anónimo, de corazón, a todos aquellos
que, como usted, han leído estas entradas, si algún día se publica el libro que
anuncio en el párrafo anterior.
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* *
Hoy, y vamos por 1946,
comento un librito del que siempre tuve noticias. Para mí había dos obras de
Alcalá que eran las fundamentales, por no decir únicas, durante muchos años de
mi infancia y mi adolescencia: el Vocabulario, obra magna, sin duda; y La
flor de la canela, que hoy sale a este escenario.
Seguro que era un niño
cuando lo leí, porque no captaba del todo la gracia de los cuentos, no entendía
bien muchas palabras: algunas de ellas no estaban en mi diccionario escolar y
tenía que buscarlas en el Vocabulario de Alcalá, porque eran andalucismos…
En fin: lo recuerdo.
Luego, con el paso de
los años, sí que lo volví a leer e incluso, no sabría explicar por qué, era
raro el año que los alumnos no me pedían que les leyera algunos de los
cuentecillos que el librito contiene… y era motivo de risas, de hablar de
Andalucía, del andaluz y bien poco de Alcalá Venceslada, porque bien poco era
lo que yo sabía entonces sobre él.
El
librito se publicó en el año que arriba cito, 1946, su título completo,
incluyendo su subtítulo es Cuentos, chascarros y sucedidos andaluces, en
verso y se publicó en Andújar. El libro lo componen veintidós cuentecillos
no muy extensos y un breve prólogo: “Y va de cuento”. Al frente de los mismos
escribió su autor un título conciso y sugerente que pretende atrapar la idea
principal del cuento y, además, lógico, orientar al lector.
Todos los cuentos
tienen lugar en Andalucía y normalmente, no siempre, el autor dice dónde se
sitúan los hechos. Se inician con una caracterización somera, pero pintoresca de
los personajes o del personaje principal… Y por no alejarme escribo sobre el
primero del primer cuento: Currito Campos Reyes, gitano típico, sabidor de toros,
anises y vinos y que “a despecho de las leyes / miente, roba, pelea y se
emborracha”. Aunque para Lorca todos los andaluces somos gitanos, lo cierto es
que no es así para Alcalá, ni para mí. Los gitanos lorquianos –y
de otros muchos autores antes y después de él– son seres míticos, que
llevan en la sangre una fuerza telúrica, heredada que les da una dimensión
mágica, etcétera y etc. No así en la obra de Alcalá: algunos son los gitanos
que salen en estos cuentos (en tres de ellos en concreto), pero estos son unos
gitanos, que diría Cela, “como Dios manda”: de carne y hueso, que beben, ríen,
viven del trato y sin emplearse en nada, cantan y se divierten, se relacionan
con los payos o no, según les conviene y viven su anomia como alejamiento de
todos y de todo, a su aire, con sus leyes y su compás.
Insisto en que lo
normal es que los personajes no sean gitanos, sino castellanos o payos… Gente
ordinaria, con oficios corrientes y molientes… El cuento, caracterizado el
personaje, entra pronto en materia y no alarga el argumento que no es así el
humor de Jaén, que es más bien de mecha corta, de ocurrencia, de sopetón…, más
conceptista que culterano, y la gracia la encuentra el lector al final del cuentecillo, muy manierista el detalle.
Entiendo que el lector
se hará cargo de la simpatía, la gracia y el salero de Alcalá al contar estos sucesos
que no son necesariamente creación suya, sino que, como sus Cuentos de Maricastaña
–siento
decirles a quienes me han pedido algún ejemplar que no los tengo como tampoco
tengo ejemplares para regalar de La flor de la canela; insisto: lo
siento–…
Decía que pudieron ser oídos, alguien que le contó tal suceso o anécdota y,
fácil versificador, Alcalá, los pone de pie vestidos y más… majos que un ocho…
Tres erratas me señala Pilar en esta entrada. Las suelo dejar unas horas para que se enfríen, pero siempre se me cuelan... Pido disculpas y agradezco a ella sus correcciones.
ResponderEliminarAnimense ustedes también a hacer comentarios aquí. Los acepto todos, los publico todos... Muchas gracias por su ayuda.