Alcalá Venceslada, Antonio:
Don Manuel Muñoz Garnica. Estudio biográfico
Tras tanto escribir con
las más diversas finalidades, por fin puede ver publicado Alcalá Venceslada su
primer libro: Don Manuel Muñoz Garnica. Estudio biográfico. Estamos en
1923.
La Revista don Lope
de Sosa, capitaneada por Alfredo Cazabán, señero intelectual en Jaén y
provincia, aquel que alabara los poemas del bachiller Antonio Alcalá cuando
este era escolar de “Santo Tomás” a finales del XIX, sugiere una serie de actos
para celebrar el primer centenario del ínclito don Manuel Muñoz Garnica
(1821-1876). Las sugerencias de la Revista son recogidas por las más diversas
instancias provinciales: ayuntamientos, Diputación, Instituto de Jaén, Obispado,
etc. Por lo que a mí me interesa, he ido rastreando la participación en
distintos actos de Alcalá Venceslada en calidad de poeta, de profesor, de
coordinador de los actos en el instituto de Jaén, del que fuera, precisamente,
primer director del mismo, don Manuel Muñoz Garnica, y como ganador de un
concurso que convocó la Diputación en la que se animaba a participar en un
estudio biográfico del insigne personaje.
Dentro del contexto de la
seriedad que comporta obra de este tenor, Alcalá, fiel a su estilo personal, es
simpático en su a modo de introducción de la obra (un par de largos
párrafos), haciendo unas reflexiones sobre la dificultad que tiene escribir una
biografía. La prosopografía o descripción física de Muñoz Garnica la hace a
partir de un cuadro conservado en el Instituto: “Cara de varonil conjunto, ni
hosca ni empalagosa; cráneo con ligera tendencia dolicocéfala; bajo la espaciosa
frente, los ojos vivaces acechan, más que escrutadores, zahoríes; boca de finos
labios prematuramente hundidos; barba de prominente mentón; cejas ralas; pelo
castaño escaso en la mollera, aunque fiel en los aladares”.
Tras arduos estudios
desde su infancia, el ubetense Muñoz Garnica, pasó por el seminario de Baeza,
las universidades de Granada y Madrid, fue aprobando oposiciones. Intelectual
relevante, se relaciona personalmente o por correspondencia con los otros intelectuales
de su tiempo y su pensar: Balmes, Donoso Cortés, Orti Lara, Nocedal, Aparisi
Guijarro, Fernán Caballero que vivía en Sevilla, Navarro Villoslada, Gabino
Tejado y tantos otros con los cuales su afinidad de ideas era palmaria.
Metido servidor en tareas
de biógrafo, quehacer semejante al que ocupó a Alcalá hace ahora poco más de un
siglo, voy tomando notas de sus perspectivas como tal y coincido con muchas de
ellas. Afirma que prefiere: “antes de pasar adelante, que si nos entregamos, para
algunos tal vez con exceso, a la copia de documentos es porque además de su carácter
histórico, preferimos al comentario nuestro, presentar la prosa, –correcta
y atildada hasta en los menesteres oficinescos–, de Muñoz Garnica” (p.
17) y otro tanto aprendí de Enrique Baltanás que es de esta misma opinión según
expuso en su ya muchas veces citada obra La materia de Andalucía.
Admirable
la incansable y variada actividad de Muñoz Garnica en la época en que vivió:
estudioso, profesor, opositor, escritor, director del Instituto, coordinador de
los internados de los institutos de las provincias limítrofes por ser él quien
ideó el de Jaén, predicador de la reina y en muchas iglesias donde lo
solicitaban, viajero curioso –que no turista, aclara Alcalá- que busca
documentación y noticias sobre monumentos, personalidades de su interés, viajó
a Roma en dos ocasiones, fue consultor del concilio Vaticano, trajo a las
Hermanitas de los Pobres a Jaén y Úbeda…
Padeció Muñoz Garnica enfermedades graves: el cólera morbo que llegó a Jaén en 1855; unas llamadas por el protagonista “calenturas gástricas” que lo pusieron al pie de la tumba…, pero no fue menor el padecimiento moral, enorme, que supuso la injusticia, para el biógrafo y el biografiado, que cometió la Junta provincial de Gobierno que, en julio del 54, lo destituyó de su cátedra de Lógica y de la dirección del Instituto y como director del internado, sin expediente ni darle audiencia. Repuesto casi de inmediato en sus cargas y encargos, afirma Alcalá, que de todo hizo como dicen que hiciera Fray Luis de León: “Como decíamos ayer…”. El motivo de todo esto no fue otro tan español como es la envidia: ese recalcitrante rencor contra la excelencia.
Se centra Alcalá especialmente
en la actividad docente de Muñoz Garnica, sus escritos sobre el tema, la visión
de futuro que tiene de las instituciones académicas, las carreras
universitarias, e incluso se atreve a aventurar que, si hubiera que hacer una
escultura suya, esta debía representarlo con una antorcha en la mano, camino
del saber, y un grupo de jóvenes detrás…
Afirma Alcalá que se tachó
a Muñoz Garnica de retrógrado: “que entonces se prodigaba a troche y moche sin alcanzar el verdadero significado, el cabal sentido de esta palabra, que más
bien encaja en las figuras de algunos de aquellos que se tocaban con el morrión
simbólico”. Bien pareciera que el tiempo se detuvo en algunos extremos y llegó hasta
hoy, añado. Y dice Alcalá que tal se criticaba de un hombre cuyo lema era “Adelante,
siempre adelante” y es que como el biógrafo apunta, siempre habrá quienes caminen
y, creyendo progresar, van camino del abismo; recuerda aquella ironía “del
desgraciado de Mariano José de Larra” que venía a decir en uno de sus artículos
que había llegado su sobrino de París “y me da la noticia de que no hay Dios;
porque esto lo saben en París de muy buena tinta”. Era Muñoz Garnica un hombre
avanzado a su tiempo, un visionario, un explorador del futuro para quien la
libertad era entendida no como “el zarzuelesco grito de que muera el no que
no piense como yo” y así alababa lo visto en París y la holgura con que se
movían sus ciudadanos y por eso escribió el clérigo: “Nunca he tenido más ganas
de decir de voz en cuello: —vive la liberté—,
pero temí a la policía”.
Como introducción a la última parte de la biografía, no sé si como justificación lógica o como explicación necesaria, escribe Alcalá que “Hablar de un escritor sin consignar sus obras, es lo mismo que si al tratar de un descubridor se omitiera el nombre de los países vistos por él. Aunque no es este lugar el apropiado para una crítica de aquellas, ni da nuestro veduño para tanto, haremos enumeración de ellas, poniendo de vez en cuando una como apostilla marginal, un comentario ligerísimo á modo de explicación necesaria, sin otro designio que el de dar á conocer á quienes no las hayan leído, su peculiar índole”, y a partir de ahí comienza Alcalá a comentar muy por encima las obras del ubetense. Con esto se concluye el estudio biográfico porque por peseta y media no se da más.
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