30 de enero de 2024

41-ANTONIO ALCALÁ VENCESLADA: Don Manuel Muñoz Garnica. Estudio biográfico





Alcalá Venceslada, Antonio: 

Don Manuel Muñoz Garnica. Estudio biográfico


Tras tanto escribir con las más diversas finalidades, por fin puede ver publicado Alcalá Venceslada su primer libro: Don Manuel Muñoz Garnica. Estudio biográfico. Estamos en 1923.

La Revista don Lope de Sosa, capitaneada por Alfredo Cazabán, señero intelectual en Jaén y provincia, aquel que alabara los poemas del bachiller Antonio Alcalá cuando este era escolar de “Santo Tomás” a finales del XIX, sugiere una serie de actos para celebrar el primer centenario del ínclito don Manuel Muñoz Garnica (1821-1876). Las sugerencias de la Revista son recogidas por las más diversas instancias provinciales: ayuntamientos, Diputación, Instituto de Jaén, Obispado, etc. Por lo que a mí me interesa, he ido rastreando la participación en distintos actos de Alcalá Venceslada en calidad de poeta, de profesor, de coordinador de los actos en el instituto de Jaén, del que fuera, precisamente, primer director del mismo, don Manuel Muñoz Garnica, y como ganador de un concurso que convocó la Diputación en la que se animaba a participar en un estudio biográfico del insigne personaje.

Dentro del contexto de la seriedad que comporta obra de este tenor, Alcalá, fiel a su estilo personal, es simpático en su a modo de introducción de la obra (un par de largos párrafos), haciendo unas reflexiones sobre la dificultad que tiene escribir una biografía. La prosopografía o descripción física de Muñoz Garnica la hace a partir de un cuadro conservado en el Instituto: “Cara de varonil conjunto, ni hosca ni empalagosa; cráneo con ligera tendencia dolicocéfala; bajo la espaciosa frente, los ojos vivaces acechan, más que escrutadores, zahoríes; boca de finos labios prematuramente hundidos; barba de prominente mentón; cejas ralas; pelo castaño escaso en la mollera, aunque fiel en los aladares”.

Tras arduos estudios desde su infancia, el ubetense Muñoz Garnica, pasó por el seminario de Baeza, las universidades de Granada y Madrid, fue aprobando oposiciones. Intelectual relevante, se relaciona personalmente o por correspondencia con los otros intelectuales de su tiempo y su pensar: Balmes, Donoso Cortés, Orti Lara, Nocedal, Aparisi Guijarro, Fernán Caballero que vivía en Sevilla, Navarro Villoslada, Gabino Tejado y tantos otros con los cuales su afinidad de ideas era palmaria.

Metido servidor en tareas de biógrafo, quehacer semejante al que ocupó a Alcalá hace ahora poco más de un siglo, voy tomando notas de sus perspectivas como tal y coincido con muchas de ellas. Afirma que prefiere: “antes de pasar adelante, que si nos entregamos, para algunos tal vez con exceso, a la copia de documentos es porque además de su carácter histórico, preferimos al comentario nuestro, presentar la prosa, correcta y atildada hasta en los menesteres oficinescos, de Muñoz Garnica” (p. 17) y otro tanto aprendí de Enrique Baltanás que es de esta misma opinión según expuso en su ya muchas veces citada obra La materia de Andalucía.

Admirable la incansable y variada actividad de Muñoz Garnica en la época en que vivió: estudioso, profesor, opositor, escritor, director del Instituto, coordinador de los internados de los institutos de las provincias limítrofes por ser él quien ideó el de Jaén, predicador de la reina y en muchas iglesias donde lo solicitaban, viajero curioso –que no turista, aclara Alcalá- que busca documentación y noticias sobre monumentos, personalidades de su interés, viajó a Roma en dos ocasiones, fue consultor del concilio Vaticano, trajo a las Hermanitas de los Pobres a Jaén y Úbeda…

Padeció Muñoz Garnica enfermedades graves: el cólera morbo que llegó a Jaén en 1855; unas llamadas por el protagonista “calenturas gástricas” que lo pusieron al pie de la tumba…, pero no fue menor el padecimiento moral, enorme, que supuso la injusticia, para el biógrafo y el biografiado, que cometió la Junta provincial de Gobierno que, en julio del 54, lo destituyó de su cátedra de Lógica y de la dirección del Instituto y como director del internado, sin expediente ni darle audiencia. Repuesto casi de inmediato en sus cargas y encargos, afirma Alcalá, que de todo hizo como dicen que hiciera Fray Luis de León: “Como decíamos ayer…”. El motivo de todo esto no fue otro tan español como es la envidia: ese recalcitrante rencor contra la excelencia.

Se centra Alcalá especialmente en la actividad docente de Muñoz Garnica, sus escritos sobre el tema, la visión de futuro que tiene de las instituciones académicas, las carreras universitarias, e incluso se atreve a aventurar que, si hubiera que hacer una escultura suya, esta debía representarlo con una antorcha en la mano, camino del saber, y un grupo de jóvenes detrás…

Afirma Alcalá que se tachó a Muñoz Garnica de retrógrado: “que entonces se prodigaba a troche y moche sin alcanzar el verdadero significado, el cabal sentido de esta palabra, que más bien encaja en las figuras de algunos de aquellos que se tocaban con el morrión simbólico”. Bien pareciera que el tiempo se detuvo en algunos extremos y llegó hasta hoy, añado. Y dice Alcalá que tal se criticaba de un hombre cuyo lema era “Adelante, siempre adelante” y es que como el biógrafo apunta, siempre habrá quienes caminen y, creyendo progresar, van camino del abismo; recuerda aquella ironía “del desgraciado de Mariano José de Larra” que venía a decir en uno de sus artículos que había llegado su sobrino de París “y me da la noticia de que no hay Dios; porque esto lo saben en París de muy buena tinta”. Era Muñoz Garnica un hombre avanzado a su tiempo, un visionario, un explorador del futuro para quien la libertad era entendida no como “el zarzuelesco grito de que muera el no que no piense como yo” y así alababa lo visto en París y la holgura con que se movían sus ciudadanos y por eso escribió el clérigo: “Nunca he tenido más ganas de decir de voz en cuello: vive la liberté, pero temí a la policía”.

Como introducción a la última parte de la biografía, no sé si como justificación lógica o como explicación necesaria, escribe Alcalá que “Hablar de un escritor sin consignar sus obras, es lo mismo que si al tratar de un descubridor se omitiera el nombre de los países vistos por él. Aunque no es este lugar el apropiado para una crítica de aquellas, ni da nuestro veduño para tanto, haremos enumeración de ellas, poniendo de vez en cuando una como apostilla marginal, un comentario ligerísimo á modo de explicación necesaria, sin otro designio que el de dar á conocer á quienes no las hayan leído, su peculiar índole”, y a partir de ahí comienza Alcalá a comentar muy por encima las obras del ubetense. Con esto se concluye el estudio biográfico porque por peseta y media no se da más.










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