La experiencia me dice
que leer al teólogo Joseph Ratzinger, al cardenal Ratzinger, al Papa Benedicto
XVI, es un proceso iluminador que requiere una especial atención. Sus
explicaciones teológicas no son oscuras ni impenetrables, tienen la suavidad y
el delicado concierto de una maquinaria que, yendo como la seda, suave, leve,
es difícil de comprender si no se presta todo el esmero a la tarea de leerlo.
Al final, servidor, que no es maestro en la materia, tiene la sensación satisfecha
de que quien, tras mirar un magnífico cuadro o escuchar una espléndida
sinfonía, queda con un deleite que le permite andar, respirar y mirar el mundo
con más holgura. Una verdadera delicia, a sabiendas de que se enteró a medias.
Los nudos gordianos de
una inteligencia y una fe lastradas por la ganga de la ignorancia, por el peso
inerte de las falsas convicciones, quedan desatados con suavidad por la sabiduría
del teólogo, desde la mesura y la comprensión de quien vive la caridad de
enseñar con paciencia a quien no sabe, que es mi caso.
Esta Introducción al
cristianismo es un libro que nace en charlas dadas por Joseph Ratzinger en
la Universidad de Tubinga el año 1967. La obra en sí, retocados
algunos extremos, según su propio autor confiesa, se editará en el
año 1968. Compruebo que la edición que manejo es del 71 y viene precedido
por un Prólogo de González de Cardedal quien, con un artículo publicado
al hilo de la muerte del Papa Benedicto XVI, me animó a su lectura: “Como
exponentes de su teología, yo elegiría dos libros especialmente significativos:
uno de sus primeros años como profesor, y otro de sus últimos como Papa. Su
primer gran libro es 'Introducción al cristianismo' (1968). El contexto del
nacimiento de este ensayo fue la crisis de fundamentos en la cultura, la
Universidad y la Iglesia”, escribió. No debemos olvidar que un par de años
antes, 1965, se clausura el concilio Vaticano II, preñado de dudas, esperanzas
y controversias. Las charlas del joven teólogo, que terminará siendo el libro
de que hablo, se enfocan en la explicación de la fe cristiana, para lo
cual se basa en la estructura del Credo de los Apóstoles, que va siguiendo
en sus reflexiones.
Alguna vez dejé escrito
que leí muchísimo a Juan Pablo II y sobre él. No tanto a Josep Ratzinger y menos
al papa Francisco. Supongo que esto tiene mucho que ver con la edad de quien
escribe. Cuándo pasó por su etapa de mayor y más intensa formación religiosa y
espiritual que, en mi caso, fue bajo el pontificado del Papa polaco, quien
tenía un atractivo personal e intelectual, para mí, irresistible. Su valentía
al entrar a los problemas suscitados, su claridad expositiva, el tratamiento de
aspectos espirituales que me acuciaban… me resultó de mucha ayuda en aquel
momento y aún hoy, lógicamente, porque se mejora con titubeos si se pone
empeño, pero no se cambia. La mirada de hondura filosófica del polaco me era
más próxima que la mirada teológica del alemán, que se me hace ardua: tenía y
tengo la misma sensación que he descrito en el primer párrafo de esta entrada.
Es amable la subida, es factible, comprensible, deseable…, pero comporta estar
muy atento a los resortes intelectuales que pone en marcha para comprender por
qué Dios es uno y trino y cómo lo sabemos, por qué Dios es necesariamente uno,
porque afirmar Yo creo compromete a la persona toda y no al individuo
parcialmente y, además, tal aseveración necesita de los demás que conforman la
Iglesia… Si tuviera que volver a explicar algunos de los argumentos que
Ratzinger expone en este libro, ¡del año 68!, aún fresco el marco del Vaticano
II, no sería capaz: lo siento, tendría que recurrir de nuevo a la lectura del
pasaje y utilizar las palabras que el autor emplea y, además, en su mismo orden
y contexto.
Es posible que alguien
que lea esta entrada, por lo que digo, humildemente y desde mis limitaciones,
pueda pensar que no merece la pena, entonces, leer esta obra. Lo estaría en
este caso más que orientando, desorientando: ¡claro que merece la pena! Si
usted tiene interés por esa realidad ineludible, incluso para el a-teo, que es
Dios, merece la pena escuchar con los ojos al sabio. Ignoro cómo funciona el
ordenador en el que escribo esta entrada, pero me maravilla que al teclear
aparezcan las letras en la pantalla, conformen líneas, párrafos… ¡sencillamente
admirable! Algo así sucede con la lectura de la obra que comento y que le
aconsejo vivamente, si usted tiene la inquietud de saber por qué el cristiano
se dice primera y principalmente hijo de Dios…, por qué es necesario el
Espíritu como Amor entre el Padre y el Hijo, Dios que sale al encuentro del
hombre y se revela como hermano… ¡maravillosas realidades que explica Ratzinger
en este libro!
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