Investigar, dar noticia
histórica de la realidad, de lo sucedido, escribir sobre la historia permite
muy poca originalidad en los hechos generales evidentes. Se podrán dar más o
menos detalles de vicisitudes o sucesos, pero inventar, lo que se dice crear
la historia… da pie a creaciones más próximas a la novela, con o sin
adjetivo, de histórica… o directamente a la mentira, tan habitual en la historia
que se nos presenta hoy por tarde de algunos historiadores. Por lo
dicho, no me encuentro nada especialmente nuevo sobre la Universidad sevillana,
aunque siempre hay matices.
El capítulo 11 que es
el que me interesa como aproximación al momento en que llega Alcalá a la
Universidad, La universidad de Sevilla en el Sexenio Democrático (1868-1874),
escrito por Juan Luis Carrillo y Guadalupe Trigueros Gordillo, arranca y da
noticias de un claustro que, en general se adhirió a los nuevos aires que
vienen de Cádiz tras el pronunciamiento allí del Almirante Topete. La
universidad “proclamó los principios revolucionarios” y se suma, insisto, con
todas sus consecuencias a dichos principios. Este momento y este año nos sitúa
bien lejos de la llegada de Alcalá Venceslada a la Universidad Literaria de
Sevilla, pero marca una tendencia de la que ya hemos hablado en otras entradas
y desde otros libros, y que también hallamos en la Universidad de Granada, de
la que procedía.
Se quisieron romper
moldes en aras de una libertad de enseñanza que se quedó, en gran medida, en lo
hablado por lo precario y corto del tiempo, pero los historiadores siempre
añaden, pero se sembraron las bases para futuras propuestas en este sentido,
es decir, con perdón: “largo me lo fiais”: se buscó, insisto, la libertad de
enseñanza, la descentralización y la apertura de los centros oficiales al
entorno en el que se incardinan (y en todo ello andamos aún en 2022). En la
universidad sevillana brillaban por sí propios los nombres de Federico de Castro
y Fernández, de quien ya hemos hablado: krausista declarado; y de Antonio
Machado y Núñez, abuelo de los poetas Manuel y Antonio, y bastante menos
krausista de lo que se ha hablado…
No se deja de insistir
en esta historia de la Universidad sevillana y para los años en que leemos en
la situación de agravio entre la universidad Central, de Madrid, y del resto de
las universidades provincianas en sueldos del profesorado, la posibilidad o no
de expedir títulos de doctorado… Todo ello se va reclamando desde el 68 en
adelante hasta convertirse en los comienzos del siglo XX en un elemento sustancial,
así como otros aspectos demandados por los profesores y que tienen su origen en
la doctrina krausista de Giner de los Ríos. Se recuerdan y se resumen en tres
las tendencias ideológicas que ya conocemos de la universidad de la época y,
por tanto, también de la sevillana: en primer lugar, los krausistas,
nucleados en torno a Federico de Castro y Fernández (casi recién fallecido
cuando Alcalá Venceslada llega a Sevilla). Los segundos, los “neos” de quienes
para hablar de ellos me voy a párrafo aparte…
Lo hago así porque
entre estos, que no eran pocos, hallamos a Francisco Caballero-Infante Zuazo
(mal escritos sus apellidos las dos veces que se le cita, ¡hay que ver qué mala
sombra!). Este Caballero-Infante, profesor de árabe, por sus convicciones
personales se negó a jurar la imposición de la Constitución del 69 y fue
apartado de la docencia. Esto ya les sucedió a otros muchos profesores, aunque con
demasiada frecuencia y, entiendo que, por casualidad, solo se recuerda a
los krausistas apartados de sus cátedras con motivo del conocido decreto Orovio
del partido de Cánovas. Andando el tiempo, el hijo Francisco Caballero-Infante,
Emilio, será el cuñado de Alcalá Venceslada: ambos se conocieron en la
universidad de Sevilla…
Por último, los
terceros, junto a krausistas y “neos” hallamos en la universidad sevillana a
los independientes: Ramón de Beas Dutari, José Fernández Espino… muertos también
antes de que Alcalá llegue a la Universidad.
El capítulo 12, La
universidad de Sevilla durante la Restauración (1874-1931), escrito por
Rafael Sánchez Mantero, coordinador de la obra, comienza diciendo que el
período del último cuarto del siglo XIX fue uno de los más brillantes de la
universidad sevillana. Cierto es que se quebraron las iniciativas educativas
del Sexenio revolucionario y con “una política extraordinariamente
restrictiva”, pero… un grupo de excelentes profesores dio la excelencia a sus aulas.
Desde las aulas y fuera
de ellas la figura de Sales y Farré será una pieza importantísima en los aires
culturales sevillanos. Cierto que colaboró con Federico de Castro y con los
Machado, Núñez y Álvarez, padre e hijo, aunque pronto mantuvo agrias disputas
con ellos por la ideología y puntos de vista científicos de estos (no olvidemos
que Machado y Núñez fue un ferviente defensor de Darwin en la universidad de
Sevilla y de Castro panteísta e idealista). Con de Castro, Sales y Farré creó
un elemento cultural de primer nivel en Sevilla, el Ateneo hispalense (1879)
donde tanto escribió después Juan Ramón y donde pulularon Alcalá Venceslada y
sus amigos. Señala el profesor Sánchez Mantero que resulta curioso que las
aulas universitarias eran “lugares en los que se fabricaban licenciados en
distintas ramas del saber”, pero la discusión de las ideas se producía fuera de
ella (¿acaso fue distinto hasta hoy con alguna excepción?).
No sé si es necesario
decirlo, creo que sí, y que es un acierto del profesor Sánchez Mantero afirmar
que “La enseñanza superior en los años que cierran el siglo XIX era muy
minoritaria”, ¡y el bachillerato! La disposición de medios económicos hacía una
selección de quiénes podían o no podían estudiar en una universidad -esto
abocaba a muchos a los seminarios, sin tener vocación, para luego intentar el
salto a las carreras de letras en alguna universidad-. No olvidemos que eran
diez las universidades que existían en España. Es cierto, lógicamente, lo que
Sánchez Mantero apunta: la aristocracia de la sangre no solía acudir a la
universidad, ¿para qué?
Me es llamativo que
siendo la Facultad de Derecho una de las más importantes de la Universidad,
aunque solo sea por su número de alumnos, se le dedica escasa atención.
En el curso 1902-1903 se
matriculó libre en la universidad hispalense una mujer, María Luisa Arribas y
Vicuña, natural de Madrid. Se matriculó de tres asignaturas, pero solo se
examinó de Lengua y Literatura con nota de sobresaliente con premio. Será muy
excepcional en la universidad española la presencia de la mujer y también, por
tanto, en Sevilla: de hecho hasta 1930 no se licenció en Filosofía y Letras y
en esta universidad la primera mujer, Carmen Fernández Carrión.
Ignoro el motivo, pero
no se dice que hubiera colegios mayores en Sevilla, como sí los había en
Granada, Salamanca, etc. Afirma Sánchez Mantero que los alumnos “se alojaban en
casas de huéspedes”, lo que nos da una pista para el caso de Alcalá Venceslada
y sus cambios de unas a otras, por la información que tenemos. Me resulta
simpática la anécdota, que repite el autor, y cuyo origen está en los recuerdos
del Conde de Aponte, quien afirma que los alumnos de Derecho hicieron una
pintada en una pared de la facultad donde decía: “¡Señor Rector, agua y
bancos!”. La realidad es que la mayoría de la ciudadanía española, de donde
fuere, la universidad como institución no era apreciada y así, cuando la de
Sevilla va a cumplir cuatrocientos años, no parece nadie animado a hacer
ninguna suerte de festejo. Cierto que no se apreciaba demasiado y se la
despreciaba un tanto quizá, como apuntó el Catedrático de Historia Universal de
la Universidad Hispalense, Feliciano Candau, quien señaló como origen de este
problema la politización continuada de la institución; la falta de sentido
corporativo del profesorado; el poco aprecio de los propios profesores por su
oficio; y concluía que quizá “la falta de pulso de la Universidad […] no era
más que la falta de pulso que mostraba la sociedad española de la época” y que
tantos regeneracionistas venían señalando desde hacía décadas.
Y aquí dejamos la
lectura sobre la Universidad de Sevilla que sigue su camino y el comentario de
esta obra, sin duda, la más interesante para mi labor de cuantos libros sobre
el tema he leído anteriormente, aunque es muy cierto que unos y otros me han
ido dando pistas, detalles hasta llegar a la comprensión que ahora tengo.
Gracias a todos lo que me han ayudado con sus obras y escritos.
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