El conocimiento de esta obra y su lectura es un admirable efecto colateral de la obsesiva investigación que sigo sobre la vida y la obra de Alcalá Venceslada. Creo que ya he escrito por ahí, en el comentario de alguna entrada anterior, que Cortines Torres es sobrino nieto de Felipe Cortines Murube y este, muy amigo de mi abuelo allá por los inicios del siglo XX: en la Facultad de Derecho de Sevilla se conocieron.
A veces pienso que mi
vivir está más próximo a tres generaciones anteriores a la mía que a la que me
sucedió y, por supuesto, lejanísima de la actual, que me cuesta comprender en
sus quehaceres, sus puntos de vista, de pensar y hacer… Me siento a escuchar
con los ojos lo que Jacobo Cortines me cuenta de su infancia y recorro la mía
con otras voces y desde otros ámbitos, pero con mucho de realidad en común.
Este libro, La edad
ligera, lo componen dos obras distintas, Este sol de la infancia (1946-1956)
y En la puerta del cielo (1956-1963), que recogen dos períodos también
distintos de su existencia, marcados por sus estudios: desde su nacimiento
hasta la incorporación al bachillerato y, una segunda etapa, todo este hasta
dejarnos en puertas de la Universidad. La mano y la sensibilidad del poeta que
es Cortines recorren la obra con exquisita sensibilidad de la cruz a la raya. Si
es mucha la cuidada sutileza de la narración, no menos elegante es lo sugerido,
lo hilvanado apenas, lo insinuado. El uso del presente histórico es, sin duda,
un acierto que facilita la identificación del lector con la obra y, por
supuesto, el uso de la focalización en primera persona.
La primera obra, Este
sol de la infancia, de título con machadianas resonancias, recoge los años
felices de su niñez en Lebrija y en concreto en el cortijo familiar de Micones.
Selecciona un estilo narrativo, difuso, impresionista… donde los colores, los
olores, las sensaciones en general se sobreponen a lo racional a lo
comprensible: es el niño que se va haciendo con el mundo en torno y se descubre
poco a poco a él mismo en esas realidades, en contraste con ellas. Poco a poco
el niño comprende y asume y recuerda con más nitidez los sucesos, los puede
llegar a explicar, aunque quizá no todos del todo.
Le cabe sin pedanterías
a esta remembranza, que autobiografía es otra realidad, pienso, de Jacobo
Cortines el calificativo de hermosa. Me recuerda y refresca la mía: su afición
al campo y todo lo que esto comporta es la mía: sus gentes: los caseros, el
tractorista, el pastor, el hortelano…; sus animales: sus burros, sus caballos,
los potros, los mulos, las vacas, los cerdos, las gallinas… ¡Madre mía! Ese
espacio que llamamos “campo” es un lugar abierto a cualquier realidad posible,
a cualquier aventura, a cualquier suceso y todos memorables: la búsqueda de
nidos, subirse a los árboles, correr a los gatos, dormir a los pollos o a los
pavos, los charcos, el barro, el arroyo… El arco y el tirachinas, aprender a
tirar con la honda, los hermanos, los primos, los hijos de unos y otros… de
cuantos viven en el cortijo o en los alrededores… Las idas y las venidas
subidos a caballos o bestias, en el tractor o los carros, las pacas del
rastrojo… El aburrido zureo de las palomas y los silbos de los tordos. Las
heridas, los castigos: “De ahí no te muevas hasta que yo te lo diga”. Me
diferencia de los castigos de Jacobo que nunca me dieron miedo los cuartos
oscuros o también llamados de las ratas… Él se rebela, llora, teme lo
desconocido… y mi actitud era distinta: quedarme quieto hasta que los ojos se
acostumbraran a la poca luz que hubiera, que la había: no quería dar paso en
falso; buscar dónde sentarme y jugar a descubrir los perfiles de lo que allí había:
donde más me castigaron en ese cuarto fue en las carmelitas… Y allí nunca apareció
la rata, bicho más asqueroso y repugnante que temible: solo había bancas
sucias, apiladas, amontonadas, con sillas rotas; las ventanas de lo alto con las
contraventanas desajustadas dejaban pasar un hilito de luz al principio, para
irse convirtiendo en un chorro lo suficientemente grande como para ver todo delineado,
lo necesario…
A partir de su ingreso
en el colegio de los jesuitas, a partir de su prueba de Ingreso en el
bachillerato… Los textos se alargan. Se perfilan y concretan mucho mejor las
narraciones de lo vivido. Sigue el pulso poético que todo lo describe, pero
logra Cortines dar un corte que no solo se produce en su vida recordada, sino en
el estilo rememorativo que usa.
En la segunda parte u
obra incluida en este libro, En la puerta del cielo, el autor marca las
fechas que se corresponden, como el lector comprobará, con el período de su
bachillerato y los años que es alumno de los jesuitas en Sevilla…, en el
colegio de Portaceli (que también he conocido porque allí estudiaron mis primos;
y dieron clases parientes míos más lejanos). Es muy posible que el autor cuente
aquello que mejor recuerda, que le resulta más significativo, que más le
impresionó y esto es todo lo referido a los estudios interminables del colegio
una vez acabadas las clases y las relaciones con los padres jesuitas, sus
vivencias en los actos piadosos comunes y no tanto, por ejemplo, de las clases.
Habla de las asignaturas y sus contenidos, de los profesores… Fue Cortines
Torres un alumno excelente, dedicado, atento, con la curiosidad que le llevó a
conocer a los clásicos, lo acercó a la música en general y a la llamada culta,
en particular…, a aprender a tocar el piano.
No hay amargura en lo
que narra de sus vivencias colegiales con los jesuitas. Todo lo referido a la
calidad de las comidas, de los dormitorios, etc. es propio de quien ha tenido en
su casa una vida mucho mejor (suele
ocurrir en este tipo de narraciones), pero, digamos, si supiéramos de la vida
de miles de niños sevillanos de entonces, sabríamos de camas, dormitorios,
armarios y comidas mucho peores que las descritas por Cortines: seguro.
No deja de ser curioso
que coincide Cortines con dos jesuitas hermanos y parientes de Antonio Alcalá
Venceslada. Manuel Alcalá y Antonio Alcalá López-Barajas. De ambos guarda
Cortines buen recuerdo. El primero será muy conocido por el espacio dedicado al
cine que creó, el Cine Club Vida, un referente para los cinéfilos sevillanos de
los años 60 y al que Cortines hace referencia en su obra y Antonio Alcalá a
quien Cortines señala como persona y profesor de talante abierto, cercano, etc.
Quedamos
a la espera, nos consta, de la siguiente entrega de estas memorias de Jacobo
Cortines Torres… Asegura que en no más de un par de años. En la puerta espero,
no sin darle las gracias al autor por esta obra: “debéisme cuanto he escrito”.
De momento, lector, te recomiendo vivamente La edad ligera.
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