Decía Julián Marías, de quien cada vez me acuerdo más, que hay libros que soportan una relectura y los que no la aguantan. Es un modo de mirar hacia lo otro, es decir: a veces el libro la aguanta y quien no la soporta es el lector: defraudado, timado por su recuerdo. Releo esta obra de Ibáñez Langlois y lo que me asombra es preguntarme de qué me acuerdo de aquella lectura casi juvenil (con el juego actual de pesos y medidas: era un adolescente; hoy la adolescencia llega casi a los 25, ¡o los 50 años!). Me acordaba, sin detalles, del derribo intelectual que vertebra el autor chileno del marxismo, que se queda hecho en un obra un solar. Solo recordaba generalidades sin detalles. Confirmo que esta obra no solo soporta una relectura, sino un estudio a fondo.
Dos asuntos marginales,
si se quiere, me llaman la atención. Uno, los muchísimos epígrafes que jalonan
y dividen la obra, la acotan y concretan y que facilitan al lector la ingestión
de un asunto denso y arduo, cual es seguir el estudio filosófico del marxismo y
sus razonamientos, sus dogmas y sus doctrinas que son explicadas y expuestas
por el autor, y su análisis crítico. Dos, ¡admirable la prosa de
Ibáñez-Langlois! Excelente. La densidad citada de la materia se hace más llevadera
por la prosa dúctil, precisa. Iba a escribir “plana”, pero sería más falso que
inexacto… Dócil, amoldada al tema y a lo tratado. No hay extravagancias ni
excesos ni altibajos… Todo se desarrolla con la mesura… quizá sea esta
la palabra: mesura… con la mesura de quien explica a un colega o
compañero de viaje qué sabe sobre el marxismo -y sabe mucho- y sus fragilidades
y quimeras.
Creo que no es cuestión
baladí el haber releído este libro que tanto he disfrutado. Ya entiendo que no
sea objeto del deseo de un lector, digamos, que pretende cubrir un ratico de
ocio, sino más bien para un lector que necesita atender un negocio de su
interés. Toda dictadura tiene en su base un pensamiento falso, una antropología
errada, una vacua utopía en su futuro y no podían ser menos las dulces
dictaduras marxistas. Pensemos en los nacionalismos dictatoriales que padecemos
en España. Piensen en las dictaduras que aún se mantienen en pie por el mundo,
y las que hemos conocido. Creo en el mal: me costó verlo y constatarlo y padecerlo
en mi entorno; pensé durante años que el mal era debilidad, vicio sin malicia,
y con más o menos raigambre… No. Hay un mal que quiere el mal por el mal mismo
y este me produce escándalo, ¡y vaya si existe!
Entiendo que toda realidad admite múltiples asaltos intelectuales y más cuanto más complejo, extenso e indeterminado sea en lo sustancial y en lo accidental.
El marxismo
viene a resumir Ibáñez Langlois es una herejía cristiana más: la contrafigura
del cristianismo inspirada en este, articulada negativamente en sus dogmas y
sus creencias.
Desde el primer
movimiento necesario para llegar a la revolución y al paraíso prometido por
Marx, todo, insisto, todo es batido en el plano filosófico, histórico, sociológico…
Digamos que se parte de una premisa falsa y se llega a una conclusión falsa,
como no podía ser de otro modo, y, si la inteligencia lo ha demostrado, la
historia lo ha evidenciado. Marx y sus seguidores, quienes aún se dicen
marxistas y profesan su credo, se autoexcluyen de la realidad. Son muchos
quienes han tardado décadas en ver sus errores, son millones las personas que
han padecido el horror de una utopía equivocada… que siguieron sus líderes, los
dirigentes de países que cultivaron la ignominia en nombre de un paraíso en la
tierra que no puede existir. Pienso qué tienen en común un marxista y algunos
protestantes cristianos con quienes he intentado hablar. Unos y otros tienen en
común que solo tienen una marcha
reductora adelante y un volante bloqueado: no les interesa la verdad, no les
interesa convencer, les interesa vencer, arrasar; no escuchan, no atienden, no
centran la conversación que ellos mismos diluyen para reconducir todo en un
mismo sentido…, supuestamente en su favor, me reitero: sin ningún interés por
la verdad… Fanáticos, lunáticos, dogmáticos…, intransigentes.
Miro entre las decenas de notas que he tomado: muy largas
algunas y no me decido por consignar algunas, tal es el acierto de tantas en
las que las ideas como las palabras que las transmiten dejan un reguero de
claridad y serenidad entre la ofuscación marxista. Me limito a cortar y pegar
un largo párrafo del autor que viene a resumir el planteamiento de su obra:
Hay muchas formas posibles de crítica del marxismo, en los distintos planos científicos de la economía, la sociología, la historia, etc. Se trata de refutaciones parciales, en la medida en que no afectan al núcleo esencial o filosófico del método y del sistema en cuestión; sólo consiguen demostrar que los conceptos claves de Marx -valor, plusvalía, clases sociales, Estado, etc.- no son conceptos científicos o empíricos, como pretende el marxismo, pero nada arguyen sobre esa carga filosófica sobreañadida, que resulta extraña a los hombres de ciencia, y en la que reside lo más original del sistema. De allí que los economistas, sociólogos o historiadores se limiten al dictamen de que Marx no describió ni registró los hechos según el método de sus respectivas ciencias, sino que los traspuso a un orden extracientífico del que no les corresponde juzgar; es la crítica filosófica la que debe hacerse cargo de esa trasposición, mostrando que tampoco es ella filosóficamente sostenible, y que por tanto Marx se pierde fuera de lo real observable, en los espacios del mito. Es esa crítica la que se intenta en estas páginas; se analizan aquí los conceptos centrales del materialismo, de la dialéctica, de la alienación, del devenir natural e histórico en Marx, con el fin de mostrar su esencia contradictoria.
No cedo a la tentación de alargar más la entrada comentando o simplemente cortando y pegando párrafos rotundos y clarificadores del error no teórico, sino también práctico (recuerden la XI crítica de Marx a Feuerbach), que supone el marxismo.
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