23 de agosto de 2020

Orwell, George: 1984


 Me resulta admirable la obra que ahora comento y que he leído, entiendo, “muy tarde” en mi vida. La recuerdo perfectamente (el título me llamó la atención), siendo yo un chaval, pero ya avezado lector, en la edición de Destinolibro, en el escaparate de una librería. La leo en un momento donde parece que Orwell, inspirado en lo vivido en España durante la guerra del 36, hubiera escrito el libro en los meses que llevamos de ese infausto 2020, donde todo es toro…, supongo, más allá incluso de la vacuna.

Tomo muchísimas notas y quedo, insisto, boquiabierto por lo parejo y la exactitud de los hechos que el inglés narra y lo que sucede en España… ¡admirable sin ambages! Quien desee saber detalles de la obra que se dirija a otra fuente.

1984 es una crítica a un sistema totalitario cuya finalidad es el poder por el poder. Winston, el protagonista, como tantos y tantos, cree que los totalitarios quieren el poder para llevar a la felicidad a sus conciudadanos, pero no es así: se equivoca (nos equivocamos): le dice y aclara su torturador, O’Brien: “el Partido quiere tener el poder por amor al poder mismo. No nos interesa el bienestar de los demás; solo nos interesa el poder. No la riqueza, ni el lujo, ni la longevidad ni la felicidad; solo el poder, el poder puro […] Sabemos que nadie se apodera del mando con la intención de dejarlo”. Y hago una reflexión: Orwell me ayuda a ella: se cree que los partidos políticos buscan el bien común –aquel que a todos conviene- por caminos particulares, distintos, pero ese es su fin: mentira… No: no debemos equivocarnos: me consta que NO BUSCAN “el bienestar de la mayoría” como el pobre Winston el protagonista creía, y a lo peor usted cree. La novela de Orwell confirma que para el Partido y sus miembros todos los medios son lícitos para alcanzar el fin que persigue el Sistema: ¡el fin justifica los medios!

Por supuesto se habla del “doblepensar”, es decir: el principio de no contradicción no existe: una proposición y su negación pueden ser ambas verdaderas al mismo tiempo y en el mismo sentido, un objeto es blanco y negro a la vez, porque lo dice el Partido y, si el Partido dice que dos y dos son cinco, como hacen afirmar a Winston bajo tortura…, ¡pues son cinco! Si algo sé que existió, pero el partido dice que no fue… ¡no sucedió! A ello se dedica Winston profesionalmente en su ministerio: a tergiversar y hacer desaparecer el pasado…, a reescribirlo. Escribe Orwell en un texto de  Mi guerra civil española refiriéndose a esta: “vi que la historia se estaba escribiendo no desde el punto de vista de lo que había ocurrido, sino desde el punto de vista de lo que tenía que haber ocurrido según las distintas «líneas de partido». (...) Estas cosas me parecen aterradoras, porque me hacen creer que incluso la idea de verdad objetiva está desapareciendo del mundo”: ¿es usted capaz de explicar qué ha sucedido en España con la covid? No: usted y yo sabemos “la narración” que se nos ha hecho de ella desde las instancias del poder…, pero se nos ha dejado al margen como a los proles de la novela: “el Partido podía alargar la mano hacia el pasado y decir que este o aquel acentecimiento nunca había ocurrido, eso resultaba más horrible que la tortura y la muerte”, ¡¡aunque millones de nuestros conciudadanos lo ignoren y celebren estar vivos a cualquier precio!! “«El que controla el pasado –decía el eslogan del Partido- controla también el futuro. El que controla el presente, controla el pasado». Y, sin embargo, […] Todo lo que ahora era verdad, había sido verdad eternamente y lo seguiría siendo. Era muy sencillo”: es el cambio de lo sucedido, dar gato por liebre: “A esto lo llamaban «control de la realidad»”… La llamada hoy y aquí “nueva realidad”, “la memoria histórica” ¿de qué y de quiénes… y, de verdad, para qué?

El odio es fundamento del nuevo orden, de la nueva realidad que el Partido defiende en 1984 -¿y no se da y promueve en tantos países hoy desde el poder?-: todos los ciudadanos eran sometidos a sesiones de odio: la Semana del Odio, los Dos minutos de Odio en los que se permitían todo tipo de insultos, descalificaciones, deseos de rencor, desprecio, amenazas, etc. contra quienes no formaban parte del Partido o conspiraban contra él. El Partido fomentaba: “exactamente lo contrario de esas estúpidas utopías, hedonistas que imaginaron los antiguos reformadores. Un mundo de miedo, de ración y de tormento un mundo de pisotear y ser pisoteado, un mundo que se hará cada día más despiadado. El progreso de nuestro mundo será la consecución del dolor. Las antiguas civilizaciones sostenían basarse en el amor o en la justicia. La nuestra se funda en el odio”.

La verdad ha desaparecido (la posverdad se impone: una verdad al gusto del sujeto); ya no hay datos objetivos a los que remitirse: la Historia ha muerto y ha dejado paso a las historias, a las leyendas, a las narraciones…; el idealismo todo lo invade y con él, de la mano, el relativismo: quienes mandan dictan qué es o no la realidad que se nos presenta delante… Las estadísticas eran falsas en la novela, pero todos parecían creerlas como si no existiera la memoria… se admiraba Winston y me admiro yo en la España del 2020.

En la Segunda parte de la novela, el lector espera que con la relación con Julia, el autor nos abra una portezuela a la esperanza: “Además, a veces hablaban de rebelarse con el Partido de un modo activo, pero no tenían ni idea de cómo dar el primer paso”, sin embargo aquí, frente al Sistema creado por el Partido, como al traspasar la puerta del Infierno, hay que perder toda esperanza: El Gran Hermano, la cabeza del Partido, todo lo ve, todo lo sabe, todo lo controla, está omnipresente con sus cámaras, sus esbirros, sus espías del pensamiento, con el control absoluto de absolutamente todo, nada escapa a juicio interesado… y Winston y Julia, al delinquir, caen en manos del Partido. Winston confía en el viejo Charrington y en O’Brien, pero también ellos son miembros del Partido que le han tendido una trampa en la que ambos son atrapados.

Toda la parte de la novela dedicada a la tortura física, psíquica, espiritual… ¡de todo tipo! a que es sometido Winston, para ser reconducido al buen camino, no siendo agradable, recibe un tratamiento excelente por parte de Orwell que, sin abusar de las elipsis, da la información necesaria a su lector. No sobra y, además, insinúa cómo se puede destrozar a una persona. Este método usado por todos los totalitarismos me hace meditar en tantos y tantos campos de reeducación, con o sin alambradas, cercados o no… donde el ciudadano es acosado por la mentira estatuida, oficial, machacona, extendida desde la escuela a los medios de comunicación del poder y sus sicarios…, donde la confusión y la oscuridad se promueve en todos los ámbitos.

Reeducado, Winston es devuelto a la sociedad como un pelele. Pasa los días en El Nogal, un bar, donde solo en una mesa bebe durante todo el día esa ginebra de la victoria que lo adormece en un sopor animal y que le hace llevaderos sus días con sus noches. Intenta jugar al ajedrez, pero está convencido de que siempre ganarán las blancas… Casualmente un día, en un parque se cruza con Julia, con quien habla unos momentos: ambos se confiesan que, durante la tortura, se traicionaron mutuamente: ella y él no son los mismos, han sido reeducados y sus físicos están lejos de lo que fueron… Es igual, todo parece ya ser igual. Winston ya no trabaja en su antiguo ministerio, ahora le han concedido un puesto donde gana mucho más: “Había sido nombrado miembro de un subcomité de otro subcomité que dependía de uno de los innumerables subcomités que se ocupaban de las dificultades de menos importancia planteadas por la preparación de la decimoprimera edición del Diccionario de Neolengua. En aquel despacho se dedicaban a redactar algo que se llamaba informe provisional, pero que Winston nunca había llegado a enterarse de qué tenía que informar. Tenía alguna relación con la cuestión de si las comas deben ser colocadas dentro o fuera de las comillas” y discusiones larguísimas y apasionadas, llenas de vacuidad y naderías… para irse cada miembro de los subcomités tal y como habían venido, sin resolver nada, sin concluir nada, sin haber hecho nada.

Al final… ¡qué hermoso le resultaba todo! Habían logrado volverlo a la felicidad absoluta, aunque no tuviera libertad ninguna.

Me extraña no haber leído ninguna referencia a esta obra en todos estos meses donde se está intentando dar un recio golpe de timón a los cimientos de nuestra nación en dirección totalitaria que, espero, tenga la frustración como resultado, dejándonos libres para elegir nuestra libertad y cómo hallar nuestra felicidad, sin necesitar la ginebra de la victoria.

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