12 de agosto de 2020

421-Urbina, Pedro Antonio- GORRIÓN SOLITARIO EN EL TEJADO

 

Leo Gorrión solitario en el tejado una novela de Pedro Antonio Urbina, amigo ya fallecido y que en paz descansa. Debí leer esta novela a comienzos de los 80. Me gustaría saber qué escribí sobre ella: no lo puedo buscar en mis fichas de papel, ahora lejos en la distancia espacial. Recordaba de ella el ambiente opresivo creado por un Estado omnipresente que sojuzga a los ciudadanos que no se doblegan a la condición de funcionarios. Insisto: no sé qué comprendí de todo lo narrado en ella, pero no creo que fuese demasiado, pues ahora tampoco llegué, me temo, demasiado lejos.

En mi humilde opinión, Pau como lo conocíamos los amigos, abusa en su novela de la simbología, de claves propias de un mundo imaginado creado por él: la Laguna verde, la Ciudad derruida, la Mar Cuadrada, la Penitenciaría Blanca…, pero, entiendo, que demasiado sofisticado y alejado de la comprensión razonable del lector que pronto se ve inmerso en un mundo desnortado: ¿es eso lo que quiere el autor? No lo sé, no recuerdo si hablamos él y yo alguna vez de ello, pero el mundo creado por Urbina, insisto, es tan extraño y alejado que el lector, servidor al menos, no entra con facilidad en la comprensión y comunicación con el autor y su creación. Faulkner crea un mundo propio para sus novelas; otro tanto, a imitación en parte del anterior, hace García Márquez… y el lector se ve enfrascado en esos mundos, pero los comprende, los puede imaginar, asimilar a lo que conoce y, por tanto, establecer relaciones significativas que lo hagan viable en su imaginación tras la lectura. Con Urbina, en esta obra, y en alguna otra que también recuerdo vagamente ahora, no ocurre otro tanto.

Situado supuestamente en un mundo futuro, Eros, el protagonista de la novela, es un artista libre, no funcionario, creador de llaves de oro, cofres y arquetas… Su obra es trascendente en tanto que medio y muestra de amor a los demás. Su obra no tiene más finalidad que esa. Rebelde con el gobierno y sus funcionarios y leyes, etc. es llevado de un sitio a otro…, condenado, como sus amigos los artistas que se enfrentan y resisten contra la opresión de un Gobierno dictatorial -¿se trata de las imposiciones del “mundo actual” en general?- que los aparta y condena por inútiles. Hay en la misma novela una disputa entre artistas y no artistas donde se pone de manifiesto, de forma explícita, por Urbina el viejo debate del sentido y finalidad del arte…

El lector entra en las escenas de la novela sin conocer propiamente el espacio (aunque hay hasta un mapa dibujado por su autor), los argumentos, los personajes (ni cómo son ni quiénes: Anteo, Delio, Gorgias, Teeteto, Iris, Cadmo, Maccia, Eztella…). El cambio de tipo de letras comporta cambios de escena, de focalización, pero tampoco se sabe muy bien su sentido… ¡yo no al menos! Insisto: la compleja simbología de nombres y quehaceres y sentires y lugares… Todo ello mezclado con retazos de descripciones un tanto untuosas, de pretendida poesía, ¡o poesía segura!, pero que se me antojan pastiches entorpecen más que aportan a la obra. (Así lo veo ahora, Pau: si te estuviera escribiendo quizá no te lo diría tras lo sucedido entre nosotros).


He leído la novela con una suerte de alegre dejadez, abandonándome a sus renglones y sus páginas, sin tensión que me llevara a desentrañar qué había tras ella. Lo intenté al principio, pero pensé que lo mejor era volver a esa lectura atolondrada y divagante de mi adolescencia. Me deja la novela un sabor agridulce por la pérdida del autor, por lo que fue y no llegó a ser, por lo que se esperaba de él y la realidad se impuso de otro modo… Esto no depende de uno. La táctica empleada en la lectura, sin embargo, arroja el saldo positivo de un rato bien amable divagación relajada… He disfrutado en la novela quizá por eludir la tensión con que desde hace ya muchos años me enfrento a las lecturas… quizá debiera aprender a desaprender lo aprendido.

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