Leo Gorrión
solitario en el tejado una novela de Pedro Antonio Urbina, amigo ya
fallecido y que en paz descansa. Debí leer esta novela a comienzos de los 80.
Me gustaría saber qué escribí sobre ella: no lo puedo buscar en mis fichas de
papel, ahora lejos en la distancia espacial. Recordaba de ella el ambiente
opresivo creado por un Estado omnipresente que sojuzga a los ciudadanos que no
se doblegan a la condición de funcionarios. Insisto: no sé qué comprendí de
todo lo narrado en ella, pero no creo que fuese demasiado, pues ahora tampoco
llegué, me temo, demasiado lejos.
En mi humilde opinión,
Pau como lo conocíamos los amigos, abusa en su novela de la simbología, de
claves propias de un mundo imaginado creado por él: la Laguna verde, la Ciudad
derruida, la Mar Cuadrada, la Penitenciaría Blanca…, pero, entiendo, que
demasiado sofisticado y alejado de la comprensión razonable del lector que
pronto se ve inmerso en un mundo desnortado: ¿es eso lo que quiere el autor? No
lo sé, no recuerdo si hablamos él y yo alguna vez de ello, pero el mundo creado
por Urbina, insisto, es tan extraño y alejado que el lector, servidor al menos,
no entra con facilidad en la comprensión y comunicación con el autor y su
creación. Faulkner crea un mundo propio para sus novelas; otro tanto, a
imitación en parte del anterior, hace García Márquez… y el lector se ve enfrascado
en esos mundos, pero los comprende, los puede imaginar, asimilar a lo que
conoce y, por tanto, establecer relaciones significativas que lo hagan viable
en su imaginación tras la lectura. Con Urbina, en esta obra, y en alguna otra
que también recuerdo vagamente ahora, no ocurre otro tanto.
Situado supuestamente
en un mundo futuro, Eros, el protagonista de la novela, es un artista libre, no
funcionario, creador de llaves de oro, cofres y arquetas… Su obra es
trascendente en tanto que medio y muestra de amor a los demás. Su obra no tiene
más finalidad que esa. Rebelde con el gobierno y sus funcionarios y leyes, etc.
es llevado de un sitio a otro…, condenado, como sus amigos los artistas que se
enfrentan y resisten contra la opresión de un Gobierno dictatorial -¿se trata
de las imposiciones del “mundo actual” en general?- que los aparta y condena
por inútiles. Hay en la misma novela una disputa entre artistas y no artistas
donde se pone de manifiesto, de forma explícita, por Urbina el viejo debate del
sentido y finalidad del arte…
El lector entra en las
escenas de la novela sin conocer propiamente el espacio (aunque hay hasta un
mapa dibujado por su autor), los argumentos, los personajes (ni cómo son ni
quiénes: Anteo, Delio, Gorgias, Teeteto, Iris, Cadmo, Maccia, Eztella…). El
cambio de tipo de letras comporta cambios de escena, de focalización, pero
tampoco se sabe muy bien su sentido… ¡yo no al menos! Insisto: la compleja
simbología de nombres y quehaceres y sentires y lugares… Todo ello mezclado con
retazos de descripciones un tanto untuosas, de pretendida poesía, ¡o poesía
segura!, pero que se me antojan pastiches entorpecen más que aportan a la obra.
(Así lo veo ahora, Pau: si te estuviera escribiendo quizá no te lo diría tras
lo sucedido entre nosotros).
He leído la novela con
una suerte de alegre dejadez, abandonándome a sus renglones y sus páginas, sin
tensión que me llevara a desentrañar qué había tras ella. Lo intenté al
principio, pero pensé que lo mejor era volver a esa lectura atolondrada y
divagante de mi adolescencia. Me deja la novela un sabor agridulce por la
pérdida del autor, por lo que fue y no llegó a ser, por lo que se esperaba de
él y la realidad se impuso de otro modo… Esto no depende de uno. La táctica
empleada en la lectura, sin embargo, arroja el saldo positivo de un rato bien
amable divagación relajada… He disfrutado en la novela quizá por eludir la
tensión con que desde hace ya muchos años me enfrento a las lecturas… quizá
debiera aprender a desaprender lo aprendido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario